Francisco Ortiz Pinchetti.
Dicen que apenas
trascendió el fracaso de las negociaciones entre el PAN y el PRD para integrar
una alianza electoral que le pudiera arrebatar al PRI, por primera vez, la
gubernatura del Estado de México, allá en Atlacomulco se dio la orden de matar
tres borregos y medio para la barbacoa de este domingo. Los priistas se
disponen a celebrar en grande la estupidez de sus adversarios, incapaces de
poner por encima de los intereses personales, mezquinos, la posibilidad de
partirle el espinazo al tricolor en vísperas de la elección presidencial de
2018.
En realidad, la incapacidad de panistas y perredistas para
ponerse de acuerdo en la tierra de don Isidro Fabela vino a refrendar la
confianza de la clase –y de la casa— gobernante de este país en superar sin
mayores sobresaltos la prueba electoral mexiquense del próximo 4 de junio. Su verdadero temor, casi terror, se disipó
hace ya semanas cuando Andrés Manuel López Obrador, trepado en la soberbia de encabezar
encuestas recientes, desdeñó toda posibilidad de participar en la contienda al
lado de las demás fuerzas llamadas de izquierda, particularmente al PRD, cuya
estructura en el estado le es indispensable.
Hace ya rato escribí en este mismo espacio que López Obrador
tenía frente a sí tres jugadas cruciales, de cara a sus aspiraciones
presidenciales. Una era precisamente la gubernatura del Estado de México en
2017. La segunda es todavía la candidatura para la jefatura de Gobierno de la
Ciudad de México. Y la tercera, por supuesto, su propia postulación para 2018.
Insistí entonces en
que la importancia electoral del Edomex es tal que podía marcar de manera
definitiva la suerte futura del pelotero de Macuspana. Y advertí que en la entidad con mayor número de
electores en el país (11.1 millones) se jugaba mucho más que una gubernatura
sumamente importante: la posibilidad para el Peje de alcanzar la Presidencia de
la República en su tercer intento. Por el contrario, dejar en manos del PRI ese
jugoso botín electoral, el más importante del país, implicaría ir de nuevo a la
derrota.
La clave estaba precisamente, escribí, en su habilidad para
mover sus piezas con rapidez y sorprender a sus adversarios. La jugada era obvia:
ir en alianza cuando menos con sus antiguos compañeros del PRD, que se decían
dispuestos, para postular al ex perredista Alejandro Encinas Rodríguez, actual
presidente de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, hombre cercano
a él y aceptable para otras fuerzas políticas. Con la candidatura del ex
secretario de Gobierno del DF no era además descabellada la idea de una
coalición amplia opositora nunca antes vista entre Morena, el PRD, el PT ¡y el
PAN!, lo que la haría invencible. Sin
embargo, Andrés Manuel se aferró a postular a su candidata, Delfina Gómez
Álvarez, diputada federal de Morena, a la que destapó sin más y por sus
pistolas.
Cancelada esa posibilidad histórica, la alianza entre el PAN
y el PRD pudo haberse dado precisamente en torno a Encinas Rodríguez, un
personaje bien visto por ambas partes, con amplia presencia en el estado, dos
veces candidato a la gubernatura. No obstante, tampoco ocurrió. El plazo expiró
y mientras el PAN justificó su opción de ir solo a la contienda, el PRD se
conformó con una alianza con el no precisamente prestigiado Partido del Trabajo
(PT).
En el lamentable
fracaso de las negociaciones intervinieron tanto las ambiciones locales del
panista Ulises Ramírez Núñez y el
perredista Héctor Bautista López, caciques mexiquenses de ambos partidos, como
la disputa entre diversas corrientes internas de cada uno de los partidos,
(agudizada en el caso del PAN por la lucha en torno a la candidatura
presidencial) y la evidente incapacidad política de sus dirigentes nacionales,
Ricardo Anaya Cortés y Alejandra Barrales Magdaleno.
Hay quienes afirman que, además de todo eso, estuvo una
habilidosa y sutil intervención de ciertos cuadros priistas mexiquenses
avezados en envenenar acuerdos inconvenientes para su causa. Ellos habrían
maniobrado desde las sombras para sembrar cizaña y alimentar ambiciones, lo que
no es nada difícil en la entidad
gobernada desde siempre por su partido, donde tiene su más sólita y
extensa estructura territorial de todo el país.
El dirigente estatal del PRD mexiquense, Omar Ortega
Álvarez, que sugirió en su momento la alianza con Morena, sale ahora con que en
el PRD mexiquense nunca se compartió en realidad la idea de una alianza con Acción Nacional. Aseguró
que la decisión de ir con el PT es la acertada, ya que con esto “se ha dado un
giro a la izquierda en la política de alianzas de su partido”.
A su vez, también a toro pasado, el panista Anaya Cortés
dijo que la verdad la verdad “esta alianza se vio muy complicada, no tanto por
la disposición de los partidos, sino porque resultaba muy difícil encontrar un
perfil o una persona que pudiera encabezar la candidatura y que fuera bien
recibida en ambos partidos”. Ora resulta.
Y mientras el PRI
celebra ese descalabro salvador, el escenario ahora se complica todavía más
para la oposición. Por el lado del PAN, la ex candidata presidencial Josefina
Vázquez Mota, la mejor posicionada en las encuestas, difícilmente decidirá
participar sin la alianza que le habría dado posibilidades ciertas de ganar. De no ser ella, la postulación –que será “por
designación”, o sea dedazo vil– estaría entre
los ex alcaldes de Toluca Juan Carlos Núñez Armas y Juan Rodolfo
Sánchez; el ex alcalde de Naucalpan (que ya fue candidato a Gobernador) José
Luis Duran Reveles, el diputado federal Ulises Ramírez y la senadora Laura
Rojas Hernández.
Y por el lado del
PRD-PT hay siete precandidatos que, como verán ustedes, tienen posibilidades de
triunfo iguales a cero: el diputado federal Javier Salinas Narváez, el
coordinador perredista en el Congreso mexiquense, Juan Zepeda Hernández; los
alcaldes Ramón Montalvo Hernández, de Valle de Chalco, y Juan Hugo de la Rosa,
de Nezahualcóyotl, además de Eduardo Neri, Max Correa y Plácido López. Uno de
ellos será escogido en votación abierta a la ciudadanía, el próximo 3 de marzo.
En pocas palabras: se
perdió la gran oportunidad no solo de arrebatar al PRI la gubernatura
mexiquense sino muy probablemente de sacarlo nuevamente de Los Pinos, en 2018.
Ni modo. Los tolucos tienen razón en festejarlo en grande,
cómo no, con barbacoa de hoyo, consomé de borrego y curado de guayaba.
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