Javier Risco.
“¿Quiere
renunciar a su derecho de ir a un juicio para que se le demuestre, lejos de
toda duda razonable, que usted es culpable de lo que se le acusa?
“Sí, su
señoría…
“Entonces le
voy a volver a hacer la misma pregunta para que no queden dudas… ¿Admite usted,
en este momento, la responsabilidad en los delitos que se le imputan?
“En base del
principio de lealtad y de institucionalidad que rigen mi conducta… sí, su
señoría, la acepto”, señaló Duarte sin titubear.
Ahora a enmarcarlas. Estas son
palabras textuales que explican mucho de aquella cínica sonrisa con la que
Javier Duarte llegó a México luego de su extradición, y que forman parte de la
crónica publicada en Animal Político por el periodista Arturo Ángel, a quien
mucho debemos conocer la cloaca del gobierno veracruzano de Duarte, que esta
semana llegó a un clímax que sólo ha perpetuado el sinsabor de la impunidad
mexicana.
Esta confesión de culpabilidad le
trajo a Javier Duarte un procedimiento de juicio abreviado –una alternativa al
juicio oral, que es parte del ya no tan nuevo sistema de justicia penal– y que
implicó que se le dictara una sentencia de nueve años de prisión y una multa de
poco más de 58 mil pesos. A veces la justicia es tan RIDÍCULA –así, con
mayúsculas.
¿Por qué querría Duarte declararse
culpable de dos delitos cuya gravedad mínima no es comparable al desfalco en
Veracruz? ¿Se dio por vencido? Claro que no. De todos los escenarios, este era
de los que mayores ventajas le daban al hombre que le puso una de las caras más
atroces a la corrupción, que este sexenio derramó el vaso de nuestra
desconfianza.
Nueve años
de prisión de los que Duarte ya cumplió uno y medio (recordemos que fue
detenido en Guatemala desde abril del 2017), con posibilidad de reducción de
pena para que purgue cuatro años; es decir, en el mejor escenario para el
exgobernador priista, podría salir a principios del 2021, incluso antes de que
en México viéramos si se logra una “cuarta transformación”. En una de esas va
por el 2024, así de increíble es este país. Sí, es verdad, vivimos en un México
en el que no pasa nada y ver a Duarte tras las rejas es un avance. Como dijo el
juez: es una admisión de culpabilidad y sienta un precedente, pero no es
suficiente ante el enorme desfalco de Veracruz, frente a todo lo que Duarte aún
no responde, con acusaciones por desaparición forzada, por ejemplo. Es un
escenario en el que aun con el castigo, él ganó más que la justicia.
La acusación
de la PGR decía: “(se le señala por) dirigir una organización criminal que
operó en Veracruz, Guerrero y Ciudad de México, y a través de la cual se
desviaron cantidades millonarias de recursos públicos… utilizando para ello
empresas fantasma y prestanombres… Todo con la finalidad de invertirlo en
propiedades y otros bienes en beneficio de él, de su esposa y de su familia”.
Aun así, Duarte les ganó. ¿A cambio de cuántos secretos que aún guarda?
Las indagatorias a Duarte son por
muchísimos millones más de los 58 mil pesos que pagará de multa (más de 70 mil
millones, según versiones periodísticas). La pobreza en la que dejó Veracruz es
sólo la punta de lanza.
El
periodista Raúl Olmos, de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, ha documentado insistentemente el caso
Odebrecht en México, ¿qué tiene qué ver eso con Duarte? Muchísimo. La red en la
que Odebrecht se involucró en pago de sobornos en nuestro país, se cruza una y
otra vez con redes de empresas veracruzanas y asignaciones de contratos de la
gestión duartista. ¿Por qué la PGR no ha seguido esta línea?
“Aún falta que @PGR_mx investigue
conexión de #Javidu en trama de corrupción de #Odebrecht”.
“Red de sobornos transfirió 6
millones de dólares entre 2009 y 2011 a empresa fantasma de Veracruz”.
“Las reuniones de Duarte y Odebrecht
eran frecuentes”, escribía el periodista ayer a través de su cuenta de Twitter.
Sí, qué
bueno que Duarte está en la cárcel, empujado más por investigaciones
periodísticas que por investigaciones ministeriales, pero no podemos conformarnos con sanciones de parche que provoquen la risa
cínica de esos corruptos para los que el desprestigio social ya no es un
castigo, sino parte del trabajo.
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