viernes, 27 de septiembre de 2019

León: la ambición rompe el saco.


Arnoldo Cuellar.

En León, histórica y tradicionalmente, los negocios han estado por encima de la sustentabilidad. La región de ríos y ciénagas está cubierta de cemento, aunque cada temporada de lluvias el agua reconoce y no faltan las viviendas inundadas.

El bosque bajo cedió bajo el peso de la urbanización y lo sigue haciendo. Se acabó el terreno plano y hoy en León se construye en las faldas de las elevaciones y se sigue deforestando y colocando planchas de concreto que hacen correr el agua e impiden su infiltración.

Los responsables de la conducción de la ciudad, políticos, empresarios, dueños de medios y uno que otro académico, parecen coincidir en la idea de que el crecimiento es infinito, que la ciudad mejora si crece su actividad económica y su población.

Así fue como la ciudad de México construyó su desastre, igual que Guadalajara y otras urbes del país: cero planeación, codicia a raudales, leyes inexistentes o inaplicables y ningún compromiso con el futuro ni con la racionalidad.

León va que vuela. Ya no tiene agua para satisfacer su demanda creciente y la busca en sitios cada vez más lejanos, incurriendo en conflictos con otras comunidades; sigue contaminando la que utiliza, basta con asomarse al río Turbio en el sur de la ciudad. Además, los empresarios insisten en urbanizar las zonas de recarga de acuíferos, tanto en la sierra de Lobos como en la zona baja del sur, con la complacencia encubierta de las autoridades.

El IMPLAN, ese órgano rector que dio batallas decisivas por hacer respetar el orden en la ciudad, está hoy disminuido, con un consejo de bajo perfil y convertido en una dependencia burocrática sometida a los criterios del alcalde y sus colaboradores.

Los funcionarios responsables del área medioambiental de los últimos años, desde el barbarista Fidel García y los dos de la era santillanista, Ricardo de la Parra y Maricarmen Mejía, presumen que no usan popotes y reciclan la basura de su casa, pero la mayor parte de sus decisiones institucionales favorecieron a las empresas y no al cuidado del medio ambiente.

Los tres funcionarios avalaron la construcción del mega mall City Park/City Center en la vecindad de un parque público que contiene un cuerpo de agua que la población de la zona ha aprendido a disfrutar y respetar, pero que además se ha convertido en remanso de aves nativas y migratorias.

La gran defensa de quienes avalan la construcción del complejo y su virtual apropiación del espacio público, ha consistido en asegurar que el cuerpo de agua de los Cárcamos no es un humedal, además de negar lo que cualquier técnico calificado de Sapal sabe sin necesidad de estudios: que el agua proviene del vaso del Palote a través de filtraciones subterráneas.

Negando lo evidente: que en el socavón hay agua, fauna y vegetación; y realizando costosos estudios para negar la realidad, los empresarios evidencian lo que es el principal motor de la destrucción del equilibrio ambiental en León: la codicia.

Pero, además, la desesperación los ha llevado a niveles no vistos de agresividad. Los inversionistas locales del complejo comercial, los empresarios Oscar Weber y Omar Quezada, se han dado a la tarea de pagar ataques en medios de comunicación y redes sociales para intentar desprestigiar a los ambientalistas que han organizado una resistencia a la invasión de los Cárcamos por la ambición empresarial.

De los ataques es mejor no ocuparse, pues son insustanciales y hasta ridículos. Sin embargo, llama la atención la aplicación de ese dinero para combatir a defensores del medio ambiente. Me recuerda a quienes a nivel mundial están calumniando a la adolescente sueca Greta Thunberg acusándola de ser parte de una “conspiración ecologista mundial” contra la industria.

Algo muy grave debe estar pasando por la cabeza de quienes quieren convertir en enemigos a los que trabajan por un mundo mejor, no por uno con más dinero (por cierto, muy mal distribuido), más automóviles, más centros comerciales, aunque ello conlleve un aire de peor calidad, el aumento de la temperatura global, más tragedias vinculadas al cambio climático y, en general un deterioro de la calidad de vida.

Sin embargo, me quedo con algo: si los activistas del medio ambiente están provocando tales enojos y las altas inversiones de los empresarios en ataques periodísticos mezquinos, quiere decir que su trabajo no está pasando desapercibido y que vienen logrando algunos cambios.

En esos cambios reside nuestra esperanza, no en la ambición desbocada de unos yuppies metalizados e insensibles, ni tampoco en la lamentable compra de conciencias y voluntades que realizan porque pueden y porque hay quienes las ponen a la venta.

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