viernes, 2 de junio de 2017

Periodistas e inseguridad laboral.

Salvador Camarena.

Como a muchos periodistas, me han corrido de más de un par de empresas de comunicación. Eso es lo normal.

En una de ellas llevaba ocho años trabajando y ya era subdirector. Un día alguien (gracias Daniel Moreno) me hizo una cita con Ramón Alberto Garza para que escuchara una oferta laboral. Garza y Moreno, junto con Dante Parma y otros grandes colegas, estaban a punto de desembarcar en El Universal. Era el año 2002.

Avisé en el diario que Ramón quería invitarme un café. Me autorizaron a ir. Fui. Escuché. Decliné. Avisé en mi empleo que la oferta no me resultaba atractiva. Me dijeron que qué bueno. Pero unos días después me dijeron que mejor ya me fuera. Que me habían perdido la confianza, que no era bien visto el escuchar ofertas de otros medios.


Lo mejor vino cuando me hicieron la propuesta de liquidación. Me darían la misma en abonos y sólo a condición de que firmara un compromiso de que renunciaba a trabajar en otro medio. Por un segundo mi ego se infló: “Yo, la amenaza”. El de RRHH dijo que si no aceptaba me darían sólo el tercio del monto. De nuevo mi ego al cielo: “Yo, la megaamenaza”. No les hago el cuento largo: el recadero me amenazó diciendo que por haber ido a esa cita –de la que tuvieron conocimiento, reitero–, incluso estaban pensando en demandarme por espionaje industrial. Al final, y luego de amagos de pleito legal, pagaron lo de ley y los jefes del peón dijeron que el peón al que habían enviado con sus indecentes propuestas se había confundido. Sí, ajá.

En otra ocasión de despido todo fue más breve y más burdo. Te corresponde el equivalente a tres días de salario de liquidación, me dijeron. Mi ego se indignó y yo me reí. Denme lo que dice la ley, repuse. No sabes con quién te estás metiendo, me dijeron. Néstor de Buen (q.e.p.d.) los va a buscar, les dije. Si te ofrecen dos meses de liquidación, agárralos, me dijo don Néstor. Los agarré.

Les cuento esto en primera persona porque no me atreví a contarles otra cosa.

Tengo en mis manos parte de los expedientes de dos grandes periodistas y mejores personas que, desde hace siete años uno, y más de dos años otro, pelean en tribunales mexicanos que las empresas periodísticas en las que estuvieron trabajando los liquiden conforme a la ley.

Esas empresas, que no reconocen los derechos de esos dos entrañables amigos, firmaron la semana pasada un desplegado para decir “Basta ya” de violencia contra la prensa.

No quise decir los nombres de mis amigos ni los de sus ex empleadores, porque en una de esas hago aún más ardua para esos periodistas la desigual batalla que libran contra empresas que incluso dicen en los juzgados que ni conocen a quienes en su momento fueron sus trabajadores. Literal.

Si en el marco del duelo por el cobarde asesinato de Javier Valdez las empresas periodísticas no se comprometen a revisar las condiciones laborales de los periodistas, todo será una perversa simulación.


Por cierto, el día que me corrieron por primera vez, a mi casa llegó a la medianoche, tras cerrar la edición del diario que dirigía hasta esta semana, René Delgado. Se tomó dos tragos largos de tequila y durante un par de horas contó anécdotas (René tiene más anécdotas que barbas, y es barbón a madres). Al final me dio un abrazo que hoy le devuelvo con agradecimiento y respeto renovados. Salud, René, por lo que viene.

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