Por Olga
Wornat.
Con el
permiso de Grupo Planeta México, Proceso adelanta de manera exclusiva
fragmentos del libro “Felipe, el oscuro. Secretos, intrigas y traiciones del
sexenio más sangriento de México”, de la periodista argentina Olga Wornat. La
obra empezará a circular esta semana. Se trata, asegura la autora, de un libro
prohibido durante la administración del panista, por ser un retrato sin
concesiones del personaje.
Antes de la
medianoche del 10 de noviembre de 2011, sonó el teléfono, atendí por inercia.
–Buenas
noches, Olga, te llamo desde un celular encriptado, podemos hablar tranquilos…
La voz de
Felipe Zamora Castro, subsecretario de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos de
la Secretaría de Gobernación, el funcionario a cargo de la investigación por las
amenazas que recibía desde hacía meses, sonó extrañamente tranquilizadora.
Hablábamos
casi todas las noches desde que me vi obligada a salir de México, para escapar
de la muerte.
–Amenazaron
a mi hija, estoy muy angustiada. Está embarazada, y dicen que la van a matar a
ella y a su bebé. Tienen sus datos privados, conocen sus movimientos. Que me
amenacen a mí, pero que no se metan con mis hijos. Por favor, necesito saber
quiénes son… –le dije, casi sin respirar.
Con angustia
y rabia.
–Olga,
entiendo lo que estás viviendo, yo también tengo hijos. Tu tema es grave. Nos
pusimos en contacto con el Gobierno argentino, con tres funcionarios de alto
rango, y le van a poner custodia a tus hijos.
–¿Quiénes
son? ¿Es el narco? –Volví a la carga, detrás de una respuesta que no creía
recibir.
–No, no son
ellos… Esto es de adentro –respondió.
–¿De adentro
del Gobierno? ¿Quiénes? –insistí.
–García
Luna, de ahí viene –confesó después de un breve silencio. Salí al balcón. La
noche se abría angustiante frente a mis ojos.
Felipe
Calderón nunca quiso que este libro se publicara. Quería doblegarme y
desarticularme, y por eso mandó amenazarme con los sicarios de su Gobierno, con
el “superpolicía” que combatía al narcotráfico y los secuestros desde la
Secretaría de Seguridad Pública (SSP), un antro de la mafia.
Me querían
muerta. Tuvieron que pasar muchos años hasta que una fuente pudo confirmármelo.
Después de la detención de García Luna en Estados Unidos, algunos se animaron a
contarme lo que sabían, y lo que padecieron.
Tenían una
carpeta con fotos de mi casa y de mis hijos. Fotos mías tomadas en la calle, en
un restaurante, en México y en Estados Unidos. Pero nada de esto me extraña.
No fui la
única. Muchos periodistas, mujeres y hombres honestos y luchadores, vivieron lo
mismo que yo e incluso cosas mucho peores. Algunos aún están, pero 144 fueron
asesinados, y las investigaciones se pierden en un océano de impunidad, sexenio
tras sexenio.
El
periodista Jesús Blancornelas afirmaba que “las amenazas y los asesinatos de
periodistas son ordenados desde el poder y se callan porque son cómplices o
protegen a alguien”. El legendario fundador del semanario Zeta de Tijuana, al
que tuve el privilegio de conocer hace muchos años, ya exiliado en Estados
Unidos y con el cuerpo hecho un colador de los balazos que recibió en un
atentado, tenía razón.
“Nos piden
pruebas. No tenemos pruebas, pero tenemos indicios y es suficiente. Los
periodistas tenemos que ir adelante de la policía y del Gobierno. Que
investiguen ellos y aclaren los crímenes y amenazas”, me dijo el maestro.
Fragmento
del texto publicado en la edición 2287 de a revista Proceso, ya en circulación.
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