Martí Batres.
El libro
“Felipe, el oscuro”, de Olga Wornat, ha provocado una desbordada expectativa.
Diversos fragmentos del texto circulan con gran viralidad en todas las redes
sociales de Internet.
La
expectativa se explica por varias razones. Por el acoso infernal que sufrió la
autora. Por los múltiples secretos minuciosos que revela el libro. Pero también
porque la propia conducta de Felipe Calderón lo convierte a él en un tema de
preocupación actual.
Calderón no
es el único que llegó a la Presidencia de manera turbulenta, con acusaciones de
fraude electoral y una legitimidad cuestionada; pero sí es el único
expresidente obsesionado con regresar al poder.
Llegó al
gobierno forzando la maquinaria del Estado, sin apoyo popular. Pero no
aprovechó su paso por el poder para hacer algo bueno por el país. Dejó un
tiradero de sangre y corrupción. Y no obstante todo ello, se aferra a regresar.
Esas
circunstancias lo convierten en un problema de ayer y de hoy. En objeto de
críticas y rechazos.
Es curioso
como cada vez que aparece el tema de juzgar a los expresidentes y a él en lo
particular, Felipe Calderón alude a las viejas reglas no escritas del
sistema, exigiendo que se respete su calidad de expresidente, su impunidad
fáctica e histórica. Sin embargo, se le olvida la regla no escrita que
ordena a los expresidentes no intervenir en los asuntos del Estado y menos aún
buscar de nuevo el poder.
Ya don
Daniel Cosío Villegas decía que la Presidencia en México era una monarquía
sexenal, poder absoluto de seis años y luego nada. Calderón quiere romper esa
regla, quiere regresar.
Por eso
aparecen libros como el de Olga Wornat y tienen gran éxito.
Pero habría
que decir, además, que a las páginas de “Felipe, el oscuro” se podrían agregar
muchas más.
El libro
de Wornat recoge en uno de sus pasajes una reflexión mía sobre el personaje:
«Martí
Batres compartió con Felipe Calderón los años en San Lázaro y relata:
Calderón
nunca traía agenda. Tampoco era la de Fox. Hay una anécdota que lo refleja.
Apenas comenzó la legislatura y sus diputados se quejaban que llegaban
cansados de la provincia, empezaron a construir un spa en la Cámara. ¡Sí, un spa!
Los priistas colmilludos lo sabían y lo dejaron correr hasta que se filtró la
información. Lo recuerdo como alguien distante y frío, pero sobre todo como un
hombre sin agenda”.
En efecto, los
días de Felipe Calderón como coordinador del grupo parlamentario del PAN en la
LVIII Legislatura de la Cámara de Diputados, entre 1997 y 2000, fueron oscuros.
A la anécdota referida por Wornat se pueden sumar muchas más.
Recuerdo
cuando se presentó la única iniciativa de ley positiva de Vicente Fox: la
Ley Cocopa sobre derechos y cultura de los pueblos originarios. Fue combatida
enérgicamente por Calderón, quien incluso se opuso a que los representantes del
EZLN hablaran desde la máxima tribuna de la nación, en un alarde de racismo que
le salió del alma.
Y una vez
que se resolvió (y mal) dicho tema, se dedicó a litigar en favor de imponer el
cobro del Impuesto al Valor Agregado a medicinas, alimentos, educación y
libros, como lo proponía el presidente Fox. Dicha iniciativa, como se sabe,
fracasó.
Más tarde, el
gobierno federal de Vicente Fox se decidió a solicitar el desafuero de los líderes
sindicales petroleros, Romero Deschamps y Aldana, por el tema del Pemex-Gate.
El día que la solicitud llegó a la Cámara, nos encontrábamos en reunión de la
Junta de Coordinación Política. Calderón se levantó verdaderamente alarmado,
con el rostro pálido, caminaba de un lugar a otro, hacía una llamada y luego
otra, hablaba con voz tipluda y tenía las manos temblorosas. Parecía que la
solicitud era contra él. Estaba decididamente en contra de que se juzgara a los
líderes del sindicato petrolero. Tardó días en asimilar la noticia.
Sí, como lo
recuerda Olga Wornat, Felipe Calderón fue un líder legislativo oscuro, sin
agenda, retrógrado, sólo dispuesto a oponerse a cualquier proyecto que
significara avance o progreso para el país.
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