Alejandro
Páez Varela.
Datos,
datos. Mi reino por los datos. Me despierto y verifico el número de contagios,
los casos diarios y –por supuesto– los muertos. No me duermo sin analizar la
curva de confirmados y una nueva herramienta logarítmica en el mapa de la
Universidad Johns Hopkins me permite ver la evolución del COVID-19 en el mundo.
Pareciera que la curva empieza a aplanarse. Empieza, dije; pareciera, dije. La
realidad es que sigue apuntando hacia arriba.
Ahora soy un
científico. Checo: las últimas noticias dicen que Rusia ha desarrollado “un
método para tratar a pacientes de coronavirus con un medicamento contra la
malaria”. La dependencia de salud del gobierno de Putin usa la experiencia de
Francia y China. Un comunicado en cirílico lo explica: “El fármaco tiene una
alta selectividad y bloquea el efecto citopático [daño celular] del coronavirus
en el cultivo celular e inhibe su replicación, y el efecto inmunosupresor de la
mefloquina previene la activación de la respuesta inflamatoria causada por el
virus”. Comprendo la mitad, pero me da esperanzas. “ФМБА России представило
препарат для лечения коронавирусной инфекции”, dice. Uso Google para traducir:
“FMBA de Rusia presentó un medicamento para el tratamiento de la infección por
coronavirus”. Me verán igual traduciendo, a grandes velocidades, hasta del
chino o del coreano; del polaco o –creo– hasta del español, que es mi lengua.
Son partes especializados, compréndanme; aunque estén en español requieren
traducción.
Las noticias
son demoledoras, en sábado. El Gobernador Omar Fayad anuncia que tiene
coronavirus y ha estado 10 días antes con el Presidente. Los números de México
siguen siendo relativamente bajos pero están creciendo ya a buen ritmo y el
nuevo “ángel de la guarda” de la emergencia (así se comparte en stickers de
WhatsApp), el doctor Hugo López-Gatell, repite: “Es nuestra última oportunidad:
quédate en casa, quédate en casa, quédate en casa”. Luego agrega: “Habrá
muertos”. Sí, por favor, quédense en casa. Quédense en casa y dejen camino a
los que tenemos que salir. Yo tengo que salir. Voy al noticiero de televisión
en La Octava y a SinEmbargo, a mi oficina. Voy en bicicleta para no tener
contacto con nadie. Uso mascarilla en el viaje porque hay contaminación a pesar
de estamos en confinamiento (se supone). Y me pregunto: ¿tenemos contaminación?
¿Quién sigue con los motores prendidos? ¿Es la industria? ¿Los autos, que
siguen recorriendo las calles? ¿Cómo que, según las autoridades, sigue habiendo
contaminación?
Trump decide
no imponer cuarentena sobre Nueva York y los estados vecinos. ¿Por qué? En
París hay multas si intentas abandonar la ciudad; los sudafricanos no pueden
pasear a sus perros ni salir a comprar alcohol. “Y en Italia se acumulaban los
ataúdes pese a las tres semanas de estricto confinamiento, y los entierros se
celebraban con apenas un familiar”, leo en Associated Press. España anuncia en
domingo que endurece las medidas de aislamiento y prohibe la actividad
económica no esencial. ¿Por qué negarse a la cuarentena? Más, todavía: ¿por qué
México no ha optado por el encierro total? La respuesta la tengo. He leído un
artículo cinco veces para aprenderme todo. Por un lado, porque millones
necesitan trabajar a diario para vivir; por el otro, porque no hay datos
(datos, datos, mi reino por los datos) que digan que la cuarentena funciona.
Wuhan sufrió cuarentena y el bicho se salió; Italia y España tienen cuarentena
y no funcionó. Ahora se apuesta a un distanciamiento social, que, según el
modelo matemático, aunque hay gente afuera serán los únicos que corren riesgo
mientras los demás se encierran a ver tele; a ver y leer noticias; a consumir
lo que compraron para atiborrar la alacena. Yo soy una mezcla de ambos mundos,
afuera y adentro. Salgo a dar noticias y regreso, me descontamino y vivo mi
encierro. Leo. Despierto y me da sueño. Veo el celular, la tele, la
computadora. Contesto mensajes. Camino por el departamento y sueño con la vida
anterior.
En esta
crisis hay dos tipos de reacción: una es la cuarentena; otra es el
distanciamiento social. Pero el distanciamiento social debe ser cumplido por
tres cuartos o siete octavos de una población, dicen las matemáticas. Sólo así
funciona. Esa es la condición. ¿Y qué es eso, “funciona”? Aplanar la curva. Nos
vamos a infectar muchos, pero con curva plana, sin miles y miles de casos sin
control, el sistema de salud funciona. No hay respiradores para todos, ni en
México ni en el extranjero, y se necesitan para los casos graves. Cada día que
pasa y no estamos contaminados, es un día que ganamos porque mientras tanto la epidemia
se va inmunizando sola por los que sanan.
