Salvador Camarena.
Díganme
trasnochado, pero vengo de un tiempo en el que algunos teníamos una noción,
quizá un espejismo antes que una realidad, de que los gobernantes tenían algo que
decir en el debate público, y que ese algo era para dirigir la conversación
hacia el lugar menos malo para ellos, es cierto, pero a veces ese 'lugar menos
malo para ellos' coincidía con que era el menos malo para todos.
No creo hoy,
y según recuerdo tampoco entonces lo creía, que los factores de poder hacían
eso, intervenir en el debate, de buena gana o por los mejores motivos. Al
contrario, el PRI-gobierno de los setenta tardíos, de los ochenta y de los
noventa, lo hizo siempre a regañadientes, como una divina concesión, pero
también como un mecanismo de supervivencia.
El sistema
estaba atento a los debates, porque no quería verse rebasado por los mismos.
Por lo
anterior, no entiendo quién gana cuando un sistema ha renunciado a intervenir
en el debate.
Dicho de
otro modo, no entiendo quién gana algo cuando surge un video como el que ha
hecho público Humberto Moreira, documento en el que insulta a Felipe Calderón,
expresidente de México.
Muchas de
las cosas que dice Moreira no merecen, literalmente, la pena de ser
reproducidas. Son viles insultos (ni siquiera elaborados o ingeniosos. No, son
corrientes, pedestres). Baste decir que lo más leve de cuanto le dice el
exgobernador al expresidente es que es “el mayor ladrón que ha tenido México”.
Qué gana el gobierno federal con los
denuestos de Moreira, un señor que dice que sigue siendo priista y que eso de
que ha quedado fuera del PRI es pura simulación convenida con su partido por
aquello del qué dirán.
Qué gana la gobernabilidad del país
cuando a las acusaciones de Moreira, que llega a decir que Calderón le confesó
que prefería que mataran a los secuestradores y narcotraficantes, el gobierno no pide que se aclare
esa acusación. Qué ganamos si el
gobierno se desentiende de su papel de árbitro ante graves acusaciones, porque
además de insultos, Moreira hace en ese video serias aseveraciones.
Trasnochado
no quiere decir nostálgico. Ni asustadizo. Pero si las voces que marcan la
pauta en tiempos de competencia electoral (y en México casi todos lo son) son
las de un Moreira injuriando, y las de un Calderón, incapaz de entender que de
un expresidente se esperaría la estatura de la autocontención, entonces las
preguntas a hacerse son: ¿qué más veremos y escucharemos? ¿Y eso a dónde nos
conducirá?
El tema de
que el sistema ha abandonado cualquier intento de conducir (no censurar, sino
enriquecer, fijar un nivel) el debate, incluye al Partido Acción Nacional.
¿Leyeron un comunicado del PAN
condenando las expresiones de Moreira contra un presidente surgido de las filas
panistas? No, porque no hubo.
En estos
tiempos no sólo el presidente de la República ha renunciado a llamar la
atención para que la contienda no termine en pleito. Tan ausente como la voz de
Los Pinos está la de Bucareli (quizá porque ahí antes que a la gobernabilidad
sólo atienden a la popularidad). Y tan ausente como esas voces está la de
Ricardo Anaya, el opositor más importante, que no ha sabido elevar un exhorto
para que, a pesar de todo, no todo sea válido en las elecciones.
Claro que también el PAN debería
llamar a Calderón e invitarlo a repensar si su mejor rol es el de un bully
cualquiera.
O a lo mejor es sólo que ayer andaba
nostálgico y todos felices con el (bajísimo, lamentable) nivel del debate. No lo sé.
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