Dolia
Estévez.
Bajo el autoritarismo
del PRI, el gobierno de Estados Unidos consideró innecesario intervenir en las
elecciones presidenciales de México. “Hasta lo que sé, no ha habido ese tipo de
intervenciones en los comicios presidenciales de México tras la Segunda Guerra
Mundial. El gobierno de Estados Unidos
conocía perfectamente bien el dominio político del PRI y, en consecuencia, no
le preocupaban los adversarios políticos que pudiera tener”, me dijo Dov H.
Levin, especialista de la Universidad Carnegie Mellon.
Estados Unidos, precisó el becario
doctoral del Instituto de Políticas y Estrategia de dicha institución,
consideraba a los presidentes priistas de los cincuenta y de décadas
posteriores como amistosos o al menos aceptables. “Estados Unidos no vio motivo
para tratar de intervenir”, sostuvo Levin. Sobre la situación actual, señaló: “No hay evidencia clara de algún intento por parte de Rusia o Estados
Unidos de intervenir en las próximas elecciones mexicanas”.
Loch K.
Johnson, decano de los académicos especialistas en temas de inteligencia y
espionaje, coincidió. “No que yo sepa”, me respondió cuando le pregunté si el
gobierno estadounidense interviene o ha intervenido en comicios de México.
Las
aseveraciones de los especialistas se apartan de la larga y negra historia de
intervenciones en los procesos electorales de otros países. Si bien las
injerencias de Estados Unidos son conocidas en Latinoamérica, Rusia no se queda
atrás. Levin, autor de Partisan Electoral Interventions by the Great Powers
(intervenciones electorales partidistas por las grandes potencias), encontró
que Estados Unidos y la Unión Soviética o Rusia intervinieron 81 y 36 veces
respectivamente en 60 países entre 1946 y 2000. Los operativos, los cuales
tenían el propósito de sabotear las posibilidades de triunfo de candidatos o
derrocar mandatarios adversos para promover elecciones a modo, se dieron en
seis continentes. Estados Unidos se concentró en Latinoamérica, su patio
trasero, y Asia, mientras que Rusia en Europa.
Con cinco
intervenciones electorales (tres estadounidenses y dos rusas), entre 1964 y
1988, Chile es el país latinoamericano que encabeza la lista. La vasta mayoría
fueron operaciones clandestinas. Haití, donde Estados Unidos impuso a Marc
Louis Bazin en 1990, es la última intervención electoral en el continente de
acuerdo con la investigación de Levin.
Intervenciones
electorales de la URSS/Rusia por región, 1946-2000. Foto:
Partisan electoral interventions by the great powers: Introducing the PEIG
Dataset, investigación de Dov. Levin.
Intervenciones
electorales de EU por región, 1946-2000. Foto:
Partisan electoral interventions by the great powers: Introducing the PEIG
Dataset, investigación de Dov. Levin.
Estados
Unidos está ausente en el listado. El estudio no aborda la injerencia rusa en
las más recientes elecciones presidenciales. Se publicó en 2016, antes
corroborarse la magnitud y el alcance del proyecto secreto de troles y bots
rusos presuntamente vinculado al Kremlin que ayudó la candidatura de Donald
Trump y perjudicó la de Hillary Clinton.
Aun cuando el PRI enfrentó su primer
verdadero desafío electoral en 1988, no hay constancia de que la CIA haya
intervenido a favor de Carlos Salinas. Los hechos apuntan a que Cuauhtémoc
Cárdenas venció a Salinas, quien fue impuesto por el PRI-gobierno mediante un
fraude de Estado que tuvo la anuencia de Washington, pero no la colaboración
material directa de la CIA.
En 2000, la alternancia en la
presidencia del PRI al PAN fue vista con buenos ojos por Washington, por lo que
la CIA se mantuvo al margen. Vicente Fox congeniaba con George W. Bush, aunque después de los ataques
terroristas de 2001 la relación se
enfrió y Fox, pese a las concesiones que hizo y el servilismo de su equipo,
terminó su sexenio desprestigiado y sin interlocución en Washington.
En 2006, la
posible victoria de Andrés Manuel López Obrador preocupó a la CIA. Peter Goss,
a la sazón director de la CIA, declaró que México corría “riesgo de
inestabilidad” debido a los comicios. La Casa Blanca tenía lista una
declaración reconociendo la victoria de AMLO, pero advirtiendo que cambios
radicales en la agenda bilateral no se darían sin consecuencias.
En Our Man
in Mexico (Nuestro Hombre en México, Tauros 2011), Jeffrey Morley dice que
López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría fueron reclutados (operativo Litempo),
con pago de por medio, por Winston Scott, el legendario jefe de la estación de
la CIA en México, según consta en documentos obtenidos por el autor. Estos no
revelan los montos que les pagaban, pero se deduce que eran excesivos, a decir por
las quejas al interior de la famosa agencia. La CIA disponía de maletas
repletas de efectivo para comprar lealtades y conciencias.
De ahí que
las élites de Estados Unidos y México consideraban innecesario sumar a su
historia de intrigas y componendas la intervención directa de la CIA en los
comicios. Se conocía al ganador antes de las elecciones. El sufragio de votos
era una realidad virtual. Qué necesidad. Con todo, la CIA se mantuvo activa en
otros frentes. Con la aprobación del gobierno de López Mateos, espió, con
cámaras secretas y aparatos de intercepción telefónica, al consulado de Cuba y
a la embajada de la URSS. Así fue como se enteró de la presencia de Lee Harvey
Oswald en las sedes diplomáticas de esos países semanas antes del asesinato de
Kennedy. Las mismas herramientas fueron usadas para espiar a la disidencia
política al régimen priista.
En la edad
del Internet las intervenciones electorales se dan a través de Facebook,
Twitter e Instagram. En México, la presencia masiva de bots y troles en las
redes sociales está a la vista de todos. Fomentan pánico, propagan rumores,
exacerban divisiones, diseminan fake news, demonizan, descalifican. Puede que
tengan amos externos, pero también puede que sean tontos útiles al servicio de
este o aquel candidato o grupo de interés. Sea cual fuere, México sale
perdiendo.
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