Guadalupe
Correa-Cabrera.
Y sé una
cosa más—que la Europa del futuro no puede existir sin la conmemoración de
todos aquellos que, independientemente de su nacionalidad, fueron asesinados en
ese momento con un absoluto desprecio y odio, que fueron torturados hasta la
muerte, pasaron hambre, fueron asfixiados con gas, incinerados y ahorcados.
-Andrzej
Szczyplorski
Prisionero
del Campo de Concentración Sachsenhausen, 1995
Del 23 al 27
de septiembre se llevó a cabo en la capital de Alemania, la escuela de verano
para ex alumnos del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad
Libre de Berlín (Freie Universität Berlin). El tema del evento que reunió a un
grupo interesante de académicos—principalmente de la región de América Latina y
Alemania—fue el de la “Violencia y Conflictos Sociales”. Ahí se habló de
conflictos relacionados con la desigualdad, la pobreza, el medio ambiente, los
recursos naturales, entre otros. Además, algunas ponencias se enfocaron en
temas de narcotráfico, pandillas, paramilitarismo, desaparición forzada y otros
tipos de violencia política y estructural. Como ejes transversales de la
discusión estuvieron la desigualdad, el colonialismo, la memoria y la búsqueda
de paz.
Fue un
evento interesante, rico en experiencias, que ilustró perfectamente las
complejidades y las desigualdades en nuestra región. Además del intercambio
académico, se realizaron otras actividades especiales, entre las que destacan:
una visita a la cúpula del Reichstag y conversatorios con miembros del
Parlamento Alemán; un recorrido por el Museo de la Stasi (que fuera el órgano
de inteligencia de la República Democrática Alemana) en la central del
Ministerio de Seguridad Estatal; y una visita al memorial del Muro de Berlín.
También se organizó una excursión al campo de concentración Sachsenhausen en
Oranienburg, localizado en las afueras de la ciudad, aproximadamente 30 minutos
al norte de Berlín. Decidí formar parte de esta última actividad por razones
profesionales que tienen que ver con mi investigación actual sobre caravanas
migrantes y los nuevos movimientos sociales.
“Mediante
una comparación de estos espacios con los campos de concentración administrados
por la Alemania nazi, congresistas demócratas y otros actores clave en los
medios, la política, e incluso en la academia, añaden emociones, memorias
históricas e histrionismo a su crítica de la política supremacista trumpiana (o
trumpista)”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera
La visita a
Sachsenhausen en este preciso momento de mi carrera académica fue muy
importante. Además de ayudarme a poner en perspectiva los temas de memoria
histórica, me permitió analizar la utilización con “fines políticos” de
términos y conceptos vinculados al Holocausto y a la tragedia del pueblo judío
en el contexto actual de migraciones en masa, las denominadas “caravanas
migrantes” y la política fronteriza y migratoria de Estados Unidos en la era de
Donald Trump. Desde que llega Trump al poder, y como reacción a su discurso
nacionalista y supremacista que pretende “Hacer a América Grande [o Blanca]
Otra Vez” (Make America Great Again), surge un contra-discurso y una retórica
específicos que retoman términos utilizados en el contexto particular del Holocausto
de la Segunda Guerra Mundial.
Cabe
destacar el uso reciente y reiterado de la palabra “éxodo” para referirse a las
caravanas migrantes o a las nuevas migraciones en masa que vienen del sur del
continente o de otras partes del mundo. Este término se retoma del segundo
libro de la Biblia, donde se describe el éxodo de los israelitas que se
liberaron de la esclavitud en Egipto y llegaron hacia la Tierra
Prometida—gracias a Dios, quien les fue abriendo un camino en el mar. Por su
parte, se comienza a utilizar de manera frecuente—y especialmente por aquellos
que están en contra del Gobierno de Trump—la palabra fascismo para referirse a
la actual administración estadounidense. Esto aplica, en particular, a su líder
supremo, a las intuiciones del país mismo (principalmente la policía, la
Patrulla Fronteriza y el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas [ICE] de
la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza [CBP]) y a todos aquellos que
comulgan con la ideología que propone quien quiere “volver a hacer a América
grande”.
