Martí Batres.
Este fin de
semana, la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO) del Gobierno de
la Ciudad de México celebró los primeros 10 años del Programa de Comedores
Comunitarios.
En virtud de
que me tocó crear este programa en el año 2009 como secretario de Desarrollo
Social de la Ciudad, me invitaron a dicha celebración.
El momento
sirvió para reflexionar sobre la naturaleza e importancia del programa.
Esta
política emergió como respuesta a la crisis del 2009, misma que ocasionó un
elevado encarecimiento de los alimentos y otros bienes y servicios.
Ante esta
realidad, cobró fuerza rápidamente la idea de construir comedores comunitarios.
Desde la
Secretaría de Desarrollo Social diseñamos dos modelos: 1) los comedores
comunitarios 2) los comedores públicos.
Los primeros
quedaron a cargo de la oficina central de la Secretaría. Para su organización
se lanzó una convocatoria abierta. Las comunidades de las diversas colonias y
barrios presentaron solicitudes, que fueron aprobadas en su caso al
cumplimiento de determinados requisitos como espacio físico, instalaciones
hidrosanitarias y otras. Por cada comedor se formó un comité administrativo
integrado por cinco personas, mismas que se encargarían de todas las labores
relacionadas con el funcionamiento del comedor, desde elaborar los platillos
hasta lavar los trastes. Para arrancar, a cada comedor se le entregó la
infraestructura, que iba desde refrigerador, tarja y estufón hasta mesas,
sillas y trastes. Asimismo, de manera constante cada comedor recibió los alimentos
no perecederos como granos, pastas, aceites, etc. Cada comedor cobraría 10
pesos por cada comida personal y con lo obtenido adquiriría los alimentos
perecederos como carnes, frutas y verduras en el mercado local.
Los
segundos, comedores públicos, quedaron a cargo del Instituto de Asistencia e
Integración Social (IASIS). Las comidas, en este caso, serían elaboradas
centralmente en las instalaciones del IASIS en grandes marmitas y distribuidas
en vehículos de la institución a diversos lugares de la Ciudad, preferentemente
puntos de extrema pobreza y población de calle y zonas de circulación de
desempleados. En este caso la comida sería gratuita y la atención a los
usuarios correría a cargo del personal de la institución.
Más tarde
surgió una tercera denominación, la de Comedores Populares, a cargo del Sistema
de Desarrollo Integral de la Familia (DIF), pero con un modelo idéntico al de
los Comedores Comunitarios.
Los tres
tipos: los Comedores Comunitarios de la oficina central de la Secretaría de Desarrollo
Social; los Comedores Públicos del IASIS y los Comedores Populares del DIF,
quedaron englobados bajo la denominación de Comedores Sociales.
Todos ellos,
cientos de comedores, quedaron distribuidos por la totalidad de la Ciudad. Se
convirtieron en un medio muy eficaz para garantizar el acceso al ejercicio del
derecho a la alimentación.
Pero también
coadyuvaron a un fin aún mayor: fueron un vehículo para construir comunidad. Se
convirtieron en el espacio, el punto de encuentro de vecinas y vecinos, en un
lugar de ayuda mutua, en el medio de conocimiento y respeto de la gente. Así se
fortalecieron los lazos de solidaridad y fraternidad, la responsabilidad de las
personas y su vocación de servicio.
El programa
de comedores tuvo un gran éxito. Pronto se convirtió en uno de los más
conocidos y reconocidos en la Ciudad. Intelectuales como Paco Taibo o Andrés
Lajous los visitaron, comieron en ellos y escribieron de ellos. Actrices y
actores de la ANDA abrieron uno.
Siete años
después de su creación, la agencia alimentaria de Naciones Unidas les otorgó un
reconocimiento. Y a consecuencia de ello y de la lucha de las comunidades
finalmente se aprobó en la Asamblea Legislativa la Ley de Comedores Sociales,
que los convierte en un derecho formal de los habitantes de la Ciudad de
México.
Podemos
afirmar que se convirtieron también en referente reproductor de la cultura
culinaria local, en forma de participación social, medio efectivo del ejercicio
de un derecho y punto de referencia de la política social.
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