Por Alejandro
Páez Varela.
“Corrupción
podría haber, pero no será corrupción tolerada; no será corrupción oficial y
nunca, te lo puedo garantizar, nunca será una corrupción a los niveles
escandalosos de Fox, Calderón y Peña”. Me lo dijo uno de los hombres del Presidente.
Yo le
planteaba otra cosa. Le hablaba sobre la preocupación que existe por la
economía y por el gasto público. Se lo he planteado a dos cercanos del
Presidente. Me interesa saber qué está pasando y qué están pensando.
Les dije
que una cosa es empujar despacio a un buey hacia la cresta de la montaña y
otra, muy distinta, era tratar de detener al buey cuando ya agarró vuelo en la
bajada. Esos bueyes ya no se paran. Corren cuesta abajo, hasta que chocan con
algo. Así pasó a principios del Gobierno de Ernesto Zedillo. Muchos no
recuerdan esa tragedia. Aquello fue el peor escenario, claro. No se compara al
actual escenario, aunque el freno en la economía es real.
Me dijo que en
la administración pública federal existe la misma preocupación que pesa entre
los privados. Recordé el parafraseo que hizo Alfonso Romo el pasado 30 de mayo:
“Creo que se nos ha pasado la mano, y fuerte [con los recortes]. Agregó: “La
psicosis de la corrupción nos está llevando, me incluyo, a tomar decisiones que
tienen un efecto peor en la sociedad que el ahorro mismo”.
Mi fuente
atajó: atacar la corrupción es lo prioritario, es lo fundamental. “Y no
habrá más corrupción”, puso el dedo índice en la mesa. “Eso se les acabó”. En
el mismo discurso de AMLO. Sólo faltó el “me canso ganso”.
Un
entusiasta dentro del Gobierno federal, de buen nivel, que le entiende bien a
los números, me argumentó que la corrupción genera una economía falsa.
“Burbujas que revientan”, dijo. “Piensa en lo que pasó con la refinería
inexistente de Felipe Calderón. Es un ejemplo menor y sólo para ilustrar. Se
pagaron terrenos a sobreprecio para beneficiar a algunos; se pagaron estudios
para beneficiar a otros; se gastó en una barda que dio empleo a cinco albañiles
o los que sean. Sigo ejemplificando. Y ya. Algunos ganaron. Cero empleos a los
pocos meses. ¿Qué le queda al país? Un terreno baldío, improductivo; sólo
ganancias para quienes lo operaron”.
O lo que
pasó con cualquiera de los hospitales que hizo Peña, dijo: empleos para un año
cuando mucho; un robadero brutal y luego obras abandonadas. “O lo que sucedió
con las miles y miles de casas de cartón que hicieron Fox y Calderón por todo
el país. Eso no es tirar dinero: eso fue simular que tiraban el dinero… para
llevárselo. Ahora ni empleos, ni casas”.
“Corrupción
habrá, porque de plano esto estaba de la tiznada”, me dijo aquél, uno de los
hombres del Presidente. “Pero nunca como en los últimos sexenios. Llegamos al
tope. Y eso, les guste o no, se acabó”. El discurso de López Obrador
Muchos
factores afectan la economía. La violencia es uno de ellos. El pleito de Trump
con China y el enfriamiento del comercio global es otro. Y, claro, la amenaza
de estos días: imponer aranceles graduales a México; nos pega duro.
Pero si a
eso se le agrega que el Gobierno no está soltando el gasto porque la prioridad
es frenar la corrupción, pues peligro.
Carlos Urzúa
Macías se ha ganado enemistades dentro del Gobierno federal. El Secretario
de Hacienda tiene frenado el gasto y está soltándolo a cuentagotas. Pero la
orden que tiene es rotunda, me dicen, y viene del Presidente: el gasto se
liberará en los distintos sectores cuando se tenga la certeza de que no le
pegarán una mordida. Entonces, claro, muchas dependencias están sufriendo y la
economía también. Es lo que argumentaba Germán Martínez en su carta, pero no es
el único.
En una
reunión de hace algunas semanas, algunos de los encargados de los órganos
desconcentrados casi renuncian en bola por falta de dinero. Así me lo contaron.
Dijeron que no pueden moverse para ningún lado.
“Y si a
eso le sumas, como es mi caso, que para pedir un lápiz hay que hacer montones
de memorándums, pues imagínate. La ortodoxia y el elefante del que habla AMLO
están ahorcando a la administración pública”, me dijo la semana pasada uno de los directores de uno
de los órganos.
¿Y luego?,
le pregunté.
Me dijo
que es aguantar, aguantar.
Aguantar,
ajá. ¿Aguantar cómo? El gasto público funciona en la economía como el buey de
una carreta: si no lo alimentas, se para el buey pero además se para la
carreta. El gasto del gobierno detona el gasto de los privados. Pero si el buey
ya va echando el bofe, no es sólo el buey: son el buey y la carreta los que se
agotan.
Veo un
riesgo externo en estos momentos con Trump. Uno muy grande. Quizás el más
grande en décadas.
Y si el
buey va subiendo la cuesta, pues bueno, detendrá lentamente su marcha. Ya la
retomará.
Pero si
el buey se detiene y detiene la carreta, uno y otro se jalarán fuerte hacia
abajo. Y esos bueyes de bajada ya no se paran. Corren cuesta abajo, hasta… la
barranca.
Había
otras condiciones entonces, pero lo que pasó a principios del Gobierno de
Ernesto Zedillo fue una tormenta con distintos frentes. Insisto en que no son
las mismas condiciones hoy que entonces. Pero las condiciones se crean, se
generan. Trump puede ser el frente que desate la tormenta coordinada. No puede
agarrarnos con crecimiento estancado y mandarnos a negativos.
Se
necesita echar a andar los proyectos productivos ya, y no conformarme con el posible
efecto que tendrá el reparto de becas y pensiones. Se necesita, urgentemente,
generar fuentes de empleo: echar a andar el dinero del gobierno y el de los
privados. Pero a la voz de ya. O, como digo, cuando el buey y la carreta vengan
de bajada será una tarea de titanes detenerlos para que vuelvan a tomar el
paso.
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