Adela
Navarro Bello.
Durante
muchos años la Secretaría de Gobernación (Segob) mantuvo dentro de su
estructura una policía. Hasta 1989 lo fue la Dirección Federal de Seguridad,
entidad de infame historia que sería desmantelada para dar paso al Centro de
Investigación y Seguridad Nacional, Cisen, que también quedó en el organigrama
de Gobernación.
En 1999, el
Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León instauró la Policía Federal
Preventiva, en la facultad de la Secretaría de Gobernación, sería en el mandato
del primer Presidente de la República panista, Vicente Fox Quesada, cuando esta
corporación dejó las filas de la Secretaría de Gobernación para formar parte de
la entonces recién creada Secretaría de Seguridad Pública Federal.
Durante la
Presidencia del priista Enrique Peña Nieto desapareció la Secretaría de
Seguridad Pública y toda su infraestructura y su policía regresaron a la
Secretaría de Gobernación, a través de la Comisión Nacional de Seguridad.
Llegado el
tiempo de Morena el Presidente Andrés Manuel López Obrador le quitó a
Gobernación sus facultades policíacas y de inteligencia. Creó la Secretaría de
Seguridad y Protección Ciudadana, y en ese organigrama acabaron tanto la
Comisión Nacional de Seguridad Pública como el Cisen, que con las mismas
facultades que en el pasado ahora se llama Centro Nacional de Inteligencia.
Muchos
políticos en el pasado padecieron el hostigamiento de la policía política que
se ejercía desde Gobernación espionaje, filtraciones, presiones, tanto a grupos
de la sociedad civil como a gobernadores, alcaldes, periodistas, activistas y
políticos. El Presidente López Obrador lo dijo al inicio de su Gobierno, no se
volvería a espiar a nadie, y eliminó el Cisen (aunque, insisto, solo le cambio
de nombre y de adscripción), y sacó la Policía de Gobernación.
Sin embargo,
hoy día parece que está de regreso. Sin atribuciones ni facultades, el
Subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta Sauceda, está realizando labores
de investigación propias solo de la Fiscalía General de la República o las
fiscalías en los estados al emprender indagaciones sobre lo que ocurre en los
estados y los municipios.
Muestra de
ello fue lo denunciado por el Presidente municipal de Tijuana, Arturo González
Cruz, quien, dijo, fue citado por Peralta en sus oficinas de la Ciudad de
México para informarle/amenazarle con que había una investigación sobre su
Secretario de Seguridad Pública municipal sobre el “robo¨ de un decomiso (no
dijo de qué, ni cuándo, ni cuánto), del cual obtendrían dinero para invertirlo
en la campaña del Alcalde, sea para su reelección o para suceder a Jaime
Bonilla en el Gobierno del estado, aunque tampoco lo aclaró.
El Alcalde
refirió que Peralta lo amenazó en sus derechos políticos electorales, lo que se
presume se podría traducir en que si persistía con la idea de ser candidato, a
pesar que el Gobernador Jaime Bonilla no lo aprueba, la investigación contra su
Secretario de Seguridad Pública Municipal se daría a conocer públicamente. Esa
es la única forma en que los “derechos político electores” del Presidente
municipal pudieran ser amenazados, instándole a no aspirar a un cargo de
elección popular.
Cuando se
trata de decomisos realizados por los primeros respondientes, los que normalmente
suelen ser municipales, estos son reportados a la autoridad competente, a la
Fiscalía del Estado si se trata de una falta del fuero común, o a la Fiscalía
General de la República cuando de un delito del orden federal es el caso. En
Tijuana, asegura el Alcalde, no sucedió decomiso alguno por parte de la
corporación que dirige y por lo tanto no fue reportado a ninguna Fiscalía.
