Por Martín
Moreno.
Como Stalin.
Como Castro. Como Pol Pot. “O conmigo o contra mí”. No hay espacio para el
disentimiento o el debate de ideas. Cerrada cualquier posibilidad de discutir
pros y contras del Gobierno que ya cumplió sus primeros seis meses entre
imposiciones, ocurrencias, improvisaciones y caprichos presidenciales. López
Obrador vulnera la democracia al advertirlo en una sola frase, lamentable,
dictatorial:
“Quienes no
compartan el nuevo proyecto, deben renunciar…optar por otra manera de laborar”.
Así, sin
más. Sin posibilidad externa de hacerle notar sus errores y liviandades.
Incendiado con la antorcha de la mal llamada Cuarta Transformación el terreno
de la discusión democrática. Arrasado el pensamiento plural que nutre a la
propia democracia. Podado el árbol de las ideas al gusto del dictador que llegó
del trópico.
De la
dictadura perfecta priista, México ha pasado a la dictadura populista
lopezobradorista.
El populismo
de AMLO entendido como una dictadura que emana de un solo pensamiento, de una
sola voluntad y del único capricho del hombre que utiliza a las masas, a la
voluntad popular moldeada a su manera, dibujada con el pincel de sus
distorsiones históricas y traumas personales, para justificar sus acciones con
clara tendencia al castrismo que solo concebía una sola manera de pensar y de
gobernar: la de Fidel Castro, sin espacio para la oposición o la disidencia.
Castro
mandaba fusilar a quienes no pensaban como él.
López
Obrador fusila las ideas y proyectos que no son emanadas de su visión priista
setentera, acribillando la pluralidad y a otras visiones y posibilidades de
desarrollo.
Tenemos un
Presidente aldeano, que le tiene miedo al mundo y que le tiene pavor a debatir
su esquema de Gobierno con otras mentes, con otras inteligencias, con otros
talentos. Por ello no irá a la reunión del G-20, foro propicio para sumar
voluntades en torno a México ante la salvaje embestida de Donald Trump. Lo de
menos es que López Obrador no hable inglés. Su conflicto radica en asumirse acomplejado
para mostrarse ante el mundo, en su vergüenza propia para exhibir a la vista de
todas sus limitaciones, en su pequeñez como estadista.
Para AMLO,
la ecuación es simplista: quien no piense como él, es traidor, es neo liberal,
es conservador, es fifí.
Ese es el
Presidente de México de quien es imposible matizar su actuación, porque él no
quiere que se matice su Gobierno. Por eso su discurso divisionista, que
polariza, para seguir cultivando a sus fanáticos que están dispuestos a inmolar
y a inmolarse cuando se trata de adorar o de defender a su líder político. Es
un juego perverso del tabasqueño con miras al 2021 (elecciones intermedias):
mantener desde su homilía mañanera enfrentado al país, para así preservar su
capital político traducido en votos, como ocurrió el domingo pasado.
Ese es el
Presidente de México: el político que pretende mantener aislado al país, como
Castro lo hizo con Cuba.
Ese es el
Presidente de México, el que practica el concepto del “enemigo del pueblo”
creado por Stalin en la Unión Soviética, para erigirse no en un Presidente que
gobierne para todos, sino en un dictador que diga lo que sus masas quieren
escuchar.
Ese es el
Presidente de México, el que desprecia y entierra a los intelectuales y a otros
métodos de pensamiento, como Pol Pot exterminó al pensamiento intelectual y
científico de Camboya y a quienes
denominó como “enemigos burgueses” (a quienes hoy, AMLO encuadraría como
neoliberales).
Esa es la
dictadura populista que hoy vivimos en México.
El detonante
del pensamiento único de López Obrador fue la renuncia del presidente de la
Comisión Reguladora de Energía, Guillermo García Alcocer, quien cometió el
pecado de cuestionar a los legos comisionados propuestos para la CRE. Esa
simple diferencia de opiniones desató la furia de AMLO, quien echó a andar toda
la maquinaria del Estado para reprimir a García Alcocer, acusarlo de tener
conflictos de interés, exhibirlo públicamente y clasificarlo prácticamente como
delincuente. Y todo, por opinar diferente a AMLO.
García
Alcocer renunció. AMLO no aguantó y enseñó los colmillos:
“Quisiéramos
que quienes no compartan el nuevo proyecto de nación, deben optar por otra
manera de laborar…que renuncien de manera voluntaria…pueden estar en academias
u otras actividades, inclusive empresas privadas…”.
Lo dicho:
nadie que no piense como AMLO, podrá tener cabida en el Gobierno.
AMLO actúa,
tras esta decepcionante declaración, como lo que siempre había tratado de
negar: actuar como dictador. “No soy autoritario, respeto el derecho a
disentir. Bienvenida la polémica y la discusión”, dijo apenas en enero pasado.
Hoy, su propia lengua se encargó de ahorcarlo.
Quienes
votamos por AMLO para la Presidencia, no lo hicimos para llevar a un dictador a
Palacio Nacional. Millones hoy lamentamos que en solo seis meses, la
autollamada “esperanza de México” se convirtiera en “la dictadura de México”,
sin espacios para discusión dentro y fuera del Gobierno, canceladas las
libertades para participar, de manera democrática, en las decisiones que atañen
al rumbo del país.
Cuando AMLO
dice, prácticamente: “O se someten o renuncian”, da muestras inequívocas de sus
rasgos dictatoriales. Así lo advirtió. Así lo demuestra. Así hay qué decirlo.
¿Ejemplos?
Allí está la
absurda cancelación del NAIM Texcoco.
Allí está la
descabellada construcción del Tren Maya.
Allí está la
inviable construcción de la refinería de Dos Bocas.
Allí está su
aldeanismo de autorizar o negar los viajes al extranjero de científicos
mexicanos, reduciendo al país a una república bananera.
Allí está su
autoritarismo para regalar dinero a sus huestes que sale de nuestros bolsillos
con tal de conservar el voto para 2021, sacrificando a estancias infantiles,
científicos, deportistas y lo que se acumule.
Allí está su
innegable forma de gobernar dictatorial: yo pienso, yo decido, yo ordeno.
De la
“dictadura perfecta” a la “dictadura populista”.
Se comporta
como dictador. Habla como dictador. Decide como dictador.
Vivimos,
entonces, en la dictadura de nuestros días.
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