Salvador Camarena.
Acabó el primer round
contra Trump. La delegación mexicana regresa a su esquina. Enrique Peña Nieto y
su equipo han de aprovechar cada minuto que dure la pausa. Para respirar
profundo, para evaluar, “escuchar, aprender, corregir”.
Algunos de los golpes recibidos en este round –los que
corresponden al endurecimiento de la política migratoria, independientemente
del muro– dolerán durante años. Morirán más mexicanos (y centroamericanos) al
intentar evadir a policías fronterizos empoderados. Otros tantos paisanos
sufrirán vejaciones a manos de autoridades migratorias azuzadas, ni más ni
menos, que por su presidente.
Bajo un discurso –que la ley es para ser aplicada a plenitud
y que les exige eso, no ser blandos– Trump fue el miércoles al Departamento de
Seguridad Interior a ordenar el ataque contra los migrantes: ha dado permiso
para violar derechos.
Ese golpe es serio. Habrá que aplicarse para minimizar el
daño. El gobierno federal debe convertir
en realidad la promesa de que cada consulado se convertirá en una defensoría
jurídica para los paisanos.
La batalla también es por los símbolos: aumentar los fondos
destinados a los consulados, que sea una cantidad robusta y enviar de inmediato
esos fondos; sumar a despachos (con nombre y apellido) de abogados de México y
Estados Unidos que estarán prestos a actuar; acompañarse de quienes saben más
de derechos humanos (sobre todo esas ONG que han sido cuestionadas por la
actual administración, pero es tiempo de hacer frente común); reforzar con los
mejores profesionales a cónsules inexpertos o impresentables (remember
Orlando). Y que todo eso se vea.
Más símbolos. Mostrar
que dialogamos con el mundo: que nos levanta el teléfono Alemania y China, que
tenemos productos para el mundo y que estamos abiertos al planeta. Que hace
mucho que venimos aprendiendo a ser globales, que no tememos a la competencia.
Que no estamos solos. Y que no nos sabemos solos. Que no tenemos miedo.
No sabemos cuándo
iniciará el segundo round, puede ser en cualquier minuto. Con cualquier tuit.
No desesperarse por contestar, pero no tardar demasiado en hacerlo. Medir
cuidadosamente cada acertijo que se plantee.
Pero hay algo muy
positivo: el choque inicial no resultó en un KO fulminante. Los golpes bajos
dolieron, pero no doblaron.
¿Qué sigue?
Construir un muro de apoyo de los mexicanos a la posición
mexicana.
Informar, explicar y debatir aquí, en casa, sobre lo
conversado en privado en Washington por el canciller, Luis Videgaray, y el
secretario de Economía, Ildefonso Guajardo. Convencer a los mexicanos de que se
ha defendido bien al país en esos encuentros.
Demostrar que hay estrategia.
Que la delegación mexicana sepa que contará con el apoyo, round
tras round, si se nota que en todo momento tienen la guardia alta y el ánimo
resuelto. Que se olviden de su tendencia histórica de desdeñar la crítica, que se les note que entienden que la
tribuna exige porque hay un país de por medio, no sólo un gobierno; que
criticar es leal, que los paleros no ayudan.
Sigue operar con
universidades, alcaldes, intelectuales, empresarios, opositores y hasta
iglesias, el envío de mensajes de fraternidad a las ciudades que defienden su
calidad de santuario de inmigrantes; sigue no dejar de ir a Estados Unidos
porque un mexicano, como Michelle Obama lo aprendió de joven, nunca piensa que
hay un espacio que le esté vetado.
Y sigue el turno de
la sociedad: que cada uno se las ingenie, y actúe, para armar el muro donde se
estrellará, tarde o temprano, Trump.
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