Martín
Moreno.
En cualquier momento, ya es
prácticamente imposible encontrar a Enrique Peña Nieto de buen humor o, al
menos, dialogar con él de manera tranquila. El presidente es la personificación
de ese “mal humor social” al que en varias ocasiones se ha referido y que hoy,
paradójicamente, se refleja en su estado de ánimo personal.
Sí: Peña está irritado, desquiciado ante el
panorama que enfrenta su gobierno, el PRI, su candidato y la enorme posibilidad
de que Andrés Manuel López Obrador se convierta en su sucesor a partir del uno
de diciembre próximo. Peor, imposible:
Primero: el gobierno peñista está hundido en la más
profunda crisis de desconfianza, desprestigio y falta de credibilidad de
cualquier gobierno en la historia reciente. El cálculo fue más que erróneo: si
Peña Nieto creyó que los escándalos en torno a Casa Blanca, Ayotzinapa, Grupo
HIGA, gobernadores corruptos, gabinete incapaz y bajo sospecha, y hasta su
propia incultura e ignorancia no le iban a cobrar facturas, pues se equivocó.
Allí está el dato duro: sólo el 12 por ciento de los mexicanos aprueba su
gobierno
Segundo: un PRI peñista que naufraga, con un
presidente – Ochoa Reza- que ya no tiene la mínima influencia entre la opinión
pública, con cuadros partidistas decepcionados por la postulación de un
candidato presidencial no priista, y una evaluación ciudadana que le augura una
derrota fenomenal en la próxima elección federal. Cómo estará de desesperado el
PRI, que tuvo que pedir auxilio a los priistas despreciados en el lance de
ungir a Meade. Allí están Osorio Chong, Beltrones y compañía, al rescate de un
priismo que se hunde irremediablemente. La soberbia de Peña-Videgaray se ha
convertido en un patético acto de contrición partidista.
Tercero: un José Antonio Meade que va de tumbo en
tumbo, sin saber cómo ser un verdadero candidato. Del funcionario reconocido al
político irreconocible. Del economista respetado al priista desfigurado. Del
secretario confiable al candidato descompuesto, Meade se despeña empujado por
su propia cobardía al no deslindarse a tiempo del peñismo, el menosprecio del priismo
de base y la falta de solidez, sustancia y profundidad de su intento de
discurso. En unos cuántos meses y en tiempo record, Meade está acabando con su
trayectoria.
Cuarto: la casi inevitable realidad de que AMLO sea
electo presidente de México, escenario que siempre fue minimizado en Los Pinos
y en donde hasta se mofaban del empecinamiento del tabasqueño por pelear la
presidencia en 2018. “No ganará nunca”, decían. Pero la corrupción del gobierno
peñista, sus errores, sus excesos, su soberbia, fueron el mejor detonante para
que, hoy por hoy, AMLO esté a las puertas de Los Pinos. Con el calendario en
una mano y el rosario en la otra, Peña y su equipo rezan para que López Obrador
cometa un error mayúsculo que lo desplome en las encuestas, porque si esperan a
que Meade repunte, tendrán que resignarse a la inevitable derrota.
Un hombre arrinconado es muy
peligroso.
Una bestia herida es capaz de
cualquier cosa. Hasta de matar.
Y ambos casos aplican ahora al
gobierno de Peña Nieto: arrinconado, herido.
¿Cómo pretende Peña derrotar a sus
adversarios?
De la peor manera: utilizando a las
instituciones.
Hay, de
botepronto, tres movimientos orquestados
desde Los Pinos, craneados por Luis Videgaray y ejecutados por el aparato de
Estado peñista, y que nos demuestran la peligrosa esquizofrenia política de
Peña y del PRI ante el futuro negro que les espera, y que está llevando al país
a una polarización político-social más grave que la observada en 2006:
La embestida que desde la PGR se ha
desatado en contra de Ricardo Anaya, quien ha desplazado a Meade del segundo
lugar de las preferencias electorales. No importa realmente si Anaya participó
o no en una operación financiera ilícita. Lo valioso es desprestigiarlo,
hundirlo, como ya se intentó hace algunos meses con periodicazos, y obligarlo a
que abandone la candidatura o sea sustituido como candidato presidencial. En
tiempo record, se ha armado la ofensiva legal desde la PGR contra Anaya,
mientras se muestra una lentitud cómplice contra los innegables y comprobados
desvíos de recursos de Rosario Robles dentro del gobierno de EPN y que
salpican, sin duda, a José Antonio Meade.
La fracasada reunión Peña Nieto-
Donald Trump, que se había planeado desde la SRE como un salvavidas para el
derrumbado presidente mexicano, en un lance desesperado para posicionarlo ante los mexicanos
como el líder que metió en cintura a Trump, que lo obligó a recular en su
locura de que paguemos el muro fronterizo e inyectarle, de paso, energía a la
desabrida campaña de Meade. Empero, una malograda llamada telefónica echó por
tierra este sueño guajiro proyectado por Videgaray, en la cual Trump fue el
Trump de siempre: altivo, grosero, y cerró cualquier posibilidad de diálogo con
Peña Nieto. Otra derrota para Los Pinos.
La perversa y canalla campaña
publicitaria donde el PRI insinúa qué de ganar AMLO, desaparecerían, de un día
para otro, desayunos escolares, seguridad médica, apoyos gubernamentales, etc. PERO LOS PUBLICISTAS DEL GOBIERNO SE TOPARON CON UN PROBLEMA: YA NADIE
LES CREE. Si creyeron que podrían reeditar el “peligro para México” que les
funcionó en 2006, hoy se equivocaron. El
verdadero peligro para el país es seguir como vamos: inmersos en la corrupción
gubernamental, sin liderazgo ni rumbo ni certezas.
Dentro de un
mes iniciarán formalmente las campañas rumbo a la presidencial del uno de
julio, ya con candidatos registrados formalmente. El sueño de Los Pinos es descarrilar a Anaya y desinflar a AMLO. Parece
misión imposible.
Sin embargo,
lo que nos debe preocupar a todos, es:
¿Qué costo pagará el país ante la
esquizofrenia política de EPN y el PRI, utilizando a las instituciones para
atemorizar y derrotar no en las urnas, sino en la barandilla, a sus adversarios
políticos? ¿Cuál será el precio que deberemos pagar por la locura que se ha
apoderado del grupo gobernante?
El presidente
está molesto. Irritable.
Más vale que se tome un té de tila y
se calme, porque las cosas, seguramente, se le pondrán peores.
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