Diego Petersen Farah.
Pocas
cosas han dañado tanto al PRI como el hecho de que justo los rostros que Peña
Nieto presumió en su momento como el nuevo PRI, sean los de los hoy
gobernadores en fuga: Cesar y Javier Duarte. Los hijos predilectos del nuevo
PRI se convirtieron en la cara visible
de la corrupción. Pero no es solo eso: el presidente del partido, Enrique Ochoa, uno de los hombres más
cercanos a Peña, está hecho bolas tratando de explicar sus taxis en Nuevo León
y nunca pudo dar cuenta cabal de por qué la CFE lo había liquidado cuando su
salida de la dirección fue una renuncia voluntaria. Borge, el ex Gobernador de
Quintana Roo es candidato a la hoguera; Sandoval, el de Nayarit, no sabe cómo
explicar que la pacificación de su estado se debe a que entregó la plaza al
Cartel Nueva generación, etcétera.
La
corrupción, por supuesto, no es un tema exclusivo de un partido, ahí está los
dineros no explicados de Vázquez Mota (los de la fundación Juntos Podemos; el
escándalo de los dineros de los parientes parece más una fabricación electoral
de la PGR); el robo descarado del Gobernador Padrés de Sonora, también panista;
las raterías del PRD en Guerrero; la Línea 12 en Ciudad de México; las
corruptelas del Niño Verde. Nadie, pues, puede decir que el PRI tenga el
monopolio de la corrupción pero, siguiendo la metáfora de la competencia
económica, sí es un jugador dominante en el mercado del cochupo.
La
pregunta es qué puede ofrecer el PRI en el 2018, un campaña cuyo leit motiv
será la corrupción. Lo que Peña vendió en la campaña de 2012 como el Nuevo
PRI fue un partido de jóvenes, que contrastaba con la imagen de los dinosaurios
que habían perdido la presidencia doce años antes, pero que tenían el oficio
político para asegurar la eficiencia de gobierno. ¿Cuál será la promesa del
nuevo-nuevo PRI de cara a la elección presidencial?
No la tienen fácil. El mensaje más
importante será el candidato, y en cualquier caso el que sea, así pongan al equivalente político de la
Madre Teresa de Calcuta, tendrá que competir con una marca terriblemente
golpeada por la imagen de corrupción.
La
elección del estado de México es en este sentido más que un laboratorio. El
nuevo PRI está recurriendo a las viejas mañas pero con renovados bríos y nuevas
tecnologías.
La
Secretaría de Desarrollo Social ha volcado todos los programas y los recursos
más allá, no solo de lo permitido, sino de lo antes visto. El Gobierno federal
y la Presidencia misma están metidos hasta el cuello en esta elección; todos
los secretarios y Angélica Rivera han ido a repartir cualquier tipo de
prebendas, desde lentes hasta despensas, en busca de salvar al PRI, da igual si
es el nuevo de los Duarte o el viejo de Atlacomulco.
Con el nuevo PRI en fuga, la promesa
del nuevo-nuevo PRI parece no ir más allá del aggiornamento (Renovación o
modernización a la que se somete una cosa) de las viejas prácticas.
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