Salvador
Camarena.
Ricardo Anaya fue ayer a la
Procuraduría General de la República. Intentó hacer ahí un Rosario Robles, un
Emilio Lozoya: amparado en el propagandístico mantra de que quien nada debe
nada teme, se apersonó en la PGR a demandar una exoneración.
Es comprensible que Ricardo haya
recurrido a tal ardid. Todo recurso es poco para intentar sobrevivir el embate
gubernamental que enfrenta. A diferencia de los mencionados priistas, las señales en el caso de
Anaya es que van por él, y que la cacería no cesará: sus escándalos ya pasaron
de los periodicazos al Ministerio Público.
Es el Estado contra Ricardo. El
Estado porque en el intento por desplazar a Anaya, para que la Presidencia
quede –según ellos– entre Meade y AMLO, el gobierno federal espera la
complicidad de otros factores de poder, la prensa incluida.
La
administración de Enrique Peña Nieto intentará descarrilar a Anaya no sólo
porque nadie aprende en cabeza ajena del irigote contra López Obrador en 2005,
sino porque calculan que Ricardo no tiene la base social, ni el arrastre
mediático que Andrés Manuel consolidó desde la Jefatura de Gobierno del DF.
¿Podrá Anaya, como en su momento el
tabasqueño, generar un movimiento en su defensa?
¿Lo defenderán panistas, perredistas
y naranjas? ¿La IP? ¿Cuenta con los gobernadores blanquiazules? ¿Hablarán por
él los ciudadanos? ¿Los intelectuales? ¿Alguien?
Anaya tiene al PAN, pero no necesariamente
al panismo. Porque
su poder vino del poder. Si los panistas
ven que la coraza del candidato se fisura, los azules correrán a salvar sus
aspiraciones por el sendero que Anaya les enseñó: enterrados los principios de
una brega de eternidad, las candidaturas se negociarán ante quien garantice
mantenerse en el poder.
Eso aprendieron del queretano, que se
entronizó en el edificio de avenida Coyoacán al monopolizar la interlocución
con el peñismo; si ahora éste logra hacer tambalear a Ricardo, aquellos
buscarán sus propios acuerdos: PRI, déjame competir en lo local y te dejo ganar
la Presidencia, diría cualquier gobernador panista (salvo quizá Javier Corral,
acostumbrado a jugar solitario). La vertical candidatura de Anaya se
desfondará.
¿Los
frentistas lucharán a muerte por él?
El PRD ha demostrado que se arregla
con Peña sin problema. Ejemplo es el Pacto por México, o más crudamente –habría
que decir más pornográficamente– su bien ejecutado esquirolaje mexiquense. ¿Qué
ganan los perredistas arriesgándose a que la persecución los alcance? Y si
encima creen que un PRI empoderado socavaría las posibilidades de Morena, ¿por
qué no jugar al free rider?
Qué
preferirá Dante Delgado, ¿renovar en 2018 la alta rentabilidad que le da a
Movimiento Ciudadano el consolidarse como fuerza regional en el Occidente, o
enfrentar los coletazos de un Estado priista apanicado por la amenaza de que
sus líderes podrían acabar en la cárcel?
Sin aliados, sin base, ¿a Ricardo le
quedaría la carta de la iniciativa privada? Los de la república del dinero no
quieren a Anaya per sé, quieren una alternativa frente a Andrés Manuel. Si el
panista resiste y retiene el segundo puesto, igual lo apoyan. Si no, a quien
compita al tabasqueño.
Qué
diferente todo hoy luciría si Anaya hubiera nutrido las listas de candidaturas
con bastantes ciudadanos, líderes sociales que hoy le servirían de escudo a él
y al Frente. Ay, el hubiera.
Anaya dijo
ayer a las puertas de la PGR que este gobierno no lo va a detener. Los priistas
pretenden exactamente eso, que no avance más, así tengan que llegar al extremo
de procesarlo.
¿Hallará Ricardo –que ha jugado como
pocos a la traición– en el PAN, en el Frente, o más allá, quién lo defienda?
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