Alejandro
Páez Varela.
América
Latina fue empujado al neoliberalismo más ortodoxo como pocas otras regiones
del mundo. Al tiempo que Europa caminaba hacia una economía de bienestar
social, millones de individuos de este lado del Atlántico fueron conducidos
durante tres décadas por una supercarretera de un sólo sentido, con
señalamientos fijados por Banco Mundial y FMI, que prometía adelgazar los
estados nacionales, sanear las finanzas públicas, generar riqueza y repartir el
bienestar. No pasó. Fuimos engañados. Ahora la frustración se ha convertido en
desesperanza y algunos, como Chile o Haití, lo han expresado en las calles y
con disturbios y otros, como México y Argentina, se han dado la oportunidad de
provocar un cambio político desde las urnas. Centroamérica es un rosario de
gobiernos viejos y nuevos, pero está igualmente demolido por estos años de
depredación. Lo demuestra la migración inédita. El cambio tiene resistencias,
como en Brasil, pero Jair Bolsonaro no tiene nada qué ofrecer a estas alturas
sino más ruina, y eso será advertido por los votantes pronto, ojalá, antes de
que el desencanto se les transforme en algo más.
Este año,
México crecerá casi nada. La región promediará algo así como 0.2 por ciento
mientras que Asia andará en 5.9 por ciento y África, sí, África rondará el 3
por ciento. Las posibilidades de que América Latina despegue en los siguientes
pocos años son pocas, simplemente porque el mundo está en un frenón. Esto
acelerará el desencanto porque la pobreza se incrementará y el cambio de modelo
se puede leer como factor de riesgo entre los capitales. Curiosamente, serán
los mismos capitales –que suelen ser poco racionales– los que echarán gasolina
al descontento y, consecuentemente, al cambio. Detener las inversiones no hará
sino darle la razón a los desencantados. El problema vendrá cuando la
desesperanza cancele opciones en zonas donde la desigualdad es más profunda. Si
los capitales privados vean hacia América Latina como zona de riesgo, se
frenarán economías, se acelerará el empobrecimiento de sectores vulnerables y
claro, se alimentará el descontento. Y el descontento puede traducirse en
inestabilidad social.
El caso de
México es especial. Hay un cambio de régimen en proceso que es empujado por
varios factores, y no sólo el fracaso del neoliberalismo. La corrupción
grosera, la violencia imparable, los niveles de endeudamiento y la demolición
de las empresas nacionales fueron un detonante que abrió las puertas a Andrés
Manuel López Obrador. A eso se le suma que la economía sí genera riqueza
gracias a los acuerdos comerciales con el norte, pero esa riqueza ha quedado en
pocas manos. Pero si el cambio de régimen en México es leído por los empresarios
como un factor de inestabilidad, entonces se generará poco empleo y crecerá el
descontento. Antes lo escribí: una familia puede sentirse pobre con empleos mal
pagados, pero se sentirá miserable cuando el trabajo falte. Y eso es pésima
noticia para el gobierno en turno, pero también lo es para los empresarios. Es
un ciclo que no deberían alentar, porque no harán sino darle de comer al
descontento y el descontento radicaliza las decisiones de una sociedad.
Estamos
viviendo momentos de cambio y cada sociedad está decidiendo sus pasos a diario.
Los chilenos no vieron más opción que protestar, los argentinos tuvieron
elecciones a tiempo. ¿Qué opciones tenemos los mexicanos? Claramente, el cambio
puede ser para bien –después de que el neoliberalismo hizo tanto daño– pero la
condición es que se dé con orden y beneficie a todos. Y para eso, tanto el
Gobierno como los empresarios deben dialogar y empujar juntos el pesado tren
del desarrollo. Que unos entiendan que terminaron los años de ganar a manos
llenas (sin repartir), y que la administración López Obrador comprenda que
necesita de los capitales privados.
No podemos
seguir empujando sólo el crecimiento; la gente ya cargó con esos fierros
pesados. Lo que se necesita es que se genere bienestar, a la vez que el
Gobierno acelera las acciones contra la corrupción y la inseguridad. Separados,
gobierno y empresarios, sólo se harán daño. Los hombres del dinero harán bien
si entienden que vivimos un país con muchos pobres a los que debemos buscarles
opciones, y el Gobierno hará un mejor papel si entiende que necesita a los
empresarios para echar a andar la maquinaria en tiempos de adversidad.
El
neoliberalismo provocó mucho daño; unos cuantos resultaron ganadores. Ahora es
tiempo de emprender una jornada más humana, menos salvaje, que piense que esos
que fueron desposeídos por políticas depredadoras deben encontrar bienestar, y
que se volverán contra todos los demás, ciegos por la ira, como iba a suceder
en Chile y puede suceder en cualquier parte de América Latina, casi mientras
escribo, porque el descontento es mucho y son muchos los que se sienten
engañados. Vivimos un periodo de cambio y México puede aprovecharlo. Por el
bien de todos, esto tiene que funcionar.
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