Dolores
Padierna.
Si nos
quedásemos sólo con los hechos que dan para una novela de humor negro, Genaro
García Luna sería recordado por la parafernalia que acompañó la presentación de
presuntos integrantes de cárteles de la droga o bien con el montaje de la
captura de un grupo de secuestradores, que dio lugar a un episodio judicial
irresuelto y a la liberación de la ciudadana francesa Florence Cassez.
Por
desgracia, no podemos quedarnos en esos escándalos mediáticos protagonizados
por el personaje ahora preso, puesto que durante dos sexenios García Luna
estuvo en la primera fila de la seguridad del país –es un decir–, creó un
monstruoso aparato de espionaje y, en estos días confirmamos, se benefició
personalmente de la llamada “guerra contra el narcotráfico”.
Como
director de investigaciones de la PGR y como secretario de Seguridad Pública
federal, García Luna encabezó una estrategia de seguridad desastrosa, que se
tradujo en decenas de miles de muertes, desapariciones y violaciones de los
derechos humanos.
Dicha
estrategia no logró ninguno de los objetivos declarados, es decir, no trajo paz
ni seguridad a la población mexicana y, en cambio, sumergió al país en una
espiral de inseguridad y violencia cuyas consecuencias padecemos hasta ahora.
La “herencia maldita”, se le ha llamado, con razón.
Al finalizar
el sexenio de Felipe Calderón, su mano derecha fijó su residencia en
Florida, Estados Unidos, quizá porque ahí se sentía protegido, y con razón,
pues durante sus cargos prestó importantes servicios al vecino país.
Según un
informe de la Embajada de EU en nuestro país –conocido gracias a Wikileaks–, en
febrero de 2007 García Luna dijo: “Usted tendrá libre acceso a nuestra
información de inteligencia en seguridad pública”.
El
destinatario de la frase, que evidencia el entreguismo característico del
gobierno calderonista, era Michael Chertoff, secretario de Seguridad Interior
de Estados Unidos.
En otro
cable de la legación diplomática se ofrecen detalles de la pugna que durante
años sostuvieron García Luna y el entonces procurador general, Eduardo Medina
Mora.
Mientras el
gobierno de Calderón celebraba sus “triunfos”, básicamente la captura de
cabecillas del narcotráfico, la embajada estadounidense observaba una guerra
fracasada, en parte debido a las pugnas entre ambos funcionarios, que
“limitaron drásticamente el intercambio de información”.
El cable
003195 fue redactado en julio de 2009, sólo un mes y medio antes de que Medina
Mora decidiera dejar la procuraduría y abrir paso al control total de García
Luna. En el documento se afirma que las agencias mexicanas de seguridad no
comparten información por corrupción y por el temor de que una de ellas logre
éxitos con los datos proporcionados.
En su
colaboración con EU, García Luna tuvo también una participación activa en los
operativos “Dejas las Armas Caminar” y “Rápido y Furioso”, que consistieron en
traficar armas a nuestro país con el supuesto objetivo de seguirles la pista y
así capturar a sus compradores. Al correr el tiempo, la AFT señaló que tales
operativos fracasaron “por la desorganización de las autoridades mexicanas”.
¿Desorganización o complicidad con los delincuentes?, preguntamos ahora con
fundadas sospechas.
Incluso García
Luna merece un debido proceso judicial. Pero las evidencias existentes hasta
ahora, recogidas en una gran cantidad de trabajos periodísticos y también en
denuncias en manos de autoridades mexicanas, revelan que las verdaderas metas
de la llamada “guerra contra el narcotráfico” no eran otras que favorecer a un
cártel delincuencial y alimentar la voraz máquina corrupta en la que
convirtieron a la Policía Federal.
El caso
de García Luna tiene muchas aristas y una muy importante es que prueba que en
el fondo de la inseguridad y la violencia que todavía sufrimos, está la
corrupción, como ha dicho claramente el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Enderezar el
camino no ha sido fácil, entre otras cosas, porque funcionarios como el que
será llevado a juicio construyeron pesados aparatos corruptos que hay que
desmontar para, con la Guardia Nacional, responder lo más pronto posible a la
exigencia ciudadana de fin a la impunidad y de justicia.
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