No habrá final de
fotografía; pero muy probablemente lo haya de barandilla. Las tendencias
conocidas indican que el “empate técnico” que se mantuvo durante varias semanas
finalmente se rompió y que tendremos una contienda cerrada pero con un
resultado suficientemente claro. El riesgo es que por encima de la mayor o
menor contundencia de las cifras, la elección del domingo 4 de junio en el
Estado de México acabe por litigarse en los tribunales.
Es mala señal que Andrés Manuel López Obrador haya optado en
los últimos días por descalificar el proceso y, otra vez, adelantar la
preparación de un fraude electoral. También
lo es, desde luego, el que sus adversarios hayan recurrido a una guerra sucia
para desacreditarlo y golpearlo en su imagen de honestidad, precisamente, a
través de denuncias contra su candidata a la gubernatura mexiquense, Delfina
Gómez Álvarez, lo que por lo visto es ya una práctica común en todas las
campañas.
Ciertamente, se trata de una elección particularmente
importante, no sólo por ser la entidad con mayor número de electores en el país
sino por la repercusión política que puede tener en la contienda presidencial
de 2018. Sobre todo para AMLO, que le ha apostado todo ahí.
Por lo demás, el caso mexiquense es muy interesante por
diversas razones. La primera es que la batalla se da entre dos fuerzas
totalmente dispares. Por un lado, el partido en el poder que encabeza el
golpeado presidente Enrique Peña Nieto oriundo de esa entidad, que es además el
bastión del grupo político hegemónico en el país. Y por el otro, un movimiento
prácticamente sin partido cuyo líder omnipresente designa como su candidata a
la gubernatura a una maestra de escuela, ex presidenta municipal de Texcoco,
pero es él quien realmente hace la campaña.
El candidato priista
Alfredo del Mazo Maza ha resultado bastante mediocre, gris, desabrido, tanto en
sus planteamientos de campaña como su participación en los debates y en su
misma propaganda. Tiene tras de sí, sin embargo, todo la estructura del PRI mexiquense,
la más poderosa del país, y por supuesto el apoyo de los gobiernos federal y
estatal, desde el presidente Peña Nieto y el Gobernador Eruviel Ávila Villegas
para abajo. Por decirlo en otras palabras, hasta con el peor candidato puede el
PRI alzarse con la victoria.
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