Con un pico,
sin curva plana, miles o millones se quedarán abandonados a su suerte en casa,
con una moneda dando vuelta sobre su cabeza: te mueres, o te recuperas. Así. Y
si te recuperas, tus pulmones de todas maneras quedarán dañados, según los
datos disponibles hasta el día de hoy.
Ya es
domingo. La moneda da vueltas ahora sobre la cabeza de Adán Augusto López,
Gobernador de Tabasco. Dio positivo a prueba de COVID-19. Es el segundo
Gobernador.
Otros menos
afortunados tienen varias monedas dando vueltas sobre su cabeza, no sólo la del
coronavirus: sales y comes y quizás te contaminas, o te quedas en casa y te
mueres de hambre. La moneda de vivir al día. La moneda de la desigualdad. La
moneda de ser parte de un sistema que privilegió a un puñado de ricos y al
resto lo dejó en el desamparo.
Miles de
millones extrañan la vida que tenían hace unos días. Sí, esa vida aburrida y
monótona ahora nos sabe a gloria: qué lindo era despertar, tomar café, correr al
trabajo, correr al otro trabajo, amontonarse en el Metro, volver a casa,
acostarse, dormir; y despertar al día siguiente, café, correr al trabajo,
amontonarse en el transporte, correr al otro trabajo, volver a casa, acostarse
y dormir. Pero esos miles de millones deberíamos darnos cuenta que aquella vida
debe contemplar otras cosas. Una urgente, para cuando recuperemos la
normalidad, es preocuparnos por el mundo que construimos: desigual, corriendo
hacia la tragedia ambiental; un mundo de pobres y muy ricos, obscenamente
ricos. No quiero sumar angustias pero deberíamos aprender las lecciones de la
pandemia: darle salud a todos es la primera. Porque si los más desprotegidos no
tienen un sistema de salud que los respalde, todos los que sí lo tienen resultarán
afectados, de todas maneras. El coronavirus nos está enseñado a golpes la
urgencia de abatir la desigualdad. Aprendamos las lecciones buenas que nos da
el bicho malo.
Datos,
datos. Mi reino por los datos. Me despierto y verifico: hay otro mapa aparte
del de la Universidad Johns Hopkins. Es el de un estudiante israelí que creó
una alternativa más rápida que se alimenta de datos oficiales. El desglose es
mayor, no tiene mapa pero trae valores como “recuperados” que va midiendo en
porcentajes. Recuperados en China: el 93 por ciento. Recuperados en Estados
Unidos: 3 por ciento. Recuperados en América Latina: 2 por ciento. Allí es
donde me doy cuenta de que si las cifras oficiales son reales (y no tengo
motivo racional para rechazarlas), el experimento mexicano funciona. Hasta
ahora. Claro, DEPENDERÁ DE LA DISCIPLINA DE TODOS; de que nos quedemos en casa.
Pero vean:
• Brasil.
Casos confirmados: 13,954. Muertos: 311
• Chile.
Casos confirmados: 2,139. Muertos: 7
• Ecuador.
Casos confirmados: 1,890. Muertos: 57
• Panamá.
Casos confirmados: 9001. Muertos: 17
•
Dominicana. Casos confirmados: 859. Muertos: 39
• Perú.
Casos confirmados: 852. Muertos: 18
• México.
Casos confirmados: 848. Muertos:16
• Argentina.
Casos confirmados: 745. Muertos: 19
• Colombia.
Casos confirmados: 608. Muertos: 6
• Uruguay.
Casos confirmados: 304. Muertos: 1
• Costa
Rica. Casos confirmados: 295. Muertos: 2
• Cuba.
Casos confirmados: 139. Muertos: 3
• Honduras.
Casos confirmados: 110. Muertos: 2
• Bolivia.
Casos confirmados: 81. Muertos: 1
• Paraguay.
Casos confirmados: 56. Muertos: 3
• Guatemala.
Casos confirmados: 34. Muertos: 1
• El
Salvador. Casos confirmados: 24. Muertos: 0
• Nicaragua.
Casos confirmados: 4. Muertos: 1
No abuso de
su entendimiento pero hay cosas a considerar, como los tamaños de población.
La tarde cae
silenciosa desde mi ventana. Ahora leo el caso de Suecia, que sigue los mismos
pasos de la estrategia mexicana. “Las calles de Estocolmo están tranquilas pero
no desiertas. Todavía hay gente en las cafeterías al aire libre en el centro de
la capital sueca. Hay vendedores de flores, adolescentes charlando en los
parque”, dice la agencia AP. No hay confinamiento: apuestan a Susana Distancia.
Y parece que van bien.
En esta
crisis hay dos tipos de reacción: una es la cuarentena; otra es el
distanciamiento social. Las dos implican quedarse en casa. Quédate en casa, si
puedes. Yo me quedo en casa todo lo que puedo. Quedémonos en casa. No dejemos
que la curva se salga de control: quedémonos en casa. Debemos estar sanos para
ayudar a otros. Tenemos que estar sanos para no contagiar a otros. Aquí nos
leemos en una semana.
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