martes, 25 de septiembre de 2018

El niño en la fosa.


Javier Risco.

Un niño de cuatro años se levanta en este país, entiende la circunstancia desde sus ojos, reconoce a los suyos, desayuna lo que le ponen en la mesa y sonríe. Ese niño tiene su camiseta favorita, sus zapatos preferidos y poco sabe de lo que sucederá en su día, la agenda la dicta quien lo toma de la mano. A veces lo llevan con los vecinos, la mayoría de las veces con los abuelos, al mercado, a casas ajenas o sólo a caminar a lugares que no conoce y nunca había visto.

Hay días en que le gana el sueño por la tarde y despierta desorientado, y hay días en los que está más despierto y sale con el juguete que no suelta, un balón blanco con azul. Bien lo dice el escritor Manuel Vicent: “Los inviernos de la niñez eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas, y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o de aventura, estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama”.

Este niño mexicano de cuatro años apenas estrenaba el mundo. El último día de su vida siguió su rutina y tomó el balón azul con blanco. Este país, este México en el que le tocó nacer, lo llevó a una fosa clandestina. No sabemos con quién iba, aún nadie lo reconoce. Su cuerpo es uno de los 174 localizados en Veracruz, tal vez los únicos que lo reconocerían también están enterrados.

No sabemos dónde ni cuándo murió este niño, ni siquiera hemos sido capaces de nombrarlo. Lo que sí sabemos es que era inocente. Revisar el catálogo de prendas encontradas en las fosas clandestinas ubicadas en Veracruz es aterrador: siete archivos con harapos, zapatos, ropa interior, gorras, entre ellas una camiseta diminuta, unos zapatos de 17 centímetros y un balón blanco con azul.

Junto a ese pequeño niño, también terminó la vida de un bebé de menos de un año. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si era hombre o mujer. ¿Se puede llegar más lejos en el horror en el que nos hemos aclimatado a vivir?

¿Cuántas vidas se han perdido antes de que comenzaran realmente, por la violenta herencia que administraciones que vienen y van nos han dejado? Muchos ya perdimos la cuenta de las fosas clandestinas que se han hallado en el país. Apenas se descubre una, la dejamos de lado porque hay que dar la noticia de una nueva. ¿Quién está dándole seguimiento a todos esos casos de personas que no han podido ser identificadas? ¿Sabemos si esos niños salieron de una fosa clandestina para terminar el resto de la eternidad en una fosa común? ¿Sabemos si antes de volverlos a enterrar en el olvido, se toma alguna muestra de ADN que esté debidamente preservada, para después poder cruzarla con una base de datos confiable? ¿Sabemos si esos desconocidos no están siendo víctimas de una nueva negligencia del Estado? ¿Nos interesa saberlo? Sí, aunque nos rompa el corazón con cada imagen.

Casi siempre estamos rebasados por los números, las cifras y los porcentajes de violencia e inseguridad que han roto todos los récords. Nos llega en una portada el “reconocimiento” presidencial de un objetivo incumplido en materia de seguridad, pero lo que ha hecho la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, de exhibir las ropas de los que hasta hace algunas semanas estaban desaparecidos, nos acerca a las tragedias enterradas, a lo que nos convertimos este sexenio y los pasados, y lo que nos va a costar llegar a esa justicia y a esa verdad.

La Comisión de la Verdad que pretende crearse en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para indagar el caso Ayotzinapa, es una gran noticia, pero esa es una posible respuesta a 43 desaparecidos. ¿Qué vamos a hacer con los miles y miles que la tierra ya nos está escupiendo? ¿Cómo hacemos para entender lo que le pasó a un México, donde un niño de meses o de cuatro años termina como un despojo en un hoyo donde la muerte se ha hecho una con las raíces de los árboles?

Ayer, el expresidente Ernesto Zedillo reconoció que tuvo una fallida política antidrogas. ¿De qué nos sirve eso? ¿De qué nos servirían las disculpas de todos los expresidentes, si hay niños a los que tenemos que enterrar sin saber quiénes fueron ni por qué terminaron ahí?

Este México doloroso, donde el actual presidente ya dijo que se irá a vivir al Edomex, donde aún no hay fosas clandestinas, pero donde su paso como gobernador dejó cientos de desaparecidas. ¿Cuánto dolor más somos capaces de procesar sin hacer nada?

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