Diego Petersen Farah.
En una, diría Monsiváis, escrupulosa declaración patrimonial
de sus bienes intelectuales, el Presidente soltó desde el fondo de su alma una
frase lapidaria: “A veces no gusta mucho porque, también con razón, se quiere
cambiar el rol de las mujeres y eso es una de las causas, una de las causas
justas del feminismo, pero la tradición en México es que las hijas son las que
más cuidan a los padres, nosotros los hombres somos más desprendidos”. Desde el
fondo del auditorio el fantasma de Melchor Ocampo, entusiasmado, aplaudía.
¿cómo no se me ocurrió antes? pensó. Ahí en el segundo párrafo de mi epístola
donde dice que la mujer “debe dar y dará al marido, obediencia, agrado,
asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se
debe a la persona que nos apoya y defiende…” podemos agregar una línea que
diga: “y fieles a la tradición mexicana, cuidarán a sus padres para que el
hombre pueda ser, como es, desprendido”. Si se agrega la frase el fantasma
Melchor no tiene inconveniente que en lo sucesivo la epístola lleve el nombre
Ocampo-López.
López Obrador es, o quiere ser, un liberal del siglo XIX,
pero es un conservador del siglo XXI. Más allá del pitorreo, el problema es que
esta concepción anacrónica de la familia se refleja en las políticas públicas
del Gobierno. El Presidente apuesta un día sí y otro también a una familia
mexicana idealizada que solo existe su cabeza y en la de uno que otro obispo.
No es la primera vez que el Presidente hace este tipo de declaraciones.
Comenzando el Gobierno anuló el subsidio a las guarderías y dijo que lo mejor
era que a los niños los cuidaran los abuelos. Luego pidió a las feministas no
afectar los monumentos en sus marchas y poco después con su decálogo con el que
pretendía reivindicarse escribió que violentar a las mujeres era cobarde y
anacrónico, pero nunca dijo que se trata de un delito. “¿Maltrato al interior
de las familias? No, no, al contrario…” dijo el 20 de mayo pasado negando el
incremento de violencia intrafamiliar durante el confinamiento. Prometió que
mostraría una encuesta donde se demostraba lo contrario. Nunca llegó. Las
cifras oficiales de violencia intrafamiliar sigue creciendo y cada reporte
mensual es peor.
No tengo la menor duda de que haya familias funcionales,
incluso que en la mayoría de las familias el saldo sea positivo, que la
estrategia de sobrevivencia en los sectores más pobres de la sociedad se basa
en la familia, pero negar o minusvalorar el problema de violencia familiar y
que parte esencial de esa violencia es la reproducción de conductas machistas
que impone a las mujeres doble o triple jornada, no solo es retrograda, un
retroceso de dos siglos, sino criminal.
Hay machismo en las alturas y en un Gobierno tan
personalizado, tan centrado en la persona del Presidente, esta concepción no
solo permea el discurso, sino que está detrás del desmantelamiento de las
instituciones de protección a mujeres y víctimas de violencia.
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