Alejandro
Páez Varela.
Andrés Manuel López Obrador será
durante seis años una cucharada de clavos para muchos. No importa qué haga o
deje de hacer; qué exprese y qué omita: un grupo lo sentirá, tal cual, como
tragarse una cucharada de clavos y pasarla con un buche de hiel. Algunos lo han
demostrado en estos tres meses de transición: los pájaros cagan por culpa de
AMLO; las sombras se alargan cuando cae el sol por culpa de AMLO. No hay mucho
qué hacer allí. Son oposición de ahora y quizás desde antes. Y ser oposición es
un derecho en una democracia. No tienen por qué convencerse de nada.
El problema para el primer Presidente
de izquierda en México no son ellos: no les dio para ganarle el 1 de julio pero
son una masa estable; y allá ellos y su esófago; allá ellos y su tripa gorda.
El problema real viene cuando López
Obrador afecta su propia base. Y eso se logra cuando la percepción que se tiene
de él se modifica; y, específicamente, en estos momentos, cuando extiende el
“amor y paz” de su discurso como certificado de impunidad. Quizás el ejemplo
más duro de tragar es el de Rosario Robles. Para los que convenció en esta
elección y para muchos de los más de 30 millones que le dieron su voto es una
cucharada de clavos que diga que las investigaciones realizadas por la
Auditoría Superior de la Federación a Rosario Robles no fueron profundas y que
sirven para un carajo. O eso veo desde lejos.
Los simpatizantes de AMLO y los
opositores reconocen que el hartazgo por la impunidad y la corrupción en los
últimos años llevó a Morena a donde está. Entonces exculpar a la Secretaria a
priori resulta, en el mejor de los casos, decepcionante. Lanza señales
contrarias a las razones por las que se votó. Y sí, se votó por un cambio. Y el
cambio incluía poder juzgar a los corruptos (lo que Enrique Peña Nieto no hizo)
y acabar con la impunidad.
El 2 de octubre se cumplirán apenas
tres meses de que el país despertó inmerso en una nueva realidad. Y faltan dos
meses para que asuma Andrés Manuel. Estamos a mitad del periodo de transición y
parece la mitad de un sexenio típico: hay polarización y señales que podrían generar
desencanto.
Creo que AMLO mismo tiene gran parte
de la culpa: él es el que presiona los tiempos; opina a diario de todo y
pareciera que no se da tiempo para afinar discurso, para medir a la opinión
pública y –lo más importante– para reflexionar.
Un votante duro de López Obrador se
puede pasar uno, dos, tres, diez puños de clavos. Pero uno que votó con
esperanza de cambio (aunque antes apostó a otras fórmulas) no se sentirá
obligado a tragar tanto clavo. O eso veo desde lejos.
Por otro
lado –diría Juan Gabriel–, ¿pero qué necesidad?
Gran parte de la alarma que provoca
que López Obrador absuelva a Rosario Robles o a otros, es que él será, en
efecto, el Ministerio Público. No habrá una Fiscalía General autónoma como la
que pelean las organizaciones civiles desde hace años; la Secretaría de la
Función Pública tampoco será independiente y quedará en manos de uno de los
suyos. Hay una cierta garantía, pues, de que lo que está diciendo ahora, cuando
todavía no asume, se cumpla durante el sexenio; que su palabra de Presidente
electo sea la que regirá su mandato. Y no son buenas noticias para los que
esperaban que las desvergüenzas (o sinvergüenzadas) del periodo Peña sea
resarcidas y que los culpables paguen. Si AMLO piensa que Rosario es inocente,
entonces la próxima Fiscalía General, que él designará, pensará lo mismo. Un
certificado de impunidad, pues; y un puñado de clavos para sus votantes.
He escuchado varias versiones de por
qué el “amor y paz” de López Obrador ha llegado a estos niveles en cierta
manera insospechados. Muchas tienen sentido. Por ejemplo, que
no quiere que los que están ahorita en el poder le muevan los alfileres a su
próximo gobierno y se le genere inestabilidad política, social o financiera.
Tiene sentido. También he escuchado que se guardará el bono de ir por ciertos
peces gordos cuando cruce el segundo año y haya perdido algo de bono. Tiene
sentido.
Pero creo que los deseos de que
termine la impunidad son más poderosos que la agenda política de AMLO. Dicho de
otra manera: creo que la presión para que meta a los peces gordos a la cárcel
no aguantará a que él necesite el bono para las elecciones intermedias. Y no
hablo de la presión del grupo que estará acosándolo con cada acierto o
desacierto; hablo de la presión de sus propios votantes, los que le dieron su
confianza para que vaya por la élite inmoral que se ha enriquecido y ha
administrado este país como un negocio personal. El tema es que ya absolvió a
Rosario Robles. ¿Cómo se retracta ahora? La absolvió él y la absuelve, de facto,
la próxima Fiscalía que él designará.
López
Obrador sabe que él es una cucharada de
clavos para muchos y por más que haga, no van a aceptarlo. ¿Pero por qué le da
cucharadas de clavos a sus seguidores si todavía ni siquiera inicia su mandato?
¿Qué prisa tiene?
¿Pero qué necesidad?
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