Raymundo
Riva Palacio.
No hay
manera de que el presidente Andrés Manuel López Obrador pueda autocontenerse,
seguir perdiendo el tiempo y lanzar mensajes contradictorios.
Las crónicas
de prensa dan cuenta de que se negó a ser sanitizado con gel y que le fuera
tomada la temperatura, cuando se lo ofrecieron en el aeropuerto de Tijuana. Se
fue tres horas en carretera hasta Mexicali, donde defendió como un acto
democrático la consulta ilegal, donde el 5 por ciento del padrón electoral votó
para cancelar una inversión de mil 500 millones de dólares.
Antes de
iniciar su gira por el noroeste del país, este fin de semana, dijo que era una
provocación que le preguntara la prensa si se iba a aplicar la prueba del
coronavirus, luego que el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad, con quien estuvo
el 18 de marzo, informó que había dado positivo.
El
Presidente sigue desafiando a los demonios y descalificando lo que su propio
gobierno hace. Es cierto que, de acuerdo con el protocolo de la Secretaría de
Salud, una vez que el gobernador dio positivo, no requiere que se le haga la
prueba de forma automática, pero tienen que estar en vigilancia tanto él como
las personas que estén cerca de él, durante una cuarentena de 14 días. También
tendría que extremar precauciones, como no estar en reuniones o viajar, porque
no se sabe si pueda ser portador del virus. La prueba del Covid-19 se le debe
hacer cuando presente los síntomas.
Acusar de
provocación a la prensa es una provocación al sentido común, pero es normal en
él, quien siempre se victimiza. El presidente Donald Trump, casi su alter ego,
se hizo la prueba, sin que mostrara síntomas, para transmitir un mensaje de
tranquilidad. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se puso en
cuarentena porque su esposa dio positivo. El primer ministro Boris Johnson,
anunció que tenía la enfermedad. Los líderes, como Fayad y el gobernador de
Tabasco, Adán Augusto López, que también dio positivo ayer, siguen al frente
del gobierno desde sus casas.
No hay nada
de malo ni de negativo en hacerlo, mucho menos es muestra de debilidad. De
hecho, para un líder que en sus manos está el destino de una nación, sólo una
irresponsabilidad puede llevar a que tenga arrebatos como los del Presidente
mexicano, y que descuide las medidas sanitarias que su propio gobierno está
remachando en la sociedad. Él mismo, cambiando su narrativa en cuestión de
días, ha estado pidiendo a la población que se quede en sus casas cuando no
tenga tareas esenciales, para ayudar a combatir la pandemia.
Pero para
López Obrador, esto no aplica. Se mantiene en movimiento. Las comparecencias
públicas diarias en Palacio Nacional, aún con la sana distancia aplicada desde
la semana pasada, deben ser canceladas en forma presencial y realizadas
mediante videoconferencias. Si López Obrador participó en una cumbre virtual
con los líderes del G-20 de esa manera, ¿cómo explica que no se instrumente
para asuntos domésticos? Sus viajes, intrascendentes en esta coyuntura, deben
cancelarse. López Obrador tiene que estar al frente del timón de manera
permanente para enfrentar las dos monumentales crisis, la de salud y la
económica, en lugar de fugarse y distraerse en actos de campaña.
Entre más
exposición tenga el Presidente, mayores los riesgos. En tanto más contacto
tenga con gente en aeropuertos y en el país, sus márgenes de riesgo se elevan
de manera exponencial. López Obrador puede perfectamente gobernar el país sin
salir de Palacio Nacional, en una burbuja sanitaria que lo proteja a él, a su
familia y a sus colaboradores estratégicos. Si urge a todas y todos los
mexicanos proteger a sus cercanos, que empiece por los suyos. La terquedad es
la peor compañera en las crisis.
Una
consideración racional que tendría que hacer es, si cae enfermo y tiene que ser
intubado –su organismo tiene varias afecciones que lo hacen vulnerable, como la
hipertensión–, ¿quién estaría al frente del gobierno mientras él está
imposibilitado para hacerlo? Se desconoce si López Obrador se ha hecho esa
pregunta o en su equipo se ha planteado ese escenario. Si lo han hecho, el
Presidente parece no haberle hecho nada de caso. Si no lo han hecho, igual de
peor. Urge que lo hagan. En la Constitución no existe ninguna provisión en caso
de ausencia temporal del Presidente.
Existía una
provisión, en el artículo 85 constitucional, que establecía que ante la falta
temporal del Presidente, asumiría como jefe del Ejecutivo Provisional, el
presidente de la Suprema Corte de Justicia, pero ese inciso fue revocado. El
texto vigente de la Constitución sólo aborda la falta absoluta del Presidente,
en el artículo 84, o la previsión de que asume quien encabece la Secretaría de
Gobernación de manera provisional, en el 85.
El
Presidente tiene que frenar esa necedad de mostrar que es más fuerte que las
adversidades y seguir en campaña, porque está convencido –y tiene razones de
pensar de esa manera–, que sus adversarios quieren sacar raja política de esta
crisis. Pero no es viajando por el país, exponiéndose y exponiendo a todos a su
alrededor y con quienes interactúa, como enfrenta a quienes quieren mantener la
crisis en el ámbito político-electoral.
La manera de
hacerlo es trabajar a fondo –no perdiendo horas viajando por carretera a sus eventos–
y sin descuidos, para enfrentar la pandemia y sus consecuencias económicas.
Lo que está
en juego no son las elecciones de 2021 y mucho menos las de 2024. Lo que está
en juego es la salud del país y la salud económica que deje esta profunda
crisis. Pero para que la salud de la nación salga menos dañada, se requiere que
esté fortalecida la salud personal del Presidente. Si no entiende la
importancia estratégica de mantenerse con salud, no ha entendido nada.
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