Otra
característica del nuevo discurso anti-trumpiano (o anti-trumpista) es el
enfoque en los centros de detención de migrantes irregulares o
indocumentados—muchos de ellos empresas privadas—que se comparan con campos de
concentración. La utilización de este término fue generalizada y se hizo
“viral” en los medios de comunicación este verano por congresistas demócratas
que denunciaron las deplorables condiciones en las que se encuentran aquellos
que son detenidos por el ICE y enviados a estos centros para verificar sus
casos en un proceso inicial de control migratorio. Mediante una comparación de
estos espacios con los campos de concentración administrados por la Alemania
nazi, congresistas demócratas y otros actores clave en los medios, la política,
e incluso en la academia, añaden emociones, memorias históricas e histrionismo
a su crítica de la política supremacista trumpiana (o trumpista).
“También se
organizó una excursión al campo de concentración Sachsenhausen en Oranienburg,
localizado en las afueras de la ciudad, aproximadamente 30 minutos al norte de
Berlín”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera
Ciertamente,
podemos encontrar algunos elementos comunes en el discurso trumpiano [o
trumpista] que nos recuerda en cierto sentido a partes del lenguaje y
propaganda que se extendió en lo que fue la República Democrática Alemana. La
xenofobia y el supremacismo blanco son ciertamente aspectos torales de lo que
fue la Alemania nazi. Sin embargo, se podría pensar que el contexto histórico y
geopolítico en nuestros tiempos es fundamentalmente diferente. No podemos estar
seguros hoy por hoy—por la reacción evidente ante el discurso de Trump—que un
sistema totalitario reinará en lo que es (o fue algún día) la democracia
representativa más importante del mundo. Es sólo una posibilidad, pero no
podemos anticipar el resultado a estas alturas.
Sin duda
alguna, se pueden apreciar—o interpretar—ciertas similitudes entre los
discursos que se escucharon como propaganda en la era del fascismo y los
mensajes que transmite el Presidente estadounidense vía la red social Twitter o
a través de los grandes medios de comunicación internacionales. Existen también
algunas características de las nuevas migraciones masivas en el mundo que nos
permiten recordar el Éxodo del pueblo judío según la Biblia. Sin embargo, es
preciso, como profesionales y estudiosos de los fenómenos políticos y sociales,
dejar las emociones de lado, y analizar con mucho cuidado el contexto actual y
los grandes fenómenos políticos del presente. Es nuestro deber tomar la
distancia necesaria y utilizar de forma apropiada las palabras para evitar
tergiversar la historia. De otro modo, podríamos caer presos de una propaganda
distinta, quizás extendida con fines políticos o geopolíticos complejos, que aún
desconocemos.
Al mismo
tiempo, debemos estar muy pendientes de los nuevos procesos históricos y evitar
a toda costa una nueva era de exterminio en pleno siglo veintiuno. La memoria
histórica es clave para prevenir cualquier proceso que derive en genocidio o
regímenes totalitarios. Es preciso analizar las banderas rojas (red flags) y
los símbolos que nos podrían llevar, bajo determinadas condiciones, a repetir
procesos históricos de destrucción y muerte de decenas de millones de personas
como en la Segunda Guerra Mundial. Algunos procesos históricos tienden a
repetirse, adaptándose a los nuevos referentes contextuales y utilizando nuevas
tecnologías. Estemos atentos y no bajemos la guardia, pero se requiere de
responsabilidad.
