Alejandro
Páez Varela.
Enrique Peña Nieto sufrió otro de
esos desafortunados incidentes que, para su desgracia, han marcado su gobierno.
Hace un año, en la misma fecha, la Bandera Nacional fue izada y se desgarró.
Ahora peor: en el colmo de los símbolos (o las analogías), el emblema nacional
fue subido de cabeza, con el águila en picada. Provocó buscas al por mayor; a
mí me causó tristeza.
Muy temprano en el gobierno de Peña
fue que aparecieron durante las protestas esas escalofriantes banderas que no
son verde, blanco y rojo, sino de color negro. Son banderas que se
confeccionaron para representar el luto después del ataque y la desaparición de
los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa. Se volvieron otro símbolo del dolor,
pero también del fracaso: de colores negros, nos han recordado todo este tiempo que el Estado
Mexicano –y en particular la administración Peña– fue incapaz de devolver con
vida a esos 43 mexicanos que fueron entregados por oficiales del Gobierno a
criminales. Esa bandera es, pues, un
recordatorio de ese fracaso.
La Bandera del sábado pasado, con el
Sello Nacional invertido, evocó de la manera más firme los muchos fracasos de
esta administración,
como era de esperarse. Se trataba, además,
del último Día de la Bandera para Peña como presidente. Lo despidió con un
error épico, para desgracia de todos. Ese mismo día nos enteramos de que hubo
una discusión telefónica con el Presidente Donald Trump por el muro.
Seguramente saldrán los textuales de la conversación. Porque importan los
leeremos, aunque ahora con cierta resignación.
Por fortuna,
los mismos que izaron la Bandera de
manera equivocada la volvieron a bajar para acomodarla correctamente. Pero la
lección es que hay cosas que ya no se podrán enderezar. Como la desaparición de esos 43 estudiantes.
O como el hecho irrebatible de que existen 53 millones de mexicanos que
perdieron el tiempo una vez más con un Gobierno que le ofreció bienestar a
cambio de votos y sólo los condujo a más abandono. O como los otros millones que fueron engañados con las Reformas
Estructurales, a quienes se les ofreció combustible más barato, empleos de
calidad, una esperanza para salir de la medianía y una economía pujante o con
certezas. Nada de eso llegó.
La Bandera de cabeza del sábado
pasado, fuera de todas las burlas que generó y de la cantidad de memes que
inspiró en redes sociales, no deja de ser un triste recordatorio de que cada
seis años somos víctimas de un sistema que permite a individuos como Peña
lanzar promesas, cosechar votos y luego, simplemente, defraudar. Es el triste
recordatorio de un país de cabeza que no puede, y no puede, y no puede
enderezarse.
La esencia
de esa Bandera torcida está, desde hace décadas, presente. Y se ha puesto peor.
La corrupción ha alcanzado niveles nunca
antes vistos, dijo la semana pasada el Índice 2016. La violencia alcanzó niveles nunca vistos: los homicidios, los
secuestros, los robos y las extorsiones se dispararon el año pasado y ya no
tenemos siquiera a quién reclamarle: el culpable es, por supuesto, Peña; pero el
cargado era Miguel Ángel Osorio Chong, quien ahora anda en campaña.
El robo de combustibles está también
en niveles nunca antes vistos. La improductividad de la que fue la mayor
empresa de América Latina, Petróleos Mexicanos, ha alcanzado sus peores estándares.
Ya no refinamos ni la gasolina que consumimos. Ya no exploramos siquiera
nuestras propias tierras en busca de crudo porque no tenemos con qué. Y así. En
donde se le toque, este Gobierno ha sido básicamente un fiasco.
Osorio mismo representa la falta de
responsabilidad: miles y miles de muertos, y él ya no responderá por ellos;
miles y miles de desaparecidos, y él no dará explicación a ninguna familia.
Osorio ya se fue, ya tiene otra causa. Los muertos que se entierren solos. Y
así, igual, el 1 de diciembre se irá Peña. Como se fue Felipe Calderón se irá:
con un país en llamas, sin rendir cuentas a nadie.
Algunos ven
como un alivio que esta administración esté por finalizar. Yo creo que se confunden; no es alivio: es resignación. Es un “ya ni
modo”. Hemos perdido otros seis años de nuestras vidas sin ver un México que
enderece el rumbo. Hemos perdido seis años en el mejor de los casos, porque
otros perdieron un hijo, un padre, los ahorros de sus vidas. Como digo, no es
un alivio que se vayan: es resignación. Se van y dejan el país de cabeza. Se
van y nos dejan seis años más viejos. Seis años menos fuertes. Seis años menos
entusiastas.
Seis años que nadie nos regresará.
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