Ricardo Ravelo.
El robo de combustibles –peyorativamente conocido como
“huachicoleo”– se ha convertido en un negocio tan jugoso en México que atrajo a
los cárteles de la droga y los ha enfrentado en guerras sin tregua,
convirtiendo a territorios completos en verdaderos campos de batalla que
rememoran, toda proporción guardada, la cruenta guerra del golfo Pérsico, donde
los llamados “amos del petróleo” se disputaron a sangre y fuego el oro negro.
El robo de combustibles en México es una práctica
vieja. De ese negocio, al principio operado sólo por funcionarios corruptos
enquistados en Petróleos Mexicanos, se financiaban campañas políticas, por
ejemplo; de la noche a la mañana, caciques y grupos de poder que ejercían
controles regionales amasaron fortunas descomunales: compraron ranchos
fastuosos, ganado de alto registro, caballos pura sangre, vehículos de lujo,
por decir lo menos. El negocio era manejado desde la Presidencia de la
República
Un ejemplo de esa riqueza fortuita, que surge como un
chispazo, fue Juan Carlos Molina, político veracruzano, diputado local,
asesinado el año pasado de varios disparos precisamente por estar vinculado al
robo de gasolinas y presuntamente al narcotráfico.
En enero de 2019, el Gobierno federal se dio a la tarea de
emprender el desmantelamiento de las redes de “huachicoleros”, grupos ligados
al crimen organizado que ordeñaban, por todas partes, los ductos de Pemex.
Claro, todo estaba operado desde el tercer piso de la torre petrolera.
El robo era atroz y sigue siendo preocupante. Según
datos oficiales, entre enero y julio de 2019 se tenían detectadas 8 mil 655
tomas clandestinas a nivel nacional; dos años antes, en 2017, había 5 mil 789,
en 2016 3 mil 709 y un año atrás, en
2015, existían 2 mil 934. Es claro que, cuando la delincuencia organizada se
ligó a la delincuencia de “cuello blanco” el negocio tuvo un repunte
significativo.
Hace una década, más o menos, el llamado “huachicoleo”
era manejado por el cártel de Los Zetas, ya extinguido; después, el Cártel de
Jalisco Nueva Generación hizo su aparición en el negocio: se apoderó de los
estados de Puebla y Veracruz, curiosamente cuando estas entidades eran
gobernadas por el PAN: en la primera entidad gobernaba Rafael Moreno Valle; en
la segunda, Miguel Ángel Yunes Linares. En ambos estados, el cártel encabezado
por Nemesio Oseguera se afincó con la complacencia del poder político.
El negocio derivó en enfrentamientos y muertes. El botín
era muy codiciado: las ganancias se estimaban, entonces, entre tres y cinco
millones de pesos diarios. Las policías estatales, municipales y hasta
militares participaban en la protección a las bandas.
Dos altos mandos del Ejército mexicano figuran como
las cabezas de la protección de este negocio: el General en retiro Sócrates
Alfredo Pegueros y Eduardo León Trauwitz. El primero estuvo al mando de la
seguridad de los ductos en Pemex, en el Gobierno de Enrique Peña Nieto; el
segundo fungió, en ese sexenio, como subdirector de salvaguarda estratégica.
Ambos operaban el “huachicoleo” y recibían las instrucciones desde Los Pinos
para operar toda la red de robos en el país.
Los dos militares fueron detenidos después de que el
Presidente Andrés Manuel López Obrador emprendió el combate al “huachicoleo”,
pero fueron los únicos procesados. Del resto de los implicados y cómplices, por
desgracia, nada se sabe y en el discurso oficial el tema ha ocupado un lugar
menos relevante en la agenda presidencial a pesar de que el saqueo continúa a
gran escala.
El golpe presidencial de enero de 2019 sólo sacudió el
avispero porque las grandes cabezas del negocio siguen impunes. En Puebla el
negocio está tan arraigado que los huachicoleros pasaron a la inmortalidad con
sendos corridos y canciones que exaltan sus proezas. La canción del
Huachicolero de Tamara Alcántara, una compositora regional, es elocuente:
“Dicen, hablaron, dijeron y el poblano pasó de ser camotero a huachicolero.”
No sólo eso: las tres canciones de Tamara no es lo único
que resalta en la cultura popular –y criminal– de Puebla, pues en el llamado
Triángulo Rojo que conforman los municipios de Tepeaca, Acatizingo, Quecholac,
Palmar de Bravo y Cajete, los huachicoleros adoran al “Santo Niño
Huachicolero”, igual que en Sinaloa los narcos veneran a Malverde. Así,
narcotráfico y huachicol se funden.
La embestida oficial en contra de los huachicoleros no
pudo desmantelar las redes criminales en Guanajuato ni en buena parte del
Bajío, zona gobernada –curiosamente– también por el PAN desde hace más de dos
décadas.
Tiene sentido que en Guanajuato este negocio sea muy
rentable para los criminales y políticos panistas, protectores del crimen: ahí
está asentada la refinería de Salamanca, una de las más importantes de Pemex.
Al amparo del poder político –que garantizó impunidad para
estos grupos– surgió el cártel Santa Rosa de Lima, nombre que tomó de una
comunidad del mismo nombre donde nació José Antonio Yépez Ortiz, “El Marro”, un
sanguinario sin parangón en el mundo contemporáneo del hampa.
