viernes, 27 de enero de 2017

Barbacoa mexiquense.

Francisco Ortiz Pinchetti.

Dicen que apenas trascendió el fracaso de las negociaciones entre el PAN y el PRD para integrar una alianza electoral que le pudiera arrebatar al PRI, por primera vez, la gubernatura del Estado de México, allá en Atlacomulco se dio la orden de matar tres borregos y medio para la barbacoa de este domingo. Los priistas se disponen a celebrar en grande la estupidez de sus adversarios, incapaces de poner por encima de los intereses personales, mezquinos, la posibilidad de partirle el espinazo al tricolor en vísperas de la elección presidencial de 2018.

En realidad, la incapacidad de panistas y perredistas para ponerse de acuerdo en la tierra de don Isidro Fabela vino a refrendar la confianza de la clase –y de la casa— gobernante de este país en superar sin mayores sobresaltos la prueba electoral mexiquense del próximo 4 de junio. Su verdadero temor, casi terror, se disipó hace ya semanas cuando Andrés Manuel López Obrador, trepado en la soberbia de encabezar encuestas recientes, desdeñó toda posibilidad de participar en la contienda al lado de las demás fuerzas llamadas de izquierda, particularmente al PRD, cuya estructura en el estado le es indispensable.

Hace ya rato escribí en este mismo espacio que López Obrador tenía frente a sí tres jugadas cruciales, de cara a sus aspiraciones presidenciales. Una era precisamente la gubernatura del Estado de México en 2017. La segunda es todavía la candidatura para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Y la tercera, por supuesto, su propia postulación para 2018.

Insistí entonces en que la importancia electoral del Edomex es tal que podía marcar de manera definitiva la suerte futura del pelotero de Macuspana. Y advertí  que en la entidad con mayor número de electores en el país (11.1 millones) se jugaba mucho más que una gubernatura sumamente importante: la posibilidad para el Peje de alcanzar la Presidencia de la República en su tercer intento. Por el contrario, dejar en manos del PRI ese jugoso botín electoral, el más importante del país, implicaría ir de nuevo a la derrota.

La clave estaba precisamente, escribí, en su habilidad para mover sus piezas con rapidez y sorprender a sus adversarios. La jugada era obvia: ir en alianza cuando menos con sus antiguos compañeros del PRD, que se decían dispuestos, para postular al ex perredista Alejandro Encinas Rodríguez, actual presidente de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, hombre cercano a él y aceptable para otras fuerzas políticas. Con la candidatura del ex secretario de Gobierno del DF no era además descabellada la idea de una coalición amplia opositora nunca antes vista entre Morena, el PRD, el PT ¡y el PAN!, lo que la haría invencible. Sin embargo, Andrés Manuel se aferró a postular a su candidata, Delfina Gómez Álvarez, diputada federal de Morena, a la que destapó sin más y por sus pistolas.

Cancelada esa posibilidad histórica, la alianza entre el PAN y el PRD pudo haberse dado precisamente en torno a Encinas Rodríguez, un personaje bien visto por ambas partes, con amplia presencia en el estado, dos veces candidato a la gubernatura. No obstante, tampoco ocurrió. El plazo expiró y mientras el PAN justificó su opción de ir solo a la contienda, el PRD se conformó con una alianza con el no precisamente prestigiado Partido del Trabajo (PT).

En el lamentable fracaso de las negociaciones intervinieron tanto las ambiciones locales del panista Ulises Ramírez Núñez  y el perredista Héctor Bautista López, caciques mexiquenses de ambos partidos, como la disputa entre diversas corrientes internas de cada uno de los partidos, (agudizada en el caso del PAN por la lucha en torno a la candidatura presidencial) y la evidente incapacidad política de sus dirigentes nacionales, Ricardo Anaya Cortés y Alejandra Barrales Magdaleno.

Hay quienes afirman que, además de todo eso, estuvo una habilidosa y sutil intervención de ciertos cuadros priistas mexiquenses avezados en envenenar acuerdos inconvenientes para su causa. Ellos habrían maniobrado desde las sombras para sembrar cizaña y alimentar ambiciones, lo que no es nada difícil en la entidad  gobernada desde siempre por su partido, donde tiene su más sólita y extensa estructura territorial de todo el país.

El dirigente estatal del PRD mexiquense, Omar Ortega Álvarez, que sugirió en su momento la alianza con Morena, sale ahora con que en el PRD mexiquense nunca se compartió en realidad  la idea de una alianza con Acción Nacional. Aseguró que la decisión de ir con el PT es la acertada, ya que con esto “se ha dado un giro a la izquierda en la política de alianzas de su partido”.

A su vez, también a toro pasado, el panista Anaya Cortés dijo que la verdad la verdad “esta alianza se vio muy complicada, no tanto por la disposición de los partidos, sino porque resultaba muy difícil encontrar un perfil o una persona que pudiera encabezar la candidatura y que fuera bien recibida en ambos partidos”. Ora resulta.

Y mientras el PRI celebra ese descalabro salvador, el escenario ahora se complica todavía más para la oposición. Por el lado del PAN, la ex candidata presidencial Josefina Vázquez Mota, la mejor posicionada en las encuestas, difícilmente decidirá participar sin la alianza que le habría dado posibilidades ciertas de ganar.  De no ser ella, la postulación –que será “por designación”, o sea dedazo vil– estaría entre  los ex alcaldes de Toluca Juan Carlos Núñez Armas y Juan Rodolfo Sánchez; el ex alcalde de Naucalpan (que ya fue candidato a Gobernador) José Luis Duran Reveles, el diputado federal Ulises Ramírez y la senadora Laura Rojas Hernández.

Y por el lado del PRD-PT hay siete precandidatos que, como verán ustedes, tienen posibilidades de triunfo iguales a cero: el diputado federal Javier Salinas Narváez, el coordinador perredista en el Congreso mexiquense, Juan Zepeda Hernández; los alcaldes Ramón Montalvo Hernández, de Valle de Chalco, y Juan Hugo de la Rosa, de Nezahualcóyotl, además de Eduardo Neri, Max Correa y Plácido López. Uno de ellos será escogido en votación abierta a la ciudadanía, el próximo 3 de marzo.

En pocas palabras: se perdió la gran oportunidad no solo de arrebatar al PRI la gubernatura mexiquense sino muy probablemente de sacarlo nuevamente de Los Pinos, en 2018.


Ni modo. Los tolucos tienen razón en festejarlo en grande, cómo no, con barbacoa de hoyo, consomé de borrego y curado de guayaba.

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