jueves, 27 de septiembre de 2018

La comunicación morena.


Raymundo Riva Palacio.

Jesús Ramírez Cuevas fue reportero desde que salió de la universidad, en 1991. Durante poco más de una década colaboró en La Jornada y con agencias internacionales de prensa. Incursionó en el documentalismo y se fue acercando a Carlos Monsiváis, quien lo arropó intelectualmente y lo recomendó al sempiterno candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quien lo invitó a trabajar con él. Ramírez Cuevas se convirtió en uno de sus más cercanos y de los pocos que podían contradecirlo sin caer en el ostracismo. López Obrador lo hizo director de Regeneración, el periódico que le sirvió a Morena como vehículo de movilización permanente, y le redactaba discursos. Por su pasado en la prensa, no fue raro que el presidente electo lo nombrara su vocero y próximo director de Comunicación Social de la Presidencia. Ahí es donde comenzaron sus problemas.

El martes, la Rayuela de La Jornada, criticó punzante: “No hay mayor ciego que quien no quiere ver. Asombra que el portavoz de AMLO haya dicho lo que dijo en la Cámara. Para sonrojarse”. En la víspera, Ramírez Cuevas estuvo con la bancada de Morena en San Lázaro donde explicó que la calificación que hizo López Obrador de la prensa al llamarla “fifí”, fue una descripción porque “algunos” medios no hacen explícitas sus líneas editoriales. De dónde sacó la interpretación, no se sabe, pero se equivocó. “Fifí” se refiere a alguien que “tiene modales y actitudes delicados y exagerados”. Su mezcolanza empeoró al trazar analogías.

Dijo que en otros países es pública la línea editorial de los medios, a qué intereses responde y qué simpatías políticas tienen. En México, agregó, se oculta como si no fueran partidarios de alguna idea, o que no defendieran ciertos intereses, carentes de neutralidad total porque hay un sesgo informativo. Ramírez Cuevas debía saber más del tema. Es muy imprecisa su analogía y, quizás, como durante casi una década ha practicado una prensa militante –que es legítima, por cierto–, piensa que sin importar los géneros periodísticos, todos deben hacer explícitas sus posiciones políticas. Se equivoca. Un medio que no es militante busca acceder a un público plural mediante una información justa, balanceada y plural. Un medio militante, que es el que expresa su posición política y filiación, no cumple ese propósito, porque es excluyente. Es útil para sus simpatizantes e inútil para el resto. Es exactamente lo contrario de lo que ha postulado en otras ocasiones como la responsabilidad del medio para informar mejor a la sociedad.

El desconocimiento más grande lo mostraron sus analogías. En Estados Unidos, posiblemente lo que traía en la cabeza, los medios dividen opinión de información, y mientras en la primera hay posiciones claras y políticamente transparentes, en los informativos se busca balance y equilibrio para la mejor aproximación a la verdad. A lo que probablemente se refería es a que en periodos electorales, los medios suelen endosar a un candidato o candidata a puestos de elección popular. Sin embargo, no lo hacen en función de líneas partidistas, sino del mejor programa que tengan para sus electores. Por ejemplo, el USA Today, el periódico de mayor circulación con línea conservadora no endosó a la demócrata Hillary Clinton, pero su editorial fue tajante: “No Donald Trump”. El Wall Street Journal, partidario por Trump, no apoyó a ningún candidato en 2016, como ha sido su política editorial de nunca endosar a nadie.

Los periódicos ingleses tampoco “transparentan” sus filiaciones partidistas o ideológicas, lo que no obsta para que sus lectores desconozcan en qué parte de la geometría ideológica están, no por su información, sino por su jerarquización de noticias, columnas y artículos de opinión. Un reportaje que publicó el año pasado The Times –propiedad de Rupert Murdoch, dueño del Wall Street Journal y de Fox News, entre otros– sobre la ideología de los diarios, reflejó las percepciones de los consumidores sobre ocho diarios nacionales, donde cinco fueron vistos predominantemente de derecha y tres predominantemente de izquierda, a partir de sus opiniones, no de sus informaciones, que mantuvieron equilibrio, pluralidad y balance.

Nadie espera que Le Monde se declare socialista para que los lectores entiendan que su política editorial es socialdemócrata, o que Le Figaro proclame que ve por los intereses de la derecha. Extrapolando a México, ¿alguien dudaría que La Jornada es un periódico de izquierda? Su línea editorial ha sido históricamente consecuente, y el que su directora, Carmen Lira, sea madrina de los hijos de López Obrador, no impide a ese diario estar abierto a sectores que en el campo de la política son opuestos a su línea editorial. Los consumidores de información no son tontos. Ramírez Cuevas parece que piensa que sí lo son, o su estructura mental oscila únicamente en el universo de una prensa militante, que sería reduccionista.

El vocero se mal acostumbró de cuando mezclaba en sus textos la opinión y sesgaba la información. A partir de esa autocrítica podría desarrollar su crítica, porque hoy en día todavía se ven esas deficiencias en los medios mexicanos. La otra crítica, que ni siquiera esbozó, es la de los medios que cambian de línea editorial en función de quién está en el poder, que es aún peor que todo lo que dice. Bisoño en el campo de la comunicación social, Ramírez Cuevas tendrá que aprender a que sus palabras tienen costo si yerra y pensar mejor lo que declara. Será muy útil porque varias de sus ideas sobre publicidad y responsabilidad social de los medios merecen atenderse y apoyarlas, y no pueden perderse en discusiones ociosas sólo porque su conocimiento en estos momentos es limitado.

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