¿Tiene
facultades Ricardo Peralta, Subsecretario de Gobernación, para investigar los
decomisos en el país? A simple vista no. Aunque podría argumentar que “alguien”
denunció al funcionario tijuaneses, con todo y que para eso también hay
instancias especializadas. Lo que Peralta está realizando es una “labor de
policía” desde la Secretaría que maneja la política interna del país, convirtiéndose
en lo que en el pasado conocimos como policía político.
No es la
primera ocasión que Ricardo Peralta es notorio por sus acciones en los destinos
de Baja California, en acompañamiento del Gobernador Jaime Bonilla Valdez, que
durante las últimas semanas ha iniciado un enfrentamiento con el Alcalde de
Tijuana, a quien estudios de opinión y analistas consideran un sucesor natural
de Bonilla, quien –y lo ha dicho públicamente– le ve todo para gobernar el
estado al Alcalde de Ensenada, un joven de apellido Ayala que ha sido su
empleado en su medio de comunicación.
En junio de
2019, a horas de la elección de donde saldría triunfador Jaime Bonilla, el
entonces Presidente del Congreso de Baja California, un priista, denunció cómo
estaban siendo presionados, como legisladores, para aprobar una reforma
constitucional y ampliar el mandato del próximo Gobierno de dos a cinco años.
Señaló directamente a Alejandro Miramontes, entonces administrador de la Aduana
de Mexicali, como la persona que a nombre del Gobierno Federal les ofreció un
millón de dólares por aprobar la reforma que beneficiaría a Bonilla.
El jefe de
Miramontes era Ricardo Peralta, que por entonces era el Administrador General
de Aduanas dentro del Servicio de Administración Tributaria, y el señalamiento
de las presiones en el Congreso del Baja California para beneficiar a Bonilla
le alcanzó.
En diciembre
de 2019, antes de dejar la titularidad del SAT para tomar posesión como
Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Margarita Ríos Farjart
dio cuenta y no de manera discreta –de hecho hay testigos– de la corrupción que
rodeaba a quien era su subalterno y se desempeñaba como Administrador General
de Aduanas, Ricardo Peralta Saucedo.
No pasaron
ni seis meses cuando a mediados de mayo el jefe de la Unidad de Inteligencia
Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Santiago Nieto,
revelara que se había investigado a los 49 administradores de aduanas en el
país, detectando por lo menos seis en alto riesgo de actividades ilícitas como
lavado de dinero. Dijo entonces que tres habían sido retirados de sus cargos,
el de Tuxpan, Veracruz, el de Progreso, Yucatán, y el de Mexicali, Baja
California, precisamente el enviado de Peralta, Alejandro Miramontes.
En el mismo
mayo, Ricardo Peralta fue retirado de la Administración General de Aduanas y
rescatado por la Secretaria Olga Sánchez Cordero, en calidad de Subsecretario
de Gobernación, posición desde la cual, aseguran, no suelta los hilos de las
aduanas, pues la mayoría de quienes titulan esas dependencias federales en los
estados fueron nombrados por él.
Ricardo
Peralta también acompañó al Gobernador de Baja California en su intentona por
quedarse cinco años en la administración pública bajacaliforniana. Al final
aquel presidente del Congreso que denunció el intento de soborno terminó
votando a favor de la ampliación de mandato de dos a cinco años, reforma que el
11 de mayo de 2020 la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinaría como
inconstitucional y un “fraude a la Constitución” del estado.
Por eso no
es de extrañar que Ricardo Peralta, desde la Subsecretaría de Gobernación, esté
entrándole al juego sucio en la política local de Baja California jugando del
lado de Bonilla Valdez, quien es público, notorio y declarado, no es partidario
del Presidente municipal de Tijuana, Arturo González Cruz, quien podría aspirar
a la candidatura para sucederlo. Lo que sí es novedad es que sin policía y sin
estructura para la inteligencia, Ricardo Peralta se erija como el policía
político de la Segob tomándose atribuciones de las fiscalías, investigando en
los municipios. Sorpresas que da la 4T, y que avala la Secretaria de
Gobernación.
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