Ricardo
Ravelo.
El
coronavirus lo desquicia todo: trastoca la vida cotidiana del ser humano, su
derecho a trabajar y convivir; trastoca el gesto amable del saludo, signo de la
amistad entrañable y del amor: ahora vemos a nuestros semejantes desde la mayor
distancia posible y el saludo es apenas un gesto porque las manos no se pueden
utilizar para apretar la de los otros o fundirse en un abrazo prolongado.
Todo esto
que simboliza los sentimientos más profundos no se puede expresar, el contagio
por COVID-19 podría ser inminente, dicen las autoridades de la salud.
Pero
alrededor de la pandemia mortal, que ha puesto de cabeza al mundo, existen
otras pandemias y miedos: la pérdida del empleo, la insuficiencia económica, la
posible escasez de alimentos si las cuarentenas se prolongan, la angustia de no
poder pagar colegiaturas, créditos hipotecarios, la renta de la vivienda, la
letra del automóvil y algo todavía peor: la quiebra de empresas, sobre todo las
pequeñas y medianas, ante la recesión inevitable que vendrá pronto por el paro
de las actividades laborales y empresariales en el mundo.
En cosa de
semanas, días o quizá horas la vida nos ha cambiado a todos; la soberbia que caracteriza
a muchos empresarios y a los hombres del poder de pronto se ve golpeada por un
virus que mata y que ya ha llevado a la tumba a artistas, políticos y a hombres
poderosos en el mundo. Nadie se salva. Y ni siquiera los que presumen fortunas
descomunales tienen la posibilidad de salvar la vida ante el ataque mortal del
COVID-19.
En Europa,
donde más estragos ha causado el virus, temen lo peor: una debacle financiera
que derive en anarquía ante el desempleo que sobrevendrá como una cascada
incontenible. En Reino Unido hacen llamados constantes a la población para no
salir y también para evitar congestionamientos en Internet con llamadas
innecesarias.
Miles de
millones de personas –incapaces de estar consigo mismos– necesitan forzosamente
tener la atención fuera de sí: en el televisor, en la computadora, en el
celular. En estos tiempos la mecanicidad de los seres humanos se dispara,
incontenible, y nadie puede estar quieto en el encierro obligatorio.
Pocos, muy
pocos están aprovechando este momento de inactividad para leer, llamarse a
cuentas, auscultar el interior, reflexionar sobre sus propias vidas y revisar
sus decisiones personales y familiares. Insisto: la mayoría está atenazada por
el miedo al contagio, a morir o a perder el empleo.
Imparable el
parloteo de la mente, millones de personas están desesperadas. Hace unos días
un grupo de taxistas del puerto de Veracruz salieron a protestar por las
medidas restrictivas a las que deben someterse para evitar el contagio por
coronavirus.
Ellos
simplemente se resisten y, a boca llena, dijeron que no pueden parar sus
actividades: “Vivimos al día y si no trabajamos no podemos comer. Preferimos
morir de coronavirus y no de hambre”. Pero la realidad los rebasa: en las
calles deambulan muy pocas personas y las que demandan el servicio no alcanza
para cubrir las necesidades de todos los obreros del volante.
En México
los empresarios se muestran nerviosos ante la debacle que, aseguran, está en
puerta. Muchos ya despidieron a sus empleados o están por hacerlo; otros
mandaron a sus trabajadores a descansar sin goce de sueldo. Y lo peor: el
Gobierno de Andrés Manuel López Obrador no tiene todavía un plan emergente para
enfrentar los efectos desastrosos de la pandemia.
El
Presidente López Obrador se ha mostrado renuente a apoyar a los empresarios que
se lo demandan: “No vamos a condonar impuestos ni vamos a rescatar a nadie. No
voy a caer en los vicios del pasado ni a crear otro Fobaproa que sólo sirvió
para rescatar a los multimillonarios de siempre”, ha dicho el Presidente.
La
Canacintra, que concentra a millones de empresas, solicita al Gobierno pausar
el pago del impuesto sobre la renta, retrasar el cobro de otros impuestos, como
el pago al seguro social, entre otros, que por ahora, dicen ellos, no será
posible cubrir debido a la emergencia.
En Europa,
la Unión Europea, preocupada por la crisis, liberó más de 2 mil millones de
dólares para atenuar el impacto financiero; no quieren por ningún motivo que
esta situación derive en anarquía y en otra guerra que ningún Gobierno pueda
contener. Estados Unidos hizo lo propio y, en paralelo, le giró una orden de
aprehensión internacional al Presidente de
Venezuela, Nicolás Maduro, y a varios de sus colaboradores, a quienes
acusa de terrorismo, narcotráfico y lavado de dinero.
