Estrictamente
Personal.
Cuando
Emilio Lozoya Thalman presentó su declaración patrimonial al llegar al gabinete
del presidente Carlos Salinas como secretario de Energía, la sorpresa de
quienes la revisaron fue lo rico que era. Su fortuna era superior a mil
millones de pesos, producto de su actividad empresarial y de inversiones, con
lo que tenía asegurado el futuro de su familia por generaciones. Ese
antecedente, junto con una carrera en el servicio público intachable, era lo
que durante todos estos años hicieron dudar a muchos sobre la integridad de su
hijo, Emilio Lozoya Austin, exdirector de Pemex, hoy en el peor momento de su vida, al tener que enfrentar a la justicia
y responder las acusaciones de corrupción sobre él y su familia. ¿Qué necesidad
tenía? Por herencia y por su esposa, su fortuna le hacía innecesaria una acción
de esa naturaleza. Y sin embargo, las
autoridades afirman tener evidencias de ilegalidades en su proceder.
La investigación que lo ha puesto
frente a la justicia, es por la compra de una empresa de fertilizantes a Altos
Hornos de México a un sobreprecio. De acuerdo con la investigación, 10 días
antes de que Enrique Peña Nieto asumiera la presidencia, Alonso Ancira, dueño
de esa empresa, hizo un depósito por 2.9 millones de dólares a una cuenta en
Europa de Gilda Lozoya, hermana del exdirector de Pemex, quien a su vez
transfirió esa misma cantidad a una cuenta de su hermano en México quien,
entonces, compró una casa en las Lomas de Chapultepec –que fue cateada el
martes– por esa misma cantidad. Lo que dicen las autoridades es que ese monto exacto
fue apareciendo y desapareciendo en ese recorrido hasta que terminó en la
propiedad, por lo cual los propietarios originales están siendo investigados.
Las autoridades establecen la
corrupción por la forma como se hizo la compra de la empresa de fertilizantes
con un sobreprecio, que establece el presunto delito de cohecho, y como no se
registró fiscalmente, se le añadió el presunto delito de evasión fiscal,
producto de los movimientos financieros para ocultar el dinero, por lo que le
sumaron el presunto delito de lavado de dinero. Por cuanto a los manejos
financieros, las autoridades van sobre Lozoya, su hermana y Ancira, sobre
quienes presumen también triangulaciones similares posteriores a 2012. La
investigación toca de manera directa a un cercano colaborador de Lozoya, Édgar
Torres Garrido, a quien nombró director de Pemex Fertilizantes, y quien fue el
responsable de operar toda la compra.
El caso de la presunta corrupción en
la compra no está vinculado al de Odebrecht, aunque las autoridades dijeron que
el pago de Ancira se hizo a una empresa filial del conglomerado brasileño, que
a su vez hizo el depósito en una firma suiza donde son socios los hermanos
Lozoya. Las investigaciones sobre la corrupción de los brasileños en México
están prácticamente terminadas, y será un pliego de consignación independiente
del caso de la fertilizadora. Lozoya entonces, como se adelantó en la columna
de ayer, apenas comienza su batalla judicial.
De acuerdo
con la investigación donde lo vinculan con Ancira, su problema sería básicamente de corrupción. La relación entre los dos
llegó a niveles donde el conflicto de interés fue evidente. Mario Maldonado, el
muy bien informado columnista de negocios, recordó ayer en El Universal que en
una difícil conversación que tuvo con Lozoya en marzo de 2017, le admitió haber
incurrido en un conflicto de interés porque voló 54 veces en el helicóptero de
Pemex en 2015, a la torre donde se encuentra la oficina de Ancira y la sede de
AHMSA. A Maldonado le sorprendió el reconocimiento de Lozoya, quien “no parecía
preocuparse por sus dichos”, porque existía, como le dijo en aquel momento, una
“profunda amistad” con el presidente Enrique Peña Nieto.
Esa amistad, que lo protegió de la
embestida del entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que pedía su
destitución por su mala gestión en Pemex, lo debió haber nublado y sentirse
protegido. Descuidó otro conflicto de interés cuando le compró a Gabriel Karam,
socio del Grupo Hidrosina, que tiene una de las cadenas de gasolineras más
grandes del país, un departamento en la lujosa calle Rubén Darío, en Polanco,
por 28 millones de pesos, donde viven sus padres y que fue una de las
propiedades que cateó la Policía Ministerial el martes pasado.
Los casos de AHMSA y Odebrecht
podrían no ser los únicos en el expediente ampliado de Lozoya que lleguen a
ventilarse.
Desde finales del gobierno de Peña
Nieto se investigaba a su excoordinador ejecutivo, Froylán Gracia, ante las
denuncias de que cobraba sumas millonarias por citas con su jefe, como reveló
esta columna en octubre de 2015. Otro de sus cercanos, Arturo Henríquez Autrey,
a quien hizo director de Procura y Abastecimiento y que también estuvo en la
compra de la fertilizadora, pedía regularmente a empresarios cuatro millones de
pesos que, decía, eran para Lozoya. Siempre lo negó el exdirector de Pemex,
quien decía que las acusaciones eran porque se habían lastimado muchos
intereses.
En un
reporte a sus socios, la consultora
Eurasia consideró que acusar a Lozoya era relativamente fácil por el cúmulo de
información pública sobre él, pero observó que las investigaciones “están
motivadas mayoritariamente por consideraciones políticas y es improbable que se
amplíen, porque López Obrador probablemente no quiere crear una crisis lanzando
investigaciones más grandes”. Es una conjetura quizás aventurada, que supone el
interés político del presidente por no voltear al pasado y destapar la caja de
Pandora. Sin embargo, inició un proceso difícil de detener. El pueblo quiere
sangre y Lozoya parece estar decidido a dársela, si con ello sobrevive.
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