miércoles, 29 de marzo de 2017

Lo que Trump aprendió de Peña Nieto.

Peniley Ramírez Fernández.

En el último mes, la prensa estadounidense ha publicado una serie de reportes sobre cuántas veces ha jugado Trump al golf en sus nueve semanas en el cargo -13 veces en total- y cuánto le ha costado esto a los contribuyentes de ese país.

Entre los gastos que la prensa ha desglosado y exhibido, están los 1.5 millones en horas extras a los policías locales que ha debido pagar el condado de Palm Beach, en Florida, durante los viajes de fin de semana del presidente a su club Mar-a-Lago, además de 11 millones de gastos de avión y 24 mil dólares en rentas de carritos de golf para los agentes del servicio secreto.

La prensa estadounidense ha cuestionado e investigado también cuánto ha gastado el gobierno en los traslados de la Primera Dama, Melania Trump, entre Nueva York, Washington y Florida, la presencia de los familiares de Trump en la Casa Blanca, y cuánto cuesta la seguridad de los hijos de Trump que no están involucrados con su gobierno y se mantienen trabajando en los negocios inmobiliarios de su familia en todo el mundo, protegidos por el Servicio Secreto.

¿Qué sabemos en México sobre los frecuentes viajes de Peña Nieto a distintas playas mexicanas, en especial a Punta Mita, en la Riviera de Nayarit, para practicar el que también es su deporte favorito, el golf? Nada.

En México, el cerrado aparato gubernamental del peñismo ha mantenido oculto cuánto cuesta la seguridad del Presidente y su familia, aun cuando están de vacaciones, cuánto gastan en ropa, en maquillaje, en peinados de diseñador, en viajes a Europa con los amigos de sus hijos, en las fiestas que se realizan en Los Pinos. En el gobierno mexicano, no sabemos, por ejemplo, cuánto se gasta en tequila, en llamadas telefónicas con cargo al erario, o mucho más simple, en gasolina y sueldos para los miembros del Estado Mayor presidencial.

El gusto por el golf no es lo único que Peña Nieto y Trump tienen en común. Quizá el rasgo más distintivo que en realidad los une es el desprecio por la prensa crítica, que en caso de Trump se ha manifestado como una confrontación directa y en el de Peña Nieto como un sutil boicot a los periodistas críticos que no son aceptados en las giras presidenciales, o a los medios que no reciben –por mandato- pautas de publicidad oficial.

En el caso mexicano, la más cruda expresión de este desprecio estuvo en el despido de los periodistas que investigaron el caso de la Casa Blanca del presidente mexicano y su esposa, Angélica Rivera.

En la prensa estadounidense, la mayor crítica hacia aquella visita relámpago de Trump a la Ciudad de México estuvo en que, por primera vez, el candidato republicano había sido visto como “presidencial”, ya que había sido tratado prácticamente como un visitante de Estado. El impulso de esta imagen significó, para algunos expertos, el cambio que devino en que la balanza hacia Trump se inclinara, y lo sacara del bache en su campaña, que entonces lucía como definitivo.


En esa visita Trump no sólo aprendió que podía verse a sí mismo como un Presidente. También presenció, por primera vez en una posición internacional fuera de los límites de Miss Universo, que un mandatario en funciones sí puede dar una “conferencia de prensa” sin responder preguntas, y puede echarse encima a todo un país con una decisión que solo a él –y a un muy reducido grupo de colaboradores- les parece buena idea. Aunque no lo sea.

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