Raymundo
Riva Palacio.
Sincronizados.
Así estuvieron los presidentes de Estados Unidos y México. Donald Trump dijo el
martes en Yuma, Arizona, junto al primer tramo del muro en la frontera, que
esperaba “pronto” a su colega mexicano en Washington. En respuesta, Andrés Manuel
López Obrador dijo el miércoles que para allá va, y adelantó que será en julio,
en unos cuantos días. Las declaraciones no tienen sustento alguno en la mesa de
negociación para una visita de esa naturaleza, porque no estaban negociando un
encuentro, aunque hay que señalar que si Trump quiere, Trump lo logrará.
La parte más
difícil de un encuentro con Trump, es que éste quiera. La más fácil, que le
diga a López Obrador cuándo y a qué hora tiene que presentarse en la Casa
Blanca. Las cancillerías de los dos países trabajarán a marchas forzadas,
porque hasta el momento, dijeron diplomáticos, sólo había ideas sobre la mesa,
pero no habían acordado nada, como tipo de visita, fechas o temas. Con las
prisas de Trump por reunirse con López Obrador, esa visita está mucho más cerca
de lo que imaginaban.
Trump no
había querido ver a López Obrador, ni le interesaba. AMLO sí había buscado
verlo, y se lo planteó al asesor y yerno, Jared Kushner, cuando platicaron en
la Ciudad de México el año pasado. Kushner respondió que no había condiciones
para realizar un encuentro bilateral. No es que López Obrador sea desechable
para Trump, pero tampoco tiene que cultivarlo. Las cosas que quiere, el
mexicano las hace, y sin causarle problemas le ayuda a resolver problemas domésticos,
como es la migración.
López
Obrador no era necesario para Trump hasta ahora, al verlo como una ficha con la
comunidad hispana, cuyo apoyo requiere para reelegirse en noviembre. Esto no
era necesario hasta antes de la pandemia del coronavirus, cuando Trump resistía
los embates de los demócratas y la economía se fortalecía, con buenos números
de empleo y una mejoría en la calidad del ingreso. El Covid-19, sin embargo, se
le atravesó y empujó al desempleo a más de 40 millones de personas, con lo que
la aritmética electoral se modificó.
El portal
Real Clear Politics, que diariamente publica su encuesta de encuestas, se ha
ido documentando cómo durante la pandemia y las consecuencias económicas que
trajo consigo, Trump fue perdiendo electores frente al demócrata Joe Biden,
hasta cruzarse la intención de voto. Los datos promediados este miércoles le
daban una ventaja a Biden de 10.2 por ciento, con una preferencia de voto de
51.1 por ciento, sobre 40.9 por ciento de Trump. Hace dos semanas, la
diferencia entre los dos no superaba los cuatro puntos.
En Arizona,
prevista como uno de los cinco estados donde se definirá la elección, donde
Trump anunció que “pronto” lo visitaría López Obrador, Biden lo aventaja por
cuatro puntos. En Nuevo México, el demócrata le saca 14 puntos, y en
California, donde están 57 por ciento a 33 por ciento, la ventaja de 24 puntos
es abismal. Aún en Texas, que también hace frontera con México y que hace
tiempo vota republicano, Trump perdió una ventaja de seis puntos a principios
de mayo, y apenas superaba por un punto a Biden (44 a 43 por ciento).
En la
primera encuesta presidencial que publicó para esta elección The New York
Times, ayer, Biden va delante de Trump por 14 puntos, 50 por ciento contra 36
por ciento, con un fuerte apoyo al demócrata entre mujeres y votantes
minoritarios, como son los hispanos. El panorama se complica cuando se revisan
los números electorales en el Capitolio. Los demócratas, que tienen el control
del Congreso, tienen una cómoda ventaja sobre los republicanos, y en el Senado
deben estar prendiendo las luces de alerta, porque los demócratas están un
escaño debajo de los republicanos. En términos generales, los demócratas han
incrementado 8.5 puntos su ventaja sobre el partido en el poder.
Estos
números y la tendencia decreciente en la preferencia electoral de Trump, lo
llevó a voltear a López Obrador y que le ayude a ganar votos. Ya lo hizo con
Enrique Peña Nieto, quien lo recibió en Los Pinos en plena campaña electoral, y
le dio un estatus de estadista que ningún otro líder le había querido dar.
Ahora ya como Presidente, la reelección necesita del empuje de otro líder
mexicano. López Obrador le viene perfecto.
Trump
necesita la fotografía con el Presidente para mostrarla a los electores. Por un
lado, los hispanos, que verán en esa reunión una legitimidad para el
republicano.
De acuerdo
con el Pew Research Center, una de cada 10 personas elegibles para votar este
año son inmigrantes, y 61 por ciento de esos 23 millones de ciudadanos
naturalizados vive en cinco estados: California (5.5 millones, de los cuales 37
por ciento son hispanos), Nueva York (2.5 millones con 25 por ciento hispanos),
Florida (2.5 con 64 por ciento hispanos), Texas (1.8, 52 por ciento de ellos
hispanos) y Nueva Jersey (1.2, donde 32 por ciento son hispanos). Por el otro
lado están sus clientelas duras, racistas y antiinmigrantes, a quienes puede
presumir que López Obrador baila al ritmo que le marque, apoyando el discurso
con la construcción del muro, con los insultos, racismo y desprecio cotidiano
que muestra por los mexicanos.
López
Obrador no tiene nada que hacer en un encuentro con Trump en plena campaña
electoral. El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, lo quiso
acotar a la entrada en vigor del acuerdo comercial, invitando también al primer
ministro Justin Trudeau, pero el propósito inicial planteado por el Presidente
era agradecerle a Trump lo que había hecho por México, con el apoyo de equipo
para el Covid-19. Es una trampa tendida por Trump y López Obrador no puede
escapar de ella, ni parece que le interese. Ha mostrado subordinación política
ante Trump, por lo que la decisión de ir a Washington parece no estar en sus manos,
aunque con sus otros datos, diga lo contrario.
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