Salvador Camarena.
Hace quince años Virgilio Andrade fue banquero. Y ahora lo
es de nuevo. Bueno, no. Va otra vez.
Hace quince años Virgilio Andrade ocupó la Secretaría
Técnica de Banrural durante poco más de un año (de mayo de 2002 a octubre de
2003).
Antes de ocupar ese puesto en Banrural, Andrade fungió
(durante diez meses) como director adjunto de Legislación Financiera del área
de Banca de Ahorro de la Secretaría de Hacienda.
Finalmente, don Andrade fue parte (dice un boletín de
Hacienda) de “grupos de trabajo que dieron lugar a la Ley del IPAB en 1998”.
El viernes pasado, con ese portentoso currículum en el ramo
bancario, Virgilio Andrade fue nombrado
director general del Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi).
En otras palabras, encabezará (es un decir) un banco de desarrollo.
El tema no es Virgilio, el
tema son sus jefes. El inmediato, Luis Videgaray (para variar Meade se prestó a
operar instrucciones), y el jefe del jefe: Enrique Peña Nieto.
Hace diez días cambió el mundo. Y uno de los primeros
coletazos de ese giro provocado por la llegada al poder de Donald Trump ha
pegado en México.
La semana pasada nuestro país sufrió la primera embestida
del delirio trumpiano.
Al correr de los días sólo una cosa es segura. El inmaduro
que los vecinos eligieron por presidente nos atacará de nuevo.
Encima, el riesgo del
ataque ha crecido porque la bestia está herida. Su inestable orgullo quedó
maltrecho luego de que, a pesar de sus titubeos, Peña Nieto lograra evitar ser
aplastado en las negociaciones del muro que pretende el gobierno de Estados
Unidos... hasta ahora.
Al redactar esto, como seguro les pasará a ustedes, reviso
las redes sociales para ver si Trump no ha lanzado ya otra retrógrada
iniciativa, en contra de México o de alguien más. Twitter como sirena
antibombardeos.
¿Qué hacer?
Para empezar, exigir
ser representados por gente en la que se pueda confiar. Gente que por su
talento, por su experiencia y por su capacidad de liderazgo nos demuestre que
en medio de esta tormenta el timón está en las manos adecuadas. Para empezar,
eso.
¿Qué necesidad tenía
el gobierno de, justo en este momento, recuperarle el salario al señor Andrade?
Cuando más urgidos
están de no perder (más) credibilidad, Videgaray y Peña proceden a un
nombramiento que tendrá repercusiones mucho más allá del ámbito financiero.
Reintegrar a Virgilio
al gobierno envía la señal inequívoca de que Videgaray y Peña desdeñan, incluso
en esta hora grave, a la opinión pública.
Justo cuando se deben
ofrecer muestras de que habrá un cambio en el gobierno, que sabrán incorporar a
las mejores y los mejores para enfrentar los embates trumpianos, la
administración machaca su tonada: los puestos para los mismos, qué importa que
no sean los mejores.
Bansefi nos demuestra que los jefes del gobierno no quieren
sumar talento, oír voces distintas, ampliar el horizonte.
En este gobierno hay tres méritos que valen: o vienes de Atlacomulco, o eres cuate de
los tiempos del pupitre itamita (con la variante 'cuate del itamita mayor'), o
(mermado) perteneces a la sucursal hidalguense. No hay más.
Hace quince años
Virgilio no era banquero. Y hoy, con su palmarés, en la iniciativa privada no
habría banco que lo hiciera su director general.
A pesar de sus pininos como banquero don Andrade es un
amateur. Amateurismo, exactamente el
ingrediente que no necesitamos añadir a nuestra tormenta perfecta.
Crisis tras crisis,
este gobierno no entiende. Pero esta vez el riesgo es inmenso. No es un tiempo
para amateurs. México podría pagar muy caro las novatadas.
Recapacite, presidente.
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