lunes, 30 de septiembre de 2019

Trump y el Holocausto.


Guadalupe Correa-Cabrera.

Y sé una cosa más—que la Europa del futuro no puede existir sin la conmemoración de todos aquellos que, independientemente de su nacionalidad, fueron asesinados en ese momento con un absoluto desprecio y odio, que fueron torturados hasta la muerte, pasaron hambre, fueron asfixiados con gas, incinerados y ahorcados.

-Andrzej Szczyplorski

Prisionero del Campo de Concentración Sachsenhausen, 1995

Del 23 al 27 de septiembre se llevó a cabo en la capital de Alemania, la escuela de verano para ex alumnos del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín (Freie Universität Berlin). El tema del evento que reunió a un grupo interesante de académicos—principalmente de la región de América Latina y Alemania—fue el de la “Violencia y Conflictos Sociales”. Ahí se habló de conflictos relacionados con la desigualdad, la pobreza, el medio ambiente, los recursos naturales, entre otros. Además, algunas ponencias se enfocaron en temas de narcotráfico, pandillas, paramilitarismo, desaparición forzada y otros tipos de violencia política y estructural. Como ejes transversales de la discusión estuvieron la desigualdad, el colonialismo, la memoria y la búsqueda de paz.

Fue un evento interesante, rico en experiencias, que ilustró perfectamente las complejidades y las desigualdades en nuestra región. Además del intercambio académico, se realizaron otras actividades especiales, entre las que destacan: una visita a la cúpula del Reichstag y conversatorios con miembros del Parlamento Alemán; un recorrido por el Museo de la Stasi (que fuera el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana) en la central del Ministerio de Seguridad Estatal; y una visita al memorial del Muro de Berlín. También se organizó una excursión al campo de concentración Sachsenhausen en Oranienburg, localizado en las afueras de la ciudad, aproximadamente 30 minutos al norte de Berlín. Decidí formar parte de esta última actividad por razones profesionales que tienen que ver con mi investigación actual sobre caravanas migrantes y los nuevos movimientos sociales.


“Mediante una comparación de estos espacios con los campos de concentración administrados por la Alemania nazi, congresistas demócratas y otros actores clave en los medios, la política, e incluso en la academia, añaden emociones, memorias históricas e histrionismo a su crítica de la política supremacista trumpiana (o trumpista)”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera

La visita a Sachsenhausen en este preciso momento de mi carrera académica fue muy importante. Además de ayudarme a poner en perspectiva los temas de memoria histórica, me permitió analizar la utilización con “fines políticos” de términos y conceptos vinculados al Holocausto y a la tragedia del pueblo judío en el contexto actual de migraciones en masa, las denominadas “caravanas migrantes” y la política fronteriza y migratoria de Estados Unidos en la era de Donald Trump. Desde que llega Trump al poder, y como reacción a su discurso nacionalista y supremacista que pretende “Hacer a América Grande [o Blanca] Otra Vez” (Make America Great Again), surge un contra-discurso y una retórica específicos que retoman términos utilizados en el contexto particular del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial.

Cabe destacar el uso reciente y reiterado de la palabra “éxodo” para referirse a las caravanas migrantes o a las nuevas migraciones en masa que vienen del sur del continente o de otras partes del mundo. Este término se retoma del segundo libro de la Biblia, donde se describe el éxodo de los israelitas que se liberaron de la esclavitud en Egipto y llegaron hacia la Tierra Prometida—gracias a Dios, quien les fue abriendo un camino en el mar. Por su parte, se comienza a utilizar de manera frecuente—y especialmente por aquellos que están en contra del Gobierno de Trump—la palabra fascismo para referirse a la actual administración estadounidense. Esto aplica, en particular, a su líder supremo, a las intuiciones del país mismo (principalmente la policía, la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas [ICE] de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza [CBP]) y a todos aquellos que comulgan con la ideología que propone quien quiere “volver a hacer a América grande”.

Otra característica del nuevo discurso anti-trumpiano (o anti-trumpista) es el enfoque en los centros de detención de migrantes irregulares o indocumentados—muchos de ellos empresas privadas—que se comparan con campos de concentración. La utilización de este término fue generalizada y se hizo “viral” en los medios de comunicación este verano por congresistas demócratas que denunciaron las deplorables condiciones en las que se encuentran aquellos que son detenidos por el ICE y enviados a estos centros para verificar sus casos en un proceso inicial de control migratorio. Mediante una comparación de estos espacios con los campos de concentración administrados por la Alemania nazi, congresistas demócratas y otros actores clave en los medios, la política, e incluso en la academia, añaden emociones, memorias históricas e histrionismo a su crítica de la política supremacista trumpiana (o trumpista).


“También se organizó una excursión al campo de concentración Sachsenhausen en Oranienburg, localizado en las afueras de la ciudad, aproximadamente 30 minutos al norte de Berlín”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera

Ciertamente, podemos encontrar algunos elementos comunes en el discurso trumpiano [o trumpista] que nos recuerda en cierto sentido a partes del lenguaje y propaganda que se extendió en lo que fue la República Democrática Alemana. La xenofobia y el supremacismo blanco son ciertamente aspectos torales de lo que fue la Alemania nazi. Sin embargo, se podría pensar que el contexto histórico y geopolítico en nuestros tiempos es fundamentalmente diferente. No podemos estar seguros hoy por hoy—por la reacción evidente ante el discurso de Trump—que un sistema totalitario reinará en lo que es (o fue algún día) la democracia representativa más importante del mundo. Es sólo una posibilidad, pero no podemos anticipar el resultado a estas alturas.

