Alejandro Calvillo.
El planeta y la propia especie humana vivimos las
consecuencias de una civilización globalizada en la que la riqueza y el
bienestar de una minoría se ha construido a través de una economía que
privatiza las ganancias y sociabiliza los daños, destruyendo el planeta y
nuestra salud.
Gran parte de la riqueza corporativa se ha construido sobre
el llamado extractivismo, la contaminación y/o los daños a la salud. La
minería, como la de tajo a cielo abierto, que deja la total destrucción del
paisaje, la contaminación del aire, la tierra y de los recursos hídricos; la
generación de residuos tóxicos y su vertido por gran parte de la industria,
desde la agrícola hasta la química y nuclear; la producción del plástico sin
importar sus consecuencias; la quema de combustibles fósiles sacrificando el
clima y sus enormes consecuencias para la propia humanidad, las demás especies
y ecosistemas, y la sustitución de nuestras culturas culinarias y alimentos
ancestrales por la invasión de chatarra desatando una epidemia global de
obesidad: todos estos procesos de degradación civilizatoria han sido solamente
posibles porque quienes realizan estas actividades productivas no pagan sus
externalidades. Los daños se pasan al planeta, sus ecosistemas, sus especies,
mientras las riquezas se concentran gracias a ellos.
Si los daños se cobraran a quienes sacan beneficios de las
ganancias, no sólo la producción y sus mercancías serían otras, también la
propia tecnología, estaría diseñada para reducir sus impactos, para ser
duradera y no obsoleta, para enfocarse en la biodegradabilidad, en la menor
extracción de recursos, basada en una agricultura regenerativa. Sólo así no se
generarían los daños que aquejan gravemente al planeta y la salud, un planeta
en crisis y una población humana viviendo en entornos contaminados y “alimentándose”
de chatarra. Podríamos recuperar los principios que guiaron a diversas culturas
en no comprometer el futuro de las siguientes generaciones.
El mejor ejemplo de esta dinámica son las causas actuales de
la mayor cantidad de enfermedad y muerte entre la especie humana, las llamadas
Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT): enfermedades cardiovasculares,
hipertensión, diabetes, obesidad, cáncer.
Las principales causas de las ECNT están en los llamados
“determinantes comerciales de la enfermedad”: la comida chatarra y las bebidas
azucaradas, el tabaco y el alcohol.
Un puñado de grandes corporaciones trasnacionales tienen el
control de la producción y mercadeo de estos productos que son ya la principal
causa de enfermedad y muerte. Estás corporaciones obtienen ganancias que las
han convertido en economías más poderosas que muchos gobiernos del mundo,
mientras los daños, las externalidades que provocan el consumo de sus
productos, se pagan con los fondos públicos, provocando el colapso de los sistemas
de salud, y las finanzas de las familias, siendo un elemento de pauperización.
Estos daños, estás externalidades, se convierten en tragedias nacionales y
familiares.
Podríamos imaginarnos el reporte diario, cómo actualmente se
realiza del COVID-19, de las muertes acumuladas cada 24 horas asociadas a la
obesidad, al consumo de tabaco y al alcohol, a los “determinantes comerciales
de la enfermedad”. ¿De qué magnitud serían los datos de estas muertes
prevenibles?
De acuerdo a cifras oficiales, cada hora mueren 23
personas en México a causa de la obesidad. La evidencia demuestra que la
principal causa es el cambio en la dieta a alimentos ultraprocesados (OPS).
Refiriéndose a productos específicos, en México se estima que 40 mil muertes al
año están asociadas al consumo de bebidas azucaradas.
Lo anterior se explica con el hecho del altísimo consumo de
estas bebidas en el país y de que el 70 por ciento de los azúcares añadidos en
nuestra dieta provienen de ellas. En referencia al consumo de tabaco, se estima
que cada año mueren 60 mil mexicanos a causa de esta adicción, es decir, 164
personas al día.
Si se realizará un reporte diario de la cantidad de muertes
generadas por estos “determinantes comerciales de la enfermedad” sin duda,
podríamos generar consciencia de su magnitud. A estas más de 700 muertes
diarias se tendrían que sumar las provocadas por el consumo de alcohol.
Sobre los daños provocados por el consumo de alcohol no hay
datos suficientes. Además de las muertes asociadas al consumo directo del
alcohol, están las muertes en accidentes viales asociadas al consumo de
alcohol, así como al consumo de esta bebida y los crímenes. Además de su
impacto en la mortalidad, están los severos daños que su consumo genera en la
descomposición social y familiar, en la violencia de género, así como también
su asociación con el abuso sexual de menores.
