Raymundo
Riva Palacio.
La marcha de
mujeres programada para el 8 de marzo, y el paro que ha convocado a todas ellas
para el lunes 9, han acelerado el metabolismo femenino. En Facebook, Instagram,
Twitter o WhatsApp se puede apreciar la agitación social que ha provocado un
hecho inédito en México y sin precedente en el mundo, salvo por una
insurrección de género en Islandia, en 1975. Hace 44 años, en aquella isla en
el Atlántico norte, 90 por ciento de las mujeres –100 mil personas
aproximadamente– marchó por las calles de Reikiavik, por la igualdad de género
y paralizó el país. Con unos 127 millones de mexicanos, donde por cada 94
hombres hay 100 mujeres, uno puede imaginar lo que será esta nación si las
mujeres mantienen la estamina para mandar el mensaje de basta ya.
Sería
poderoso. ¿Para cuánto nos gusta el total que marche en la Ciudad de México, el
resto del país y en el mundo? ¿En cuánto calculamos que se rebasarán los 37 mil
millones de pesos estimados de pérdidas en la economía formal e informal? La
racional no es ni debe ser económica. El dato permite dimensionar el vacío que
dejan las mujeres en un campo que se puede medir objetivamente, pero el costo
infligido, más allá a cualquier argumentación, es menor al agravio que han
tenido por generaciones.
La marcha y
el paro han crecido exponencialmente en menos de una semana, al que se le suman
diariamente colectivos, organizaciones, universidades, gobiernos, instituciones
e individuos. Algunos lo han hecho a regañadientes, sin entender el fondo de la
protesta, como aquellos que advierten a las mujeres que quienes falten a
trabajar tendrán que reponer esas horas o hacer home office, que es aún más
absurdo. Hay empresas que piensan tomar ese día como feriado, que también es no
entender la esencia de la protesta, o la Iglesia, que ha discriminado
históricamente a las mujeres, que cerrará sus parroquias.
El paro
propone, justamente, evidenciar la ausencia de mujeres, y los sabotajes
inopinados están permeados por la cultura machista en la que estamos inmersos.
Pero incluso esta confusión muestra el alto costo que tendría el no sumarse a
esta iniciativa que salió de las mujeres, así, sin adjetivos, que fue tomada
por colectivos y de ahí brincó a toda la sociedad. La convocatoria metió en una
contradicción al propio gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador
desde el viernes pasado, y no se ha detenido.
Todavía este
martes, mientras se seguían sumando secretarías de Estado al llamado de las
mujeres y las titulares de Gobernación, Economía y Cultura hacían
pronunciamientos impecables de apoyo, el Presidente seguía denostando la
convocatoria y acusando a sus enemigos, categorizados como “conservadores”, de
buscar lastimarlo. El extremo ha sido hablar del cacerolismo chileno para
caracterizar este reclamo y señalar que se trata de un golpe de Estado blando.
La posición
del Presidente y las posiciones antagónicas dentro de su gobierno, mueven a
sospecha. No se trata de adoptar el uso político que impregna la retórica de
López Obrador, pero no se debe olvidar que suele engañar con la verdad. Hay que
tomar sus palabras al pie de la letra. Si habla de cacerolismo –como se ha
llegado a definir desde el proceso de desestabilización del presidente Salvador
Allende, en Chile, por parte de la derecha en los 70–, y de golpe de Estado
–duro o blando, da igual–, que es como concluyó el gobierno de la Unidad
Popular, López Obrador está ideológicamente convencido de que son los
“conservadores” quienes están buscando aprovechar la coyuntura y lastimarlo.
Eso no lo va a permitir.
Desde la
semana pasada, uno de sus principales consejeros en Palacio Nacional, comenzó a
operar para neutralizar la convocatoria. Habló con el presidente de la Suprema
Corte de Justicia, Arturo Zaldívar, a quien le reclamó que hubiera tomado un
posicionamiento expedito en apoyo al naciente movimiento. El lunes, durante el
acto del Día de la Bandera, habló de mujeres y justicia, pero en tono moderado.
También hubo llamadas a columnistas para que no se sumaran a la convocatoria,
y, de ser posible, que escribieran en contra. Pero la ola es demasiado grande
para ignorarla. Tanto, se podría pensar, que las secretarías de la Defensa y de
la Marina se sumaron al respaldo de las dependencias federales, dejando a
conciencia de las mujeres que trabajan en ellas, ir a la marcha y ponerse en
paro.
Es insólito
ver disidencia en un gobierno que se maneja de manera autocrática. López
Obrador controla todo aquello que políticamente le importa o siente que le
afecta electoralmente, y no permite que nadie se maneje por fuera de los
límites que él mismo establece. Que en su propia casa miembros del gabinete
expresen una posición antagónica a su designio sobre la marcha, es impensable
por improbable. Para él no hay corrientes de opinión que nutran la discusión
interna. Para López Obrador, quien no es incondicional, es traidor. Es falso
que existe libertad de expresión e ideas dentro de su gobierno. Sabe qué es el
poder, para qué sirve y lo ejerce como hacía décadas no se veía en México, con
mano dura.
Las
intenciones nobles del gobierno, en particular de las Fuerzas Armadas, son
motivo de alerta para las mujeres que marcharán y pararán el país. No es que se
llenen de paranoia, sino que tengan cuidado. Hay intenciones de descarrilar la
protesta femenina, descalificarla políticamente y banalizarla, como todo
aquello que signifique una afrenta para López Obrador. La oportunidad de abrir
un parteaguas está a la vuelta de dos semanas. Que el voluntarismo y la euforia
no las cieguen. Enfrente tienen un animal político que buscará a toda costa su
fracaso.
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