Sanjuana
Martínez.
Y como siempre he repetido. El
problema de México no es la falta de leyes, es la falta de aplicación de las
mismas. El Estado de derecho queda en entredicho porque los abusadores sexuales
son sotana se convierten en prófugos de la justicia cuando son denunciados
penalmente por las valientes víctimas.
El artículo
12 Bis de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público reformada el 17 de
diciembre de 2015 se suponía que sería una garantía para llevar ante la
justicia y procesar a los jerarcas católicos que encubren y protegen a los
sacerdotes pederastas.
Este
artículo es muy claro: “Los ministros de
culto, los asociados y los representantes de las asociaciones religiosas,
incluyendo al personal que labore, apoye o auxilie, de manera remunerada o
voluntaria, en las actividades religiosas de dichas asociaciones, deberán
informar en forma inmediata a la autoridad correspondiente la probable comisión
de delitos, cometidos en ejercicio de su culto o en sus instalaciones. Cuando
se cometa un delito en contra de niñas, niños o adolescentes, las personas a
que se refiere el párrafo anterior deberán informar esos mismos hechos en
forma inmediata a los tutores o a quienes ejerzan la patria potestad de
aquellos”.
El problema es que este artículo no
se aplica. Y no es porque lo diga yo, sino porque así lo demuestra la impunidad
que cubre a curas pederastas y sus protectores los obispos.
Para demostrarlo aquí van tres casos
recientes: Eduardo Córdova Bautista, sacerdote pederasta acusado de violar a
decenas de menores en San Luis Potosí y prófugo de la justicia, el sacerdote
Carlos Franco, acusado de abusos sexuales en Oaxaca e igualmente prófugo y el
caso del sacerdote Juan Manuel Riojas Martínez denunciado por abusos sexuales a
menores en el Seminario de Piedras Negras, con orden de aprehensión, pero libre
porque las autoridades de Coahuila y el gobernador Rubén Moreira, dicen no
encontrarlo.
En estos tres casos, solo por nombrar
algunos, se demostró la protección y encubrimiento de los obispos: Jesús Carlos
Cabrero de San Luis Potosí, José Luis Chávez Botello de Oaxaca y Alonso Gerardo
Garza Treviño de Piedras Negras, Coahuila.
A pesar de
haber sido demostrado que los obispos fueron avisados por las víctimas de los
abusos cometidos por estos sacerdotes, ellos, sus superiores, solamente los movieron de parroquia o incluso de
estado, para evadir la acción de la justicia.
Los obispos Cabrero, Botello y Garza
Treviño han cometido presuntamente un delito de encubrimiento y de complicidad
a la pederastia, pero ninguno de ellos ha sido procesado a pesar de haber violado
el artículo 12 Bis de la nueva ley de asociaciones religiosas.
La Dirección
General de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación a cargo de
Arturo Manuel Díaz León, ni siquiera ha intervenido, ni mucho menos, su jefe,
el Secretario Osorio Chong.
De tal
manera que, esto se convierte en una amplia red de complicidades que incluye a
funcionarios del gobierno federal y funcionarios de los estados donde son
denunciados los curas pederastas.
¿Por qué la Secretaría de Gobernación
no actúa? ¿Por qué prefiere seguir protegiendo a quienes agreden a los más
pequeños del rebaño católico de México? ¿Por qué no iniciar de oficio los
procesos contra estos obispos que finalmente tienen una alta responsabilidad en
los crímenes sexuales cometidos por el clero?
Históricamente la Iglesia y el Estado
han tenido una serie de vínculos más allá del poder político. Habría que
incluir el poder económico. Y finalmente el poder de mover las masas a favor de
ciertos partidos políticos en tiempos electorales.
Más allá de
las complicidades, lo que se acumula es
un reguero de víctimas de sacerdotes pederastas en toda la República.
Víctimas que no tienen la menor
posibilidad de ver encarcelado a sus agresores ni mucho menos a sus
protectores.
Nada ha
cambiado en México a pesar del discurso bonito del Papa Francisco de tolerancia
cero. Los agresores sexuales con sotana siguen gozando de impunidad y siguen
cometiendo atrocidades contra los niños y niñas, allí donde estén escondidos y
protegidos por la Iglesia y el Estado mexicano.
Finalmente, la pederastia clerical se
ha convertido en un cáncer que afecta a una jerarquía que persiste en sostener
el buen “nombre de la Iglesia” por encima de la justicia y la protección a la
infancia.
Solo nos queda como sociedad,
defender a nuestros niños. Somos nosotros los que finalmente debemos
protegerlos. Los manuales para detectar a los curas pederastas no son
publicados en las hojas parroquiales como lo hacen en las iglesias de Estados
Unidos donde se han pagado más de 2 mil millones de dólares en compensaciones a
más de 10 mil víctimas de abusos sexuales de sacerdotes.
Pero somos nosotros quienes no
podemos quedarnos callados. Tenemos que denunciar a los agresores sexuales y
también a sus protectores, de lo contrario nos convertiríamos en cómplices.
Si tú conoces a un sacerdote
pederasta, no te calles, exhíbelo en los medios de comunicación y en las redes
sociales, alerta a los feligreses y exige a la Secretaría de Gobernación que
actúe, a la policía y al Ministerio Público. Tal vez, en unos años, consigamos
procesar penalmente a un obispo mexicano. Solo entonces sucederá el milagro de
disminuir este cáncer convertido en una peligrosa metástasis.
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