El cártel en realidad fue fundado en 2014 por David
Rogel Figueroa. Le apodan “El Güero” y fue agente policiaco en Chiapas. Su
lugarteniente era “El Marro”, pero tras una división, presuntamente por
desacuerdos, Yépez Ortiz se entronizó en la jefatura del grupo criminal y
empezó a edificar su propio imperio. Para ello, la protección oficial resultó
decisiva. Ningún grupo delictivo florece sin una red protectora, en este caso, conformada
por alcaldes, gobernadores, policías y empresarios, toda una cofradía mafiosa
ligada al PAN, a la iglesia y al crimen organizado. Contra esto, López Obrador
no ha podido y quizá ni quiera meterse. Sin embargo, sí le interesa apoderarse
de Guanajuato, tal como lo hizo con Puebla. ¿Querrán las huestes de Morena el
negocio?
Yépez Ortiz irrumpió en el escenario criminal en 2017,
dos años después se supo que era el jefe del cártel Santa Rosa de Lima porque,
cuando el Gobierno federal metió al Ejército y a la Marina a Guanajuato para
perseguir a los huachicoleros, “El Marro” respondió con una manta dirigida a
López Obrador en la que le dice: “Te exijo saques a la Marina y al Ejército, de
otro modo voy a empezar a matar gente inocente. Yo no estoy jugando”.
“El Marro” ha sobrevivido a todas las embestidas
oficiales gracias a que, con el dinero que gana –maneja 50 pipas diario y
obtiene ganancias por unos tres millones de pesos diarios– ha logrado construir
una sólida base social, casas y departamentos donde se refugia y, con cañonazos
de dinero, puede comprar la protección política y policiaca.
En zonas pobres, “El Señor Marro”, como le dicen sus
amigos y conocidos, ha construido mansiones con alberca, pérgolas, palapas y
áreas de lujo para el descanso y la relajación, lo que llamó la atención de las
autoridades por ser algo inusual.
Por ello, el Gobierno procedió a incautarle sus cuentas,
le aseguró propiedades mediante la llamada operación “Golpe de Timón”, pero
nunca ha podido capturarlo.
La ola de violencia subió de tono en Guanajuato cuando
el cártel de Jalisco irrumpió en la entidad con el objetivo de desplazar a “El
Marro” del negocio. Los enfrentamientos empezaron primero a través de las redes
sociales, un instrumento que los grupos criminales explotan al máximo para
enviarse mensajes, amenazas y para exhibir el horror: los cuerpos
descuartizados de sus enemigos sin cabeza, sin brazos y sin piernas, toda una
pedacería humana. Después se desató la metralla y los ejecutados, una oleada de
crímenes que convirtió a Guanajuato en el estado más violento del país.
El cártel Santa Rosa de Lima es una organización
criminal conformada, en el primer círculo, por familiares de Yépez Ortiz. Según
el organigrama, en las operaciones participa Karem Lizbeth Yépez –detenida el
sábado 21 de junio en Celaya–, quien es la jefa de la plaza en ese municipio.
Además, Efraín y Raymundo Labrada, tíos de “El Marro”, se encargan del lavado
de dinero y Santiago González, “El Bachicha”, esposo de Karem Lizbeth,
desarrollan operaciones estratégicas en beneficio del cártel: corromper funcionarios,
policías y ejecutar a rivales.
El sábado 21 de junio, las fuerzas federales
realizaron un operativo en Celaya. Detuvieron a 33 personas, todos, dijo la
autoridad, ligadas al cártel de “El Marro”. Pero cuarenta y ocho horas después,
las autoridades de Guanajuato habían liberado a 26 de los aprehendidos. Sólo
quedaron detenidas la madre, hermana y una prima de Yépez Ortiz, señaladas como
piezas del cártel.
Las liberaciones ocurrieron algunas horas después de que “El
Marro” lanzó sendos videos, a través de las redes sociales, donde aparece
llorando y despotricando en contra de las autoridades. Les recrimina la captura
de sus familiares y, textualmente, dijo: No se vale, hijos de puta, entre
cabrones es otra cosa pero se meten con la familia”. Y enseguida la amenaza sin
piedad: “Si no los liberan voy a empezar a matar gente inocente…” Y las
liberaciones fueron ordenadas. Falta ver si la familia de Yépez –como pasó con
Ovidio Guzmán en Culiacán en octubre de 2019– también es consentida por el
poder político.
El Presidente López Obrador sabe que el poder de “El
Marro” en Guanajuato depende de los grupos políticos locales, de la iglesia y
de los empresarios metidos en el robo de combustibles. Pero al Presidente le
falta valor para arremeter en contra de este enclave de la ultraderecha. Por
eso el operativo del 21 de junio parece un verdadero amago. Los detienen y
luego los liberan. Y “El Marro” sigue libre.
En el Gobierno de la Cuarta Transformación todo está a
medias: El combate al huachicol –y al crimen organizado en general– ha
resultado un fiasco. En realidad, todo sigue igual o peor. Como le hicieron por
muchos años los gobiernos del PRI y del PAN, López Obrador sólo administra el
problema. Amaga, amenaza, denuncia, pero no combate nada. Tal parece que los
criminales son sus aliados, a quienes necesita para operar la elección del 2021
que, se asegura, le urge ganar porque de otro modo el sexenio y la continuidad
estarían liquidada.
El caso de Yépez Ortiz es ilustrativo de la ineficacia
gubernamental: detienen a gran parte de su banda y luego los liberan. ¿Falta de
pruebas? ¿Complicidad? Lo cierto es que, por incompetencia o por corrupción,
frente al poder de “El Marro” volvió a fallar la justicia.
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