lunes, 31 de agosto de 2020

Las oscuridades de Calderón.


El libro de los secretos: Las oscuridades de Calderón | Vanguardia

Por Olga Wornat.

Con el permiso de Grupo Planeta México, Proceso adelanta de manera exclusiva fragmentos del libro “Felipe, el oscuro. Secretos, intrigas y traiciones del sexenio más sangriento de México”, de la periodista argentina Olga Wornat. La obra empezará a circular esta semana. Se trata, asegura la autora, de un libro prohibido durante la administración del panista, por ser un retrato sin concesiones del personaje.

Antes de la medianoche del 10 de noviembre de 2011, sonó el teléfono, atendí por inercia.

–Buenas noches, Olga, te llamo desde un celular encriptado, podemos hablar tranquilos…

La voz de Felipe Zamora Castro, subsecretario de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, el funcionario a cargo de la investigación por las amenazas que recibía desde hacía meses, sonó extrañamente tranquilizadora.

Hablábamos casi todas las noches desde que me vi obligada a salir de México, para escapar de la muerte.

–Amenazaron a mi hija, estoy muy angustiada. Está embarazada, y dicen que la van a matar a ella y a su bebé. Tienen sus datos privados, conocen sus movimientos. Que me amenacen a mí, pero que no se metan con mis hijos. Por favor, necesito saber quiénes son… –le dije, casi sin respirar.

Con angustia y rabia.

–Olga, entiendo lo que estás viviendo, yo también tengo hijos. Tu tema es grave. Nos pusimos en contacto con el Gobierno argentino, con tres funcionarios de alto rango, y le van a poner custodia a tus hijos.

–¿Quiénes son? ¿Es el narco? –Volví a la carga, detrás de una respuesta que no creía recibir.

–No, no son ellos… Esto es de adentro –respondió.

–¿De adentro del Gobierno? ¿Quiénes? –insistí.

–García Luna, de ahí viene –confesó después de un breve silencio. Salí al balcón. La noche se abría angustiante frente a mis ojos.

Felipe Calderón nunca quiso que este libro se publicara. Quería doblegarme y desarticularme, y por eso mandó amenazarme con los sicarios de su Gobierno, con el “superpolicía” que combatía al narcotráfico y los secuestros desde la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), un antro de la mafia.

Me querían muerta. Tuvieron que pasar muchos años hasta que una fuente pudo confirmármelo. Después de la detención de García Luna en Estados Unidos, algunos se animaron a contarme lo que sabían, y lo que padecieron.

Tenían una carpeta con fotos de mi casa y de mis hijos. Fotos mías tomadas en la calle, en un restaurante, en México y en Estados Unidos. Pero nada de esto me extraña.

No fui la única. Muchos periodistas, mujeres y hombres honestos y luchadores, vivieron lo mismo que yo e incluso cosas mucho peores. Algunos aún están, pero 144 fueron asesinados, y las investigaciones se pierden en un océano de impunidad, sexenio tras sexenio.

El periodista Jesús Blancornelas afirmaba que “las amenazas y los asesinatos de periodistas son ordenados desde el poder y se callan porque son cómplices o protegen a alguien”. El legendario fundador del semanario Zeta de Tijuana, al que tuve el privilegio de conocer hace muchos años, ya exiliado en Estados Unidos y con el cuerpo hecho un colador de los balazos que recibió en un atentado, tenía razón.

“Nos piden pruebas. No tenemos pruebas, pero tenemos indicios y es suficiente. Los periodistas tenemos que ir adelante de la policía y del Gobierno. Que investiguen ellos y aclaren los crímenes y amenazas”, me dijo el maestro.

Fragmento del texto publicado en la edición 2287 de a revista Proceso, ya en circulación.

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