Javier Risco.
Un niño de
cuatro años se levanta en este país, entiende la circunstancia desde sus ojos,
reconoce a los suyos, desayuna lo que le ponen en la mesa y sonríe. Ese niño
tiene su camiseta favorita, sus zapatos preferidos y poco sabe de lo que
sucederá en su día, la agenda la dicta quien lo toma de la mano. A veces lo
llevan con los vecinos, la mayoría de las veces con los abuelos, al mercado, a
casas ajenas o sólo a caminar a lugares que no conoce y nunca había visto.
Hay días en
que le gana el sueño por la tarde y despierta desorientado, y hay días en los
que está más despierto y sale con el juguete que no suelta, un balón blanco con
azul. Bien lo dice el escritor Manuel Vicent: “Los inviernos de la niñez eran
largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas, y con ellas te
abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o de
aventura, estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama”.
Este niño mexicano de cuatro años
apenas estrenaba el mundo. El último día de su vida siguió su rutina y tomó el
balón azul con blanco. Este país, este México en el que le tocó nacer, lo llevó
a una fosa clandestina. No sabemos con quién iba, aún nadie lo reconoce. Su
cuerpo es uno de los 174 localizados en Veracruz, tal vez los únicos que lo
reconocerían también están enterrados.
No sabemos dónde ni cuándo murió este
niño, ni siquiera hemos sido capaces de nombrarlo. Lo que sí sabemos es que era
inocente. Revisar el catálogo de prendas encontradas en las fosas clandestinas
ubicadas en Veracruz es aterrador: siete archivos con harapos, zapatos, ropa
interior, gorras, entre ellas una camiseta diminuta, unos zapatos de 17
centímetros y un balón blanco con azul.
Junto a ese pequeño niño, también
terminó la vida de un bebé de menos de un año. Ni siquiera sabemos a ciencia
cierta si era hombre o mujer. ¿Se puede llegar más lejos en el horror en el que
nos hemos aclimatado a vivir?
¿Cuántas vidas se han perdido antes
de que comenzaran realmente, por la violenta herencia que administraciones que
vienen y van nos han dejado? Muchos ya perdimos la cuenta de las fosas
clandestinas que se han hallado en el país. Apenas se descubre una, la dejamos
de lado porque hay que dar la noticia de una nueva. ¿Quién está dándole
seguimiento a todos esos casos de personas que no han podido ser identificadas?
¿Sabemos si esos niños salieron de una fosa clandestina para terminar el resto
de la eternidad en una fosa común? ¿Sabemos si antes de volverlos a enterrar en
el olvido, se toma alguna muestra de ADN que esté debidamente preservada, para
después poder cruzarla con una base de datos confiable? ¿Sabemos si esos
desconocidos no están siendo víctimas de una nueva negligencia del Estado? ¿Nos
interesa saberlo? Sí, aunque nos rompa el corazón con cada imagen.
Casi siempre estamos rebasados por
los números, las cifras y los porcentajes de violencia e inseguridad que han
roto todos los récords. Nos llega en una portada el “reconocimiento”
presidencial de un objetivo incumplido en materia de seguridad, pero lo que ha
hecho la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, de exhibir las ropas de los
que hasta hace algunas semanas estaban desaparecidos, nos acerca a las
tragedias enterradas, a lo que nos convertimos este sexenio y los pasados, y lo
que nos va a costar llegar a esa justicia y a esa verdad.
La Comisión de la Verdad que pretende
crearse en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para indagar el caso
Ayotzinapa, es una gran noticia, pero esa es una posible respuesta a 43
desaparecidos. ¿Qué vamos a hacer con los miles y miles que la tierra ya nos
está escupiendo? ¿Cómo hacemos para entender lo que le pasó a un México, donde
un niño de meses o de cuatro años termina como un despojo en un hoyo donde la
muerte se ha hecho una con las raíces de los árboles?
Ayer, el expresidente Ernesto Zedillo reconoció
que tuvo una fallida política antidrogas. ¿De qué nos sirve eso? ¿De qué nos
servirían las disculpas de todos los expresidentes, si hay niños a los que
tenemos que enterrar sin saber quiénes fueron ni por qué terminaron ahí?
Este México doloroso, donde el actual
presidente ya dijo que se irá a vivir al Edomex, donde aún no hay fosas
clandestinas, pero donde su paso como gobernador dejó cientos de desaparecidas.
¿Cuánto dolor más somos capaces de procesar sin hacer nada?
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