Ricardo
Ravelo
Al cumplirse
dos años del triunfo de Andrés Manuel López Obrador y un año con seis meses en
la Presidencia de la República, el mandatario festina lo que para él son los
grandes resultados en beneficio del país. Sin embargo, en su discurso –un
recuento de todo lo que ha dicho en este tramo de tiempo– incurre en mentiras,
sobre todo, cuando afirma que él ha garantizado la gobernabilidad y la paz
social.
Ni bien
terminaba de exponer lo que según él son las bondades de su Gobierno cuando en
Guanajuato –un territorio gobernado por el crimen organizado– un grupo armado
irrumpía en un centro de rehabilitación de adictos a las drogas y daba muerte a
24 personas, una verdadera masacre, la más numerosa del sexenio que se ha
ejecutado en un solo evento.
Por si fuera
poco, la economía está en picada, en abierta caída libre, sin inversiones, con
aguda desconfianza en el territorio nacional y en el Gobierno por sus desatinos
y las constantes arremetidas al sector empresarial, considerados enemigos del
régimen.
Tanto la
Coparmex como otras organizaciones empresariales han manifestado su
desconfianza en el Gobierno. “El capital se invierte donde hay oportunidades y
confianza”, han dicho.
Con
independencia del desastre económico que enfrenta el país, causado por la
pandemia del coronavirus pero también por las erróneas políticas públicas, el
grave problema que puede sepultar a la llamada Cuarta Transformación es la
inseguridad pública con su violencia atroz que ya perturba a todo el
territorio. No existe un solo rincón del país que esté libre de narcotráfico,
drogas, extorsiones, secuestros, asesinatos múltiples y miedo.
López
Obrador no ha podido garantizar la paz social que presumió en su informe del 1
de julio porque simplemente no ha hecho nada para lograrlo. Dentro y fuera de
México está fuertemente cuestionada su política de combate al crimen
organizado. Ningún Gobierno del mundo ha bajado los brazos ante la criminalidad
como lo ha hecho López Obrador. Por eso se asegura reiteradamente que el
Presidente pactó con el narcotráfico para llegar al poder. No se entiende de
otra manera su ineficacia y la despreocupación por este flagelo.
Así se
derrumbe el país, López Obrador no cambia su posición de seguir tolerando al
crimen. No se entiende por qué no utiliza los recursos del Estado, menos, aún,
por qué no pone en marcha una política integral contra la mafia que implique el
combate al lavado de dinero, atención social, empleo, desmantelamiento
patrimonial del crimen organizado –y de su cerco protector conformado por
políticos y empresarios– y de una vez por todas pone fin a esta pesadilla.
El viernes
de la semana pasada el narcotráfico dio muestras de su gran poder en la Ciudad
de México. El Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) contrató a 30 sicarios
para asesinar a Omar García Harfush, Secretario de Seguridad Pública Ciudadana
de la capital del país.
Lo esperaban
en la ruta habitual que todas las mañanas tomaba para asistir a las reuniones
de seguridad con la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbum. Lo atacaron a balazos,
en una acción nunca antes vista en la Ciudad de México, algo muy parecido a lo
que ocurría en Colombia durante los aciagos tiempos de Pablo Escobar y los
hermanos Rodríguez Orejuela, jefes de los cárteles de Medellín y Cali,
respectivamente.
Del equipo
de García Harfush murieron su jefe de escoltas y un chófer; el funcionario
resultó herido. De inmediato, el hijo de Javier García Paniagua –un político
priista de negro historial, ya fallecido– responsabilizó del ataque al Cártel
de Jalisco Nueva Generación (CJNG), una organización criminal que enfrenta
divisiones y luchas internas por el liderazgo, ya que se afirma que su jefe
–Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”– estaría postrado por una enfermedad
renal.
Respecto del
ataque a García Harfush existen dos versiones: que el ataque que sufrió lo
orquestó el CJNG –que opera en la Ciudad de México en sociedad con el Cártel
Unión Tepito– y que el funcionario, que tiene una historia plagada de
claroscuros debido al caso Ayotzinapa y a una investigación de Estados Unidos
por presuntas irregularidades en su desempeño– estaría vinculado a un cártel
rival del que encabeza Oseguera Cervantes.
Ambas hipótesis
son lógicas. García Harfush ha golpeado al Cártel Unión Tepito desde que llegó
al cargo, en octubre de 2019. Este grupo criminal, uno de los más peligrosos
que operan en la Ciudad de México, tiene una sociedad con el CJNG. Ambos
controlan el trasiego de droga, las extorsiones, secuestros y otros delitos en
el Estado de México y la capital del país.
Es lógico
que si los intereses del CJNG han sido golpeados, el grupo criminal se ve
obligado a reaccionar con lo que mejor sabe hacer: con violencia. De ahí el
ataque armado.
Por otra
parte, en lo que va de la actual administración, el CJNG es el único grupo
criminal que ha sido combatido. Le han asegurado cientos de cuentas a empresas
presuntamente ligadas a la organización de “El Mencho”, algo que, por ejemplo,
no vemos en el caso de Sinaloa, el cártel que encabezan los amigos del
Presidente.
Además,
aunque pareciera insignificante, el saludo de López Obrador a la madre de “El
Chapo”, doña Consuelo Loera, tuvo diferentes lecturas. Para el mandatario, este
hecho fue una suerte de cortesía, un gesto de amabilidad. Sin embargo, para el
crimen organizado –donde el lenguaje es totalmente subjetivo a grado tal que
dan como un hecho sus propias suposiciones– el mensaje indica que entre Sinaloa
y el poder presidencial existen líneas de entendimiento, versión que se
robustece, por ejemplo, con el trato preferencial que ha tenido ese cártel.
A pesar del
espectacular ataque contra García Harfush y las amenazas de muerte que pesan
contra varios funcionarios del Gabinete, el Presidente López Obrador no efectuó
ningún cambio en su política antidrogas. El Gobierno seguirá actuando igual y
está claro que ningún cártel será perseguido ni molestado. En resumen, el
Gobierno les garantiza total impunidad frente a sus acciones, parece ser el
mensaje oficial. Pueden matar, violar, descuartizar y asesinar a funcionarios y
no pasa nada: existe la garantía de que el Gobierno no actuará en consecuencia.
La palabra del Presidente está empeñada y él sabe cumplir.
Dice el
Presidente López Obrador que en un siglo él ha sido el Presidente más insultado
de la historia y que, ante ello, ha sido tolerante y no se ha censurado a
nadie. Pero olvida que también es el único Presidente de la historia que ve
cómo el crimen organizado asesina a la gente de su pueblo y no mete ni las
manos. A veces se extraña y lamenta lo sucedido, pero hasta ahí.
En estricto
sentido, el informe presidencial del 1 de julio estuvo inflado en varias de sus
partes medulares. En economía todo va bien, reconoce pérdidas de empleo pero
asegura que se recuperará el país en este mes de julio. Otro éxito es el combate
a la corrupción –no obstante los escándalos de Manuel Bartlet e Irma Eréndira
Sandoval– y en materia criminal se atrevió a decir que él ha garantizado la paz
social.
¿Es
consciente el Presidente de lo que ha dicho? ¿Pensará antes de hablar o miente
en forma mecánica?
La realidad
es muy clara: el país está en manos del crimen, por ello, no puede haber
gobernabilidad. Tampoco combate a las mafias porque, pese a que dispone de todo
el poder, ante los narcos López Obrador baja la cabeza.
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