Por Darío
Ramírez.
Todo parece indicar que ni los
periodistas ni los medios de comunicación de México quieren evolucionar a lo que
demandaría una democracia funcional. Cada vez que se señalan problemas
históricos y estructurales -como la clase política- los unos se cubren a los
otros para no cambiar nada.
Mientras los medios de comunicación
navegan en el status quo, la misma sociedad sigue en una pasividad consumidora
y fragmentada en el mosaico mediático con el pírrico poder para demandar medios
que cumplan su función social.
Desde hace dos décadas los homicidios
de periodistas han colocado a México como uno de los tres países más peligrosos
para ejercer el periodismo. Lo escribo una vez más pero ahora siento un vacío
profundo dentro de cada letra de la oración anterior. El Gobierno (o los
gobiernos) no han podido -y seguramente no querido- atacar de raíz la violencia
contra la prensa. Diagnósticos van y vienen, pero la impunidad sigue siendo el
arma más poderosa de los perpetradores.
Pero dentro del espiral de la
violencia está la aquiescencia de los medios de comunicación. Sí, así como lo
lee. El beneplácito de los medios para que la violencia siga contra sus
miembros y no demandar realmente nada a las autoridades. Simplemente su deber
termina al llevar la nota del homicidio, hacer un recuento y listo, se afianza
la impunidad. Los periodistas más afamados y urbanos ignoran por completo el
contexto tan precario y violento en donde periodistas ejercen el oficio en
zonas de guerra. En su día a día no les incumbe.
El contexto de violencia no es todo
lo que aqueja al periodismo mexicano ni sus malas y ancestrales prácticas con
el poder. Para entender la simbiosis entre poder–periodismo tenemos que
entender el dinero entre ellos. Desde hace varios años organizaciones civiles
pusieron atención sobre cómo el dinero (miles de millones) salí de las arcas
públicas y terminaba en las alforjas de los medios y de periodistas. Somos una
cultura que aceptó tanto la práctica de compras de líneas editoriales que hasta
creamos un concepto: El Chayote.
Se nos ha hecho normal, y no se ha
querido cambiar, la relación perniciosa y cercana entre el poder y los medios
por parte del dinero, muchas veces en forma de contratos de publicidad oficial
y otras en contratos de servicios de comunicación. El caso -y lo más serio- es
que los medios decidieron vivir de aquel que tenían que escudriñar, de aquel
ente público que debían de vigilar. Sin embargo, gracias a esos trabajos ahora
se conoce más de las cantidades de dinero que compran líneas editoriales,
favores políticos o comerciales. Pero shhhh… “perro no come perro”. Entonces,
mientras unos se cubren a los otros, porque los otros no son diferentes de los
unos, todo sigue igual. Una alta funcionaria de un medio de comunicación lo
resume de la siguiente manera: “El medio soborna y también es sobornado. Es ese
es el sistema y la cultura”.
Se armó un escándalo considerable -y
no entiendo por qué- cuando hace unos días se dio a conocer una lista de
periodistas que recibían contratos millonarios por parte de la administración
de Peña Nieto. Vale la pena hacer notar que esa información y mucha otra ya se
ha hecho pública antes. Pero claro, como la dio a conocer Andrés Manuel López
Obrador había que generar controversia.
Pasado el vendaval nada cambió.
Pasaron los gritos y nada pasó. La actual administración, más allá de hacer un
ejercicio de transparencia al dar a conocer información -repito ya conocida-
está perdiendo la oportunidad de cambiar la historia de la prensa y el
Gobierno. La oportunidad es única y la razón estaría de su lado.
Desafortunadamente, el Presidente Obrador se ha limitado a decir que gastará la
mitad de lo que gastó la administración anterior (alrededor de 4,711 millones
de pesos, que no es cosa menor), pero continuará la práctica de ser
completamente discrecional al momento de otorgar los millones.
En otras
palabras, si en verdad estuviera en el interés
de Obrador cambiar un elemento tan pernicioso para la democracia mexicana, como
es el cáncer en el periodismo mexicano, debería haber optado, a la hora de
hacer pública la lista citada de periodistas beneficiados (sin aparente razón o
justificación alguna), presentar una iniciativa de reforma a la ley de
comunicación social.
Cambiar el paradigma real. Pero para
hacer eso se tiene que tener conciencia que el rompimiento entre medios de
comunicación y el poder político va a mover elementos profundamente arraigados
en nuestra sociedad: Y qué bueno. Pero: ¿Querrá eso AMLO?
La violencia tiene arrinconada a la
prensa. El uso del dinero público de manera discrecional e injustificada
fomenta una relación insana y dañina para la información y el periodismo. Pero
no es solo cambiar la ley, es cambiar la práctica cultural. Esconder el dinero
para que le llegue a los medios es fácil. Ahora los holdings mediáticos lo
hacen mucho más fácil porque el dinero puede llegar a través de dinero a
hospitales o constructoras que son parte del mismo grupo mediático. Por lo que
los medios al final son solamente una herramienta para “chantajear y ser
chantajeado”. Es decir, tener un herramienta de negociación.
Pero
tengamos algo claro, tendría AMLO que
bloquear todos y cada uno de los negocios de los Salinas, Azcárraga, Junco de
la Vega, Vásquez Raña y todos los demás. Nadie piensa en eso -o por lo menos se
conoce poco- pero ahí está el negocio. Sabemos que existen intercambios no sólo
de publicidad o servicios si no de permisos de construcción, distribución y una
cadena interminable, perfecta para el disfraz perfecto. La simbiosis perniciosa
va más allá de un contrato de publicidad.
Pero en el epicentro de lo que se
debe de cambiar no son solo las leyes para que los medios reciban dinero de
manera transparente y justificada, sino los modelos comerciales y de negocios
que tienen los medios mexicanos.
La gran mayoría vive del dinero
público y eso es imposible de sostener en cualquier país. No solo es dañino
para la independencia, sino es insostenible para la democracia. Si los medios
no transitan de manera rápida a crear un modelo de negocios basado en: 1. La
diferenciación del producto (no ser igual a los demás); 2. Tener un foco claro
y específico en términos de información y 3. Tener claro una amplia variedad de
formas de obtener ingresos más allá de la publicidad; tales como suscripciones,
eventos transmedia,
etcétera.
Los que no lo logren deben de
desaparecer. El Gobierno no puede ser el responsable de la subsistencia de
medios de comunicación. Eso lo debemos de tener claro. Pero para todo lo
anterior, las voluntades deben de ir por delante … “y el cubrirnos los unos a los
otros” debe de ser práctica del pasado. Parecería que seguiremos olvidando lo
que olvidamos en el 2000 y el cambio de régimen: la transformación del sistema
de medios.
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