Salvador Camarena.
Se ha hablado de la
desaparición del presidente Enrique Peña Nieto tras –o quizá desde antes– la
elección del 1 de julio. El mexiquense aparece en eventos, obvio, pero no pesa,
no cuenta, no trasciende nada de lo que hace. Acaso sus chistes (y ni tanto).
Su ascendente, que ya venía muy a la baja, terminó por desvanecerse con la
hiperactividad de López Obrador. Pero EPN no es el único desaparecido.
En uno de los hechos más singulares de la política moderna, Ricardo Anaya Cortés se borró del escenario
tras la derrota del primer domingo de julio. Su ausencia no se parece a la de
Josefina Vázquez Mota, que hace seis años viajó tras ser derrotada. Ella no
pesaba en su partido, y tras las elecciones el que estuviera o no en el
escenario político daba un poco lo mismo, pues el PAN podría procesar su
expulsión de Los Pinos con el entonces líder del partido, Gustavo Madero, e
incluso con el presidente panista que entregaría la estafeta al PRI.
En el caso de Anaya Cortés, al ausentarse le puso una especie de freno de mano a Acción Nacional.
Porque no sólo fue el candidato el que enmudeció. En su persona, el queretano
dedicado a los bienes raíces también ha concentrado, durante años, demasiado
poder de decisión en el partido, que a pesar suyo terminó como la segunda
fuerza electoral.
Al quedar en piloto
automático su timón (o medio gobernado por los incondicionales de Anaya), el
PAN ha dado tumbos en su crisis.
Desde hace unas semanas parece que al fin ha logrado pactar
una decisión cupular para transitar al cambio de liderazgo. Eso, antes que ser
un buen remedio, es apenas un curita. Señores
del PAN descubren el método priista de burlar a la militancia y así repartirse
el partido, se diría hoy en Twitter.
Y mientras los panistas
jugaban a las guerritas, Morena ha comenzado su reinado en el Congreso de la
Unión.
Qué mejor escenario para el PAN que intentar un resurgimiento
desde el papel de buen opositor que tantas veces jugaron. Salvo que no es lo
mismo los tres mosqueteros que dos sexenios en Los Pinos después.
Para que su papel de opositor al régimen sea creíble, en cada
acto legislativo el PAN deberá dar pasos que hagan creíble su compromiso con la
democracia.
En ese sentido, no
estuvo mal cuando votaron en contra de la licencia de Manuel Velasco. El
problema es que recuperar la credibilidad para PAN luce muy cuesta arriba, y
cualquier error será muy gravoso.
De ahí que resulte
desconcertante el que no hayan dimensionado lo grave del episodio de su senador
García Cabeza de Vaca.
El PAN solía presumir
que estaba conformado por ciudadanos comprometidos con una ética que se
distinguía en la política mexicana.
Por ello, aquellos
militantes que arrastren escándalos les restarán posibilidades de futuro. En la
bancada del Senado hay un par de ellos, cartuchos quemados con demasiado por
explicar (ustedes saben quiénes son).
Ante tal panorama, lo
ocurrido el martes es grave en varias dimensiones. En el trato denigrante e
inaceptable de un senador (Ismael García Cabeza de Vaca) a una mujer,
principalmente. Como grave es que ante eso el PAN no haya reaccionado
debidamente.
Si Acción Nacional
pretende reconquistar el crédito que alguna vez tuvo, debe sancionar ejemplarmente
a un militante de tal comportamiento. De no hacerlo, convalidará conductas
arcaicas justo cuando la sociedad reclama dejar atrás tales aberraciones. De no
hacerlo, serán los propios panistas, y nadie más, quienes terminen por zumbarse
al PAN. No es una cosa menor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.