Salvador Camarena.
“Si ninguna escuela pública se desplomó en el sismo del 19 de
septiembre de 2017”, escribió el viernes pasado la periodista Nadia Sanders,
“fue gracias a las estrictas normas de construcción que deben tener los
planteles en el país y al reforzamiento que han recibido.
“Quien se encarga de supervisar que las empresas
constructoras den cumplimiento a esas normas son los Institutos de
Infraestructura Física Educativa a nivel estatal, con la asesoría técnica del
Instituto Nacional para la Infraestructura Física Educativa (Inifed), un órgano
sectorizado de la SEP”.
Sanders, periodista de Mexico.com, hizo su tesis para obtener
el grado de maestra en el CIDE sobre la reconstrucción de las escuelas.
En el texto “¿Qué es el Inifed y por qué su desaparición pone
en riesgo a los niños?”, la reportera asienta que “el Inifed es el único
organismo con personal especializado en el tema y su desaparición deja sin
tutela la planeación y distribución de los recursos para construir escuelas
seguras”.
He dedicado ya tres columnas a la propuesta del presidente
Andrés Manuel López Obrador, de dar el dinero de la construcción y
mantenimiento de escuelas a comités escolares que deberán ser conformados por
padres y alumnos, en detrimento del Inifed.
El texto de Sanders, y su tesis por supuesto, apuntan en el
sentido correcto cuando señala, como ella lo resumió en Twitter ese mismo
viernes, que “desaparecer al Inifed para que padres y maestros estén a cargo de
trabajos de mantenimiento, es como decir que se van a eliminar los tribunales
para que cada quién aplique la justicia. El que una institución no sea ni
suficiente ni perfecta no obliga a su eliminación, por el contrario. Si no hubo
una tragedia mayor en escuelas públicas en los sismos, es gracias a normas
elaboradas por destacados estructuristas”.
A pesar de todo lo anterior, ni en la Secretaría de Educación
Pública ni en el gobierno federal ni en el Congreso de la Unión la singular
iniciativa presidencial de desaparecer un organismo surgido como CAPFCE, en
1944, y del cual no tenemos mayor noticia de ineficiencia o corrupción, ha
enfrentado resistencia. Gente que uno podría considerar sensata y comprometida
con el país ha guardado silencio ante la destrucción de esta institución.
Será que se han rendido sin luchar. Será que no tienen los
tamaños para defender instituciones. Será que no pueden porque les sacan sus
trapitos al sol. O será que se han resignado a la destrucción del orden
establecido. Destrucción que ha sido anunciada, ni más ni menos, con ese
término, desde la tribuna del Congreso, como ocurriera el jueves pasado, cuando
el senador Rubén Rocha Moya, para más señas presidente de la Comisión de
Educación, dejó claro que destruir es lo que pretende el régimen.
Ese jueves, en la permanente del Congreso se discutía la
desaparición del Inadem (Instituto Nacional del Emprendedor, de no tan buena
fama como el Inifed, por cierto). Y al contestar cuestionamientos del PAN, el
legislador de Morena sentenció:
“Queremos eso, queremos un cambio, transformar y el cambio
significa, queridos compañeros senadores, significa destruir lo viejo, lo
obsoleto, lo corrupto, destruir lo ineficiente. (…) Esta es una visión
distinta, por eso es que los programas que se están formulando son la antítesis
de lo anterior; es decir, pues si es la antítesis, tenemos que destruir lo que
no servía, a eso venimos, a destruir, insisto, lo que ha sido el instrumento,
el mazo con que se ha golpeado al pueblo mexicano”.
Según Rocha, se destruirá aquello que “ha depredado
justamente el patrimonio de nuestro país”.
Hay al menos dos problemas con lo que Rocha, y no pocos de
Morena, plantean. El primero es que parten del aserto de que 30 millones de
votos le dan derecho a López Obrador de cambiar todo lo que guste y mande. Y
que quienes cuestionen la forma o el fondo de eso, es que no asumen la derrota
del 1 de julio.
Y en segundo lugar, el Ejecutivo agarra parejo: no realiza
diagnósticos para saber qué sirve pero debe ser mejorado, qué no sirve y puede
ser corregido, o qué simplemente debe ser eliminado. Si por él fuera, poco
quedaría del pasado.
Frente a esa pulsión destructora, resta cuestionar qué está
construyendo y cómo va a demostrar que es mejor que lo que existía.
No vaya a resultar que nos quedemos sin instituciones como el
Inifed, que podría ser destruido sin generar alguna alternativa coherente y en
medio del silencio de quienes si leyeran a Nadia Sanders, verían que si no hubo
más destrucción en septiembre de 2017, fue porque no todo lo que había antes de
diciembre era digno de ser arrasado por el humor presidencial.
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