Por Nicolás
Maduro Estados Unidos ofrece 15 millones de dólares por quien aporte
información para localizarlo y detenerlo; por sus colaborares la oferta es de
10 millones de dólares. Es claro que esta andanada de Estados Unidos tiene un objetivo:
el petróleo de Venezuela. Estados Unidos tiene problemas financieros. Donald
Trump ha dicho que su país puede entrar en recesión. Les urge dinero y saben
que eso que necesitan está en los enormes yacimientos petroleros que tiene el
país sudamericano. En resumen, esta andanada de Estados Unidos contra el
Gobierno de Venezuela es criminal, política y no menos estratégica.
En el caso
de México todo indica que al Presidente López Obrador todavía no le cae el
veinte sobre la dimensión de las consecuencias de la pandemia. Es necesario el
apoyo financiero, pero se niega a dárselos a los empresarios. Ha dicho que el
Gobierno cuenta con un fondo de 400 mil millones de pesos, pero no existe
todavía un plan para dispersar esos recursos.
Quizá una
medida –aunque sea cuestionada por ser proselitista– es que a través del
Ejército o de la Guardia Nacional se entreguen despensas en todos los hogares
de México para apoyar la endeble economía familiar. Así le hizo China en medio
de la crisis por el coronavirus: mantuvo bajo vigilancia a los ciudadanos, para
que todos se mantuvieran en sus casas, y dispuso de sus militares para entregar
casa por casa bolsas con verduras, despensas y así atenuar la escasez de
alimentos.
En México
todavía no se efectúa un plan estratégico financiero; por ahora sólo se cuenta
con un proyecto de emergencia para enfrentar al coronavirus: hospitales, el
apoyo del Ejército y la Marina, dependencias que aplicarían un plan similar al
DNIII; en caso de ser rebasados en cuanto al número de camas y otras
infraestructuras, el Gobierno echaría mano de los hospitales privados y, si
todavía fuera necesario más apoyo, entonces habilitarían los hoteles del país
como hospitales.
Esta mañana,
durante su intervención virtual con el G-20, el Presidente López Obrador
planteó ante los representes de los países más poderosos del mundo que es
necesario evitar la especulación, atender a los más pobres, los que dependen de
la economía informal. Pidió la intervención de la ONU y de la OMS para evitar
que se acaparen los medicamentos e implementos para atender la emergencia, pues
los países con más medios económicos han desplazado a otros, dijo.
Por ahora,
muchos países han planteado que seguirán en cuarentena hasta el último día de
abril. Hasta esa fecha tienen garantizado el abasto de alimentos y el apoyo
financiero para los empleados, a través de las empresas. Si los contagios
siguen aumentando en el mundo, otras naciones han expuesto que ampliarían la
emergencia el tiempo que fuera necesario, aunque todavía no han dicho cómo le
harán para evitar la escasez de alimentos y medicamentos, que es lo que más les
preocupa.
Esta crisis
es una gran lección para todos los seres humanos. Ricos y pobres debemos
aprender de esta tragedia. Hay que sacarle la ganancia a esta etapa crucial que
ha puesto al ser humano a prueba: se juega su sobrevivencia en el planeta. Es
tiempo de reflexión y de hacer consciencia sobre nuestro rol en la tierra. El
coronavirus no es ninguna pandemia enviada por el cosmos como castigo al
hombre. Es consecuencia de los errores humanos. La tragedia mundial la ha
provocado el propio ser humano y es el hombre el que tiene que hallar la salida
de este complicado laberinto.
Considero
que la única salida es su consciencia. En más de 2 mil años el tiempo no nos ha
hecho mejores. Seguimos siendo los mismos tiranos y ciegos de siempre. La
soberbia y el hambre de poder ha dominado al ser humano porque equivocadamente
ha considerado que la única ruta del progreso es el materialismo. Nada más
falso.
Una lección
debemos sacar de esta experiencia. Ya no es posible que la desigualdad siga
imperando en el mundo. Hay ricos que son más ricos gracias al sistema
patriarcal impuesto en el mundo y que ha hecho a otros más pobres.
Esto debe
cambiar y el coronavirus, que ahora nos asusta, quizá algún día nos hará reír
por los cambios que va a originar en todo el mundo.
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