“Las
víctimas de genocidio o desaparición forzada deben ser recordadas y honradas en
el memorial que les corresponde”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera
La visita a
Sachsenhausen nos permitió recordar, a los que fuimos, el genocidio nazi. En
otras palabras, nos hizo reflexionar sobre la persecución y el asesinato
sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado nazi de
millones de seres humanos, incluyendo a seis millones de judíos. Las
condiciones de terror, el hacinamiento, los trabajos forzados, la tortura, el “tiro
de gracia” y la cámara de gas forman parte de nuestra memoria acerca de los
campos de concentración durante una era negra en la historia de la humanidad.
Me parece
pertinente mencionar que después de esta visita, no puedo estar tan segura de
que lo que pasó en Berlín y en otras partes del mundo ocupadas por la Alemania
nazi pueda compararse con lo que pasa ahora en los centros de detención
manejados por el ICE o Servicio de Control de Inmigración y Aduanas
estadounidense. Sin embargo, agrupaciones o redes como la denominada “No Más
Campos de Concentración” (No More Concentration Camps) así lo han manejado y
difundido masivamente de una forma muy bien organizada. El mensaje es claro y
han construido con mucho cuidado (y con recursos) este discurso. Vale la pena
revisar su página de internet (https://nomorecamps.org/) y los integrantes de
este grupo—o más bien “red”—que funciona de manera estructurada y que tiene
entre sus filas a rabinos y miembros destacados de la comunidad judía—en los
medios, el activismo y otros espacios de gran influencia internacional. Sus
acciones (#CloseTheCamps, Lights For Liberty, Never Again Action y Movimiento
Cosecha), discurso e integrantes (promotores, mensajeros y afiliados) hablan
por sí mismos.
Finalmente,
no estoy segura de que todos los miembros de la comunidad judía estén de
acuerdo en equiparar el Holocausto del siglo veinte con la era que vive el
mundo actualmente. Con ello podría descontextualizarse y desvirtuarse una de
las tragedias más terribles de todos los tiempos. Ciertamente, vivimos una
tremenda crisis humanitaria en diversas regiones del mundo y la tragedia de los
refugiados es producto de guerras sangrientas que tienen como fundamento las
luchas intestinas por el poder, el dinero y los recursos naturales.
“Las
condiciones de terror, el hacinamiento, los trabajos forzados, la tortura, el
“tiro de gracia” y la cámara de gas forman parte de nuestra memoria acerca de
los campos de concentración durante una era negra en la historia de la
humanidad”. Foto: Guadalupe Correa-Cabrera
Esto es, sin
lugar a dudas, trágico, inhumano, inaceptable y hace un llamado a la acción
inmediata. Pero cada tragedia humana, e inclusive el genocidio, tiene sus
razones, contexto y características particulares. Es por ello, que los procesos
de memoria y justicia transicional deben pensarse y discutirse ampliamente y
con mucho cuidado en cada lugar y en cada momento particular de la historia.
Además, se deben generar amplios consensos para decidir las acciones a
realizar. Las víctimas de genocidio o desaparición forzada deben ser recordadas
y honradas en el memorial que les corresponde. Sólo así se puede transitar
hacia un verdadero proceso de paz.
Para
algunos, la elección de Donald Trump podría representar un parteaguas en la
historia de Estados Unidos, así como lo fue Adolfo Hitler para la historia de
Alemania. Y para evitar un desenlace similar, según esta visión, es preciso
terminar con la semilla que podría dar vida a este proceso. Para ciertos
anti-trumpistas y para algunos miembros del Partido Demócrata, Trump representa
la semilla del fascismo. Podrían o no estar en lo correcto.
Pero para
desalentar el fascismo y evitar un holocausto en la era moderna no se deberían
generar percepciones distorsionadas de un campo de concentración o un Éxodo. En
mi perspectiva y según mi experiencia en el tema, el centro de detención de
migrantes en Clint Texas no se puede equiparar, ni mínimamente, con el campo de
concentración (o más bien de exterminio) de Sachsenhausen. Por otro lado, y
creo que en eso coincidiríamos muchos: Estados Unidos no es “La Tierra
Prometida” a la que llegaron los israelitas después del Éxodo.
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