En el caso del alcohol, esa falta de información tiene que
ver con la penetración, ya añeja, de los intereses de esta industria, tanto en
la política como en la academia. La penetración es tal que destacados
académicos no han tomado consciencia del uso que de ellos ha realizado está
industria al invitarlos a las iniciativas que han creado para supuestamente
promover un consumo moderado cuando en el fondo son estrategias para prevenir
políticas y regulaciones que podrían afectar sus ganancias.
Alrededor del mundo, cada vez más, existen experiencias
exitosas para controlar y bajar el consumo de estos productos y, por lo tanto,
reducir sus externalidades, sus daños.
Estas políticas parten del hecho de que son las condiciones
ambientales y comerciales las que inducen el alto consumo de estos productos y
que cambiando estas condiciones, junto con fuertes y mantenidas campañas
informativas, se puede reducir su consumo.
Como ejemplos están las políticas que llevaron a Rusia a
combatir el consumo de alcohol entre su población que se había convertido en su
mayor consumidora y la que llevó a la ciudad de Nueva York a combatir el
consumo de tabaco en el que los neoyorquinos se habían convertido en sus
principales consumidores. En el caso de los mexicanos que nos habíamos
convertido en los mayores consumidores de bebidas azucaradas, un impuesto de
10%, por debajo de lo recomendado de un mínimo de 20 por ciento, nos desplazó
de ese lugar.
Más allá de reducir el consumo de estos productos con
impuestos, política que debe ir acompañada de restricciones a su publicidad, a
su venta en espacios determinados, a etiquetados de advertencia y campañas de
información, está la generación de recursos para paliar las externalidades, los
daños que generan estos consumos.
Las grandes corporaciones argumentan que los impuestos a
estos productos afectan a los más pobres siendo que lo que más afectan a las
comunidades vulnerables son las enfermedades que el alto consumo de estos
productos les provocan sin diagnósticos y tratamientos adecuados. El cinismo de
las grandes corporaciones es extremo, mientras se muestran preocupados por el
efecto en los pobres, son a ellos a los que destinan sus más fuertes
estrategias de mercadeo. Basta ver a dónde están dirigiendo sus mayores inversiones
de publicidad y producción la industria de la chatarra, las bebidas azucaradas,
el tabaco y el alcohol: a las naciones de medianos y bajos ingresos. Y dentro
de estas, a los grupos más marginados.
Como a cada política contra el consumo de estos productos,
principales determinantes comerciales de la enfermedad, responden diversos
mercenarios de la industria en la prensa, realizando ataques personales – ir
contra el mensajero, no contra el mensaje- como si lo que se propusiera fueran
ideas personales y no fueran recomendaciones de organismos internacionales y
nacionales, probadas y evaluadas, mostrando su efectividad, dejo aquí las
referencias a investigaciones publicadas en revistas científicas bien
calificadas, revisadas por pares que dan sustento a lo dicho:
Para quienes dicen que no hay alimentos ni bebidas buenas y
malas. La base para estimar que 40 mil personas mueren al año en México por
causas asociadas al consumo de bebidas azucaradas. Mortality
attributable to sugar sweetened beverages consumption in Mexico: an update.
International Journal of Obesity, 2019.
https://www.nature.com/articles/s41366-019-0506-x
Sobre la caída en el consumo de Tabaco en adultos de 28 por
ciento y de 52 por ciento en jóvenes en Nueva York, en un periodo de 10 años:
Success in the city: the road to implementation of Tobacco 21 and Sensible
Tobacco Enforcement in New York City. British Medical Journal, 2016.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5099222/
Sobre las políticas para reducir el consumo de alcohol en
Rusia y el aumento de esperanza de vida: Rusia alcohol: In Russia, declines in
alcohol consumption and mortality have gone hand in hand.
https://www.sciencedaily.com/releases/2019/10/191003074839.htm
Sobre el pequeño impuesto a las bebidas azucaradas en México,
a tres años de su introducción, y su impacto positivo en trabajadores de la
salud. Association between tax on sugar sweetened beverages
and soft drink consumption in adults in Mexico: open cohort longitudinal
analysis of Health Workers Cohort Study. BMJ, 2019. https://www.bmj.com/content/369/bmj.m1311
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