Salvador
Camarena.
Desde el día
siguiente del fiasco de la detención de Ovidio Guzmán, el gobierno de Andrés
Manuel López Obrador ha querido vender como un éxito, como un acierto, un
episodio que muestra mucho de las limitaciones del modo de gestión del
Presidente.
Hay una suma
de prepotencia e ineptitud. No sólo en este caso, pero Culiacán ha llegado a
cristalizar algo que se percibe en distintos ámbitos de esta administración. No
en todos, pero la excepción no salva la tendencia.
La rueda de
prensa de ayer, que duró una hora, pues los primeros 90 minutos fueron para los
payasos, mostró a un Presidente resentido con la falta de acompañamiento
acrítico de lo que él, y sólo él y unos cuantos incondicionales, ven como una
virtud: el manejo de la crisis tras la fallida detención del hijo de un
narcotraficante.
El
presidente López Obrador, que pudo haber tomado/respaldado la decisión correcta
al no insistir en una operación con riesgo de baño de sangre, no tolera que dos
semanas después la prensa siga demandando información y, menos aún, que se
abran espacios a quienes discrepan de la triunfalista versión oficial.
En la sesión
mañanera de este jueves, no fue sino hasta que la colega de Proceso tomó la
palabra que comenzaron las preguntas que interesan a la sociedad y no a la
Presidencia. El modelo de las comparecencias en Palacio Nacional mostró, como
nunca, sus limitaciones de diseño: los patiños intentaron maniobras de
distracción, pero la prensa profesional reclamó que el ejercicio fuera real,
así que acabaron preguntando a gritos. Nada de qué espantarse, mejor eso que
someterse. Siempre.
Pero el
Presidente no opina igual. Ante las preguntas tuvo el mal tino de comparar a
los medios con la prensa porfiriana que no supo aquilatar la llegada de la
democracia maderista. Y, como su pecho no es bodega (así dice él), nos advirtió
que se atrevería a decirnos lo que piensa de los cuestionamientos: “muerden la
mano que les quitó el bozal”, dijo al citar a Gustavo Madero.
Para ese
momento, el Presidente había perdido el control de su operación de propaganda.
Quiso dominar en solitario a los reporteros recurriendo a sus letanías. Pero el
truco se ha desgastado. Estamos frente a una crisis y la prensa verdadera
estuvo a la altura de lo que se espera de ella: no se dejó enredar por los
cuentos del pasado con los que todo-todo error actual se quiere justificar.
Porque el
17-O de Culiacán es un poliedro de aspectos a cuál más grave uno que otro. El
poderío armamentístico de los criminales, su capacidad de logística, la
decisión del cártel de arriesgar a la población de donde son nativos y su
ruidoso triunfo representan una afrenta a la nación. Literal. Y encima el
riesgo de que no sea la única organización criminal que recurra a ese modus
operandi.
El gobierno,
por el contrario, ha querido mostrar a la candidez como una virtud. Si fueran
una orden religiosa, se entendería tal decisión. Pero son los encargados de
garantizar la seguridad de la ciudadanía, de imponer la ley, de monopolizar la
fuerza. Eso es lo que se les reclama. Y eso es en lo que fallaron: no pudieron
hacer un operativo sin cuidar a la sociedad, y la criminalidad mostró que puede
mandar. Necesitamos la señal contraria.
Al
cuestionar sobre cómo pudo pasar eso, y cómo sabemos que se trabaja para que no
ocurra de nuevo, el gobierno contesta en los únicos términos que son constantes
de la administración lopezobradorista: nada de humildad y reconocimiento del
error, menos pedirle a la sociedad que confíe en que se corregirá lo
equivocado. Al contrario: desde el (todavía) secretario Alfonso Durazo al
Presidente (quito de esa línea al general secretario Sandoval, más mesurado)
las respuestas lindan en la altanería.
El comando
del Ejército que otras veces ha sido exitoso, pudo haber tenido un fallo grave
en el terreno en Culiacán. Mala tarde. Pero el concierto de incapacidades
mostrada en el gobierno central, y sobre todo su incapacidad para entender que
en una crisis no pueden darse el lujo de perder el apoyo popular es una señal
aún más delicada.
En esta
primera crisis hay espacio para rectificar estilo de mando, mecánica de toma de
decisiones, perfil de colaboradores, modelo de comunicación, relación con los
medios y mensaje a la sociedad. Nada de eso parece interesar.
Todo el
esfuerzo del Presidente fue dispuesto, a partir de la ineptitud mostrada y
desde la soberbia, en distraer de lo central y, como otras ocasiones, salir a
buscar quién la pague (en este caso la prensa) y no quién la hizo: ellos
mismos.
Lo peor es que,
de persistir en esa actitud, la factura del colapso de este modo de gobernar
que ayer se vislumbró la pagaremos todos.
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