Sin duda alguna, se pueden apreciar—o interpretar—ciertas similitudes entre los discursos que se escucharon como propaganda en la era del fascismo y los mensajes que transmite el Presidente estadounidense vía la red social Twitter o a través de los grandes medios de comunicación internacionales. Existen también algunas características de las nuevas migraciones masivas en el mundo que nos permiten recordar el Éxodo del pueblo judío según la Biblia. Sin embargo, es preciso, como profesionales y estudiosos de los fenómenos políticos y sociales, dejar las emociones de lado, y analizar con mucho cuidado el contexto actual y los grandes fenómenos políticos del presente. Es nuestro deber tomar la distancia necesaria y utilizar de forma apropiada las palabras para evitar tergiversar la historia. De otro modo, podríamos caer presos de una propaganda distinta, quizás extendida con fines políticos o geopolíticos complejos, que aún desconocemos.

Al mismo tiempo, debemos estar muy pendientes de los nuevos procesos históricos y evitar a toda costa una nueva era de exterminio en pleno siglo veintiuno. La memoria histórica es clave para prevenir cualquier proceso que derive en genocidio o regímenes totalitarios. Es preciso analizar las banderas rojas (red flags) y los símbolos que nos podrían llevar, bajo determinadas condiciones, a repetir procesos históricos de destrucción y muerte de decenas de millones de personas como en la Segunda Guerra Mundial. Algunos procesos históricos tienden a repetirse, adaptándose a los nuevos referentes contextuales y utilizando nuevas tecnologías. Estemos atentos y no bajemos la guardia, pero se requiere de responsabilidad.

“Las víctimas de genocidio o desaparición forzada deben ser recordadas y honradas en el memorial que les corresponde”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera

La visita a Sachsenhausen nos permitió recordar, a los que fuimos, el genocidio nazi. En otras palabras, nos hizo reflexionar sobre la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado nazi de millones de seres humanos, incluyendo a seis millones de judíos. Las condiciones de terror, el hacinamiento, los trabajos forzados, la tortura, el “tiro de gracia” y la cámara de gas forman parte de nuestra memoria acerca de los campos de concentración durante una era negra en la historia de la humanidad.

Me parece pertinente mencionar que después de esta visita, no puedo estar tan segura de que lo que pasó en Berlín y en otras partes del mundo ocupadas por la Alemania nazi pueda compararse con lo que pasa ahora en los centros de detención manejados por el ICE o Servicio de Control de Inmigración y Aduanas estadounidense. Sin embargo, agrupaciones o redes como la denominada “No Más Campos de Concentración” (No More Concentration Camps) así lo han manejado y difundido masivamente de una forma muy bien organizada. El mensaje es claro y han construido con mucho cuidado (y con recursos) este discurso. Vale la pena revisar su página de internet (https://nomorecamps.org/) y los integrantes de este grupo—o más bien “red”—que funciona de manera estructurada y que tiene entre sus filas a rabinos y miembros destacados de la comunidad judía—en los medios, el activismo y otros espacios de gran influencia internacional. Sus acciones (#CloseTheCamps, Lights For Liberty, Never Again Action y Movimiento Cosecha), discurso e integrantes (promotores, mensajeros y afiliados) hablan por sí mismos.

Finalmente, no estoy segura de que todos los miembros de la comunidad judía estén de acuerdo en equiparar el Holocausto del siglo veinte con la era que vive el mundo actualmente. Con ello podría descontextualizarse y desvirtuarse una de las tragedias más terribles de todos los tiempos. Ciertamente, vivimos una tremenda crisis humanitaria en diversas regiones del mundo y la tragedia de los refugiados es producto de guerras sangrientas que tienen como fundamento las luchas intestinas por el poder, el dinero y los recursos naturales.

“Las condiciones de terror, el hacinamiento, los trabajos forzados, la tortura, el “tiro de gracia” y la cámara de gas forman parte de nuestra memoria acerca de los campos de concentración durante una era negra en la historia de la humanidad”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera

Esto es, sin lugar a dudas, trágico, inhumano, inaceptable y hace un llamado a la acción inmediata. Pero cada tragedia humana, e inclusive el genocidio, tiene sus razones, contexto y características particulares. Es por ello, que los procesos de memoria y justicia transicional deben pensarse y discutirse ampliamente y con mucho cuidado en cada lugar y en cada momento particular de la historia. Además, se deben generar amplios consensos para decidir las acciones a realizar. Las víctimas de genocidio o desaparición forzada deben ser recordadas y honradas en el memorial que les corresponde. Sólo así se puede transitar hacia un verdadero proceso de paz.

Para algunos, la elección de Donald Trump podría representar un parteaguas en la historia de Estados Unidos, así como lo fue Adolfo Hitler para la historia de Alemania. Y para evitar un desenlace similar, según esta visión, es preciso terminar con la semilla que podría dar vida a este proceso. Para ciertos anti-trumpistas y para algunos miembros del Partido Demócrata, Trump representa la semilla del fascismo. Podrían o no estar en lo correcto.

Pero para desalentar el fascismo y evitar un holocausto en la era moderna no se deberían generar percepciones distorsionadas de un campo de concentración o un Éxodo. En mi perspectiva y según mi experiencia en el tema, el centro de detención de migrantes en Clint Texas no se puede equiparar, ni mínimamente, con el campo de concentración (o más bien de exterminio) de Sachsenhausen. Por otro lado, y creo que en eso coincidiríamos muchos: Estados Unidos no es “La Tierra Prometida” a la que llegaron los israelitas después del Éxodo.

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