Raymundo Riva Palacio.
La tensión
que ha caracterizado la campaña electoral en el Estado de México está
alcanzando nuevos niveles. El fenómeno que representó la candidatura de Delfina
Gómez con Andrés Manuel López Obrador detrás de ella, rompió las expectativas y
generó preocupaciones y temores. Como se detalló en la columna anterior, bajo
cualquier medición, el resultado de la elección se encuentra en el espacio de
lo incierto, lo que lleva a una proposición: la aceptación de lo cerrado de la
contienda es, para efectos prácticos del
PRI, una derrota anticipada. Sin embargo, no necesariamente se puede cancelar
prematuramente lo que pase en las urnas el próximo domingo, cuyo desarrollo y
resultado tendrán que esperar a ese día. Nadie puede saber lo que pase en
tierras mexiquenses salvo, quizá, que la elección será entre Gómez y el priista
Alfredo del Mazo, y entre todo un aparato electoral, el mayor en la historia
del PRI, contra el malestar, el mayor también en la historia del PRI.
López Obrador denunció hace días que
la elección en el Estado de México fue organizada desde Los Pinos, desde donde
está dirigida. Aunque oficialmente se niega que así sea, así es. En este mismo espacio se ha
reseñado durante semanas el interés y la participación directa del presidente
Enrique Peña Nieto en la campaña de Del Mazo, así como su intervención directa
y continua en el proceso. Si alguna vez
existió una elección de Estado, la mexiquense es lo más sofisticado que pueda
encontrarse.
Los cálculos extraoficiales,
estimados por funcionarios federales, ubican el nivel de gasto por arriba de 31
mil millones de pesos, 10 mil en recursos federales directos para obras y
programas, y el resto –mucho en efectivo y proveniente de los estados– para la
operación en campo de poco más de 70 mil personas, que llovieron de todo el
país para apoyar la campaña priista. La saturación de operadores ha sido tan
grande, que uno de quienes los organizan comentó: “Han habido ocasiones que en
una sola colonia nos topamos cuatro equipos de diferentes partes del país”.
Además de la
dirigencia del PRI, funcionarios federales –a nivel incluso de secretarios de
Estado– y exgobernadores se encuentran al mando de la operación electoral, que
está buscando garantizar la lealtad de los priistas movilizados el domingo con
su voto, y evitar lo que llaman el 'fenómeno Chetumal', donde más de 50 mil
priistas escogieron en ese bastión priista al candidato de la oposición al
gobierno de Quintana Roo, Carlos Joaquín, o lo que les sucedió en Veracruz,
donde de los 600 mil priistas movilizados para votar por su candidato a
gobernador, 400 mil lo hicieron por sus opositores. Dinero es lo que están dando en las tierras mexiquenses, y temor es lo
que están vendiendo. Las dos herramientas no han funcionado, sin embargo, en el
pasado.
La tercera herramienta que se está
preparando, de acuerdo con personas que conocen las entrañas de la
organización, es el sabotaje. Según explican, se tiene un mapa de las casillas en donde se
puede definir la elección en contra del PRI. Un buen número de ellas, indicaron,
están en la zona oriente de la Ciudad de México, donde se encuentran ocho
municipios conurbados en poder del PRD, el PRI y de su aliado electoral,
Antorcha Campesina. Pero también hay casillas definitorias en la zona
nororiente de la Ciudad de México. Un diagnóstico dado a conocer la semana
pasada por el PAN mexiquense, reveló que son 417 casillas en 25 municipios
donde puede haber coacción y alteración del voto. El reporte identificó los municipios de Ecatepec, Chimalhuacán y La Paz
como susceptibles a manipulación por parte del PRI en la zona conurbada,
mientras que Morena, señaló, puede hacer lo mismo en Texcoco y Chalco.
Lo que no
registró el PAN, que se concentró en los mecanismos de coacción de voto el
próximo domingo, es lo que señalaron personas
cercanas a la organización electoral del PRI, quienes dijeron que entre los
planes para esa zona se comprende que en caso extremo se genere violencia en la
casilla, para de esa forma anular la elección en esa sección. Jugar a la violencia en una elección que se
prevé tan competida es irse al extremo de los riesgos, donde sin embargo parece
haber priistas dispuestos a llegar a esos niveles para evitar una derrota en
municipios densamente poblados. A lo que han llegado es a medir costos
contra beneficios, aunque visto antes de que suceda para alguien cuya vida
política y pública no se pone en riesgo, los costos parecen ser mayores que los
beneficios. Los criterios deben ser diferentes para los priistas, al tener
listos los planes de sabotaje electoral.
La elección en el Estado de México
apunta para judicializarse y que sea impugnada por todos, inclusive el partido
que gane, salvo que la diferencia sea significativamente alta. Esto sería la normalidad en los
tiempos modernos mexicanos. Lo
extraordinario y regresivo sería la violencia en los comicios, donde se puede
saber cuándo y cómo comienza, pero no cuándo ni cómo termina. El secretario
de Gobernación ha hablado con los gobernadores para que las elecciones sean
desarrolladas en paz. Probablemente la inercia que llevan las campañas los
tenga rebasados y de ahí la preocupación, o quizá sólo sea una simulación
porque la victoria es el único objetivo. Es deseable que haya responsabilidad
de todas las partes, y que sean las urnas las que marquen el destino.
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