Salvador
Camarena.
La misma
Fiscalía General de la República que puso reparos a la hora de involucrarse en
la acusación de familiares ligados a un capo en Guanajuato, alegando supuestos
o reales huecos en la carpeta de esa investigación, quedó exhibida horas
después cuando, en otro caso, ni más ni menos sobre los estudiantes
desaparecidos en Iguala, un juez liberó a un detenido, considerado clave para
saber por qué y dónde fueron exterminados los de Ayotzinapa. Dime qué presumes
y te diré de qué careces, reza el dicho.
Pero no
seamos tan injustos. La FGR es una dependencia con nombre y autonomías
refulgentes, pero tradición inocultable: como antes con la Procuraduría General
de la República, la FGR falla mucho a la hora de armar casos, tanto o más que
las fiscalías estatales.
Los
problemas de la FGR para mantener en la cárcel al Mochomo, y los de la Fiscalía
de Guanajuato para apresar a supuestos cómplices del Marro, nos recordaron, en
menos de una semana, cuánto hace falta para tener fiscalías eficaces a las que
los jueces no les liberen a los detenidos: muchísimo.
Los 43
estudiantes, sus familias y toda una sociedad agraviada por ese exterminio
demandan justicia desde 2014. Las autoridades de entonces hicieron lo único que
solían hacer los priistas. Trataron de cerrar el caso lo más pronto posible,
con lo que tuvieran a mano y sin detenerse en debido proceso ni nada por el
estilo.
Así, los
colaboradores de Peña Nieto incriminaron a autoridades, policías y personajes
de presunta actividad criminal previa; dieron la versión oficial sobre cómo
fueron incinerados los estudiantes, y sellaron el carpetazo con la solemnidad
que les caracterizaba. Así nació eso que conocemos como la “verdad histórica”
(Jesús Murillo Karam dixit) de Ayotzinapa.
El PRI que
regresó a Los Pinos en 2012 desdeñaba, como hicieron tantos PRIs del pasado, a
la sociedad de su tiempo. La “verdad histórica” nunca convenció a la opinión
pública. Entre otras cosas porque a ese relato le faltaban personajes
cruciales, como el recientemente detenido Mochomo, y evidencias suficientes
para dar como buena la versión de que un basurero fue el lugar donde se
incineraron y desaparecieron a los muchachos.
Forzado por
la necesidad de mínima credibilidad, el anterior gobierno aceptó que una
comisión de expertos internacionales, el GIEI, hiciera una investigación
independiente. Sus resultados galvanizaron las dudas ciudadanas sobre la verdad
histórica. Y hoy, para más INRI, Tomás Zerón, el principal investigador de tal
caso, está declarado prófugo.
Casi seis
años después, un gobierno que meritoriamente ha prometido justicia a las
familias de los estudiantes de esa Normal, comienza a entender por qué Murillo
Karam intentó crear una verdad única, una verdad histórica.
Porque en
México las verdades jurídicas que fiscales federales o estatales intentan armar
te las tira de un plumazo cualquier abogado. Bueno, casi cualquiera, pero para
el caso es lo mismo.
Que si la
disparidad entre la preparación de fiscales y jueces, que si la incapacidad de
cuidar todos los detalles de ley a la hora de recoger evidencias o realizar las
detenciones, que si flagrantes disparidades en las versiones policiales sobre
los operativos, que si tortura y abusos… El caso es que las acusaciones se caen
más que las moscas. Y eso no va a cambiar pronto, porque la falta de
capacidades de policías y fiscales los lleva a estrellarse con un muro judicial
mejor instruido, más exigido y remunerado.
¿Qué hacer?
Los expertos llevan décadas ofreciendo a los gobiernos ideas y ayuda. Volver a
ellos, es una primera idea.
¿Qué no
hacer? Lo que el Presidente de la República: tratar de explicar los fallos sólo
a partir de la corrupción. Al decir que los jueces son rigoristas o se basan en
tecnicismos, al deslizar que podría haber colusión de autoridades con
criminales, al no querer ver la realidad e invocar, para todo mal a su
sambenito supuestamente redentor, López Obrador manifiesta que a él también le
gustaría que lo que los policías –Guardia Nacional y soldados incluidos– digan
sea suficiente para que los fiscales refundan en la cárcel a este o aquel
detenido. Es decir, lo que a AMLO le gustaría es tener pronto una verdad histórica
para tantos casos, comenzando por Ayotzinapa, donde un juez no “entorpeciera”
los “esfuerzos” de los investigadores al pedir que las acusaciones estén
fundamentadas y hayan sido armadas sin violaciones a los derechos humanos.
Dicen que al
llegar al gobierno todos se igualan. Ojalá que no sea así, ojalá que Andrés
Manuel, y su fiscal Gertz Manero, no impongan verdades históricas y sí, en
cambio, den a los mexicanos en cada caso verdades jurídicas a las cuales
adherirnos todos. Sería una verdadera transformación.
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