viernes, 27 de marzo de 2020

La hora de la sociedad.


Raymundo Riva Palacio.

En 24 horas, la narrativa del relájense que había manejado el gobierno federal, pasó al apremio. El presidente Andrés Manuel López Obrador dejó las gracejadas políticas de lado y comenzó a actuar con mayor seriedad. El subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, también hizo a un lado las frivolidades para comenzar a alertar a la población de la pesadilla que viene. En un día, las cosas cambiaron radicalmente en el comportamiento del gobierno. Hay que decir, para bien.

El martes, mediante un oficio de la Secretaría de Salud al cual no se le dio mucha difusión, hubo una redefinición operacional para la vigilancia epidemiológica. Esto quiere decir que una persona pueda pedir una prueba para saber si estaba infectado con el Covid-19, sin presentar cinco síntomas, sino dos del primer grupo –tos, fiebre o dolor de cabeza intenso–, y uno del segundo grupo –dificultad para respirar, dolor en las articulaciones, dolor muscular, dolor en el tórax, ardor en la faringe, flujo abundante por la nariz o conjuntivitis. Con ello, se abrió la puerta a pruebas masivas, en contraposición a la decisión inicial de no hacerlas.

Casi en paralelo, también en contrasentido de López Obrador, se ordenó el cierre del gobierno, salvo para las actividades esenciales, particularmente en el área de salud, seguridad y energía. Hay dependencias que no pueden parar, como Comunicaciones y Transportes, que seguirán funcionando con el menor número de personas.

El presidente, tardío en la respuesta preventiva, tuvo que dar marcha atrás, en los hechos, a la crítica al expresidente Felipe Calderón, que cerró la actividad productiva en 2009 para contener la influenza. Haber planteado el manejo de la pandemia en términos políticos e ideológicos, lo forzó a tomar esa medida que no tuvo que aplicar Calderón. Hizo lo mismo, pero de mayor alcance. Pero es dialéctico rectificar.

López Obrador, también contra todo su discurso aislacionista, participó en la cumbre virtual de jefes de Estado y de Gobierno del G-20, el primer encuentro multilateral en el que participa, donde pudo oír de sus pares, un diagnóstico y una serie de propuestas y acciones por fuera de sus ataduras ideológicas anacrónicas. Bien por el Presidente por haber participado en ella.

México no podía quedar fuera de esta reunión de esfuerzos colaborativos. Bien, asimismo, que dijera que no es momento para la politiquería, sino para trabajar todos para enfrentar la pandemia.

Hace bien el Presidente en urgir que la política se quede para después; sólo falta que ordene a sus incondicionales que dejen de incendiar la pradera con sus sicarios cibernéticos, que no dejan de ampliar la polarización. Y dice algo más el Presidente, que repite López-Gatell: se necesita la colaboración de la gente. Tienen toda la razón, y por eso sobresale la queja velada del subsecretario en una reciente conferencia de prensa, al expresar su extrañeza de que la gente no estuviera teniendo mayor cuidado. Dicho de otra forma, no les cree.

Se entiende, en parte, por la forma como el propio López Obrador desestimó durante semanas las medidas preventivas. La palabra presidencial pesa mucho, y ahora se están viendo las consecuencias de minimizar la crisis. López-Gatell contribuyó con sandeces, pero ahora todo indica que el miedo se metió en la epidermis del gobierno. No es malo tener miedo, siempre y cuando se administre y controle, para poder actuar. Pero el gobierno federal, o los gobiernos estatales, no podrán solos.

Los llamados al distanciamiento social no son inocuos. No impiden que avance el virus, pero ayudan a ralentizarlo. Si no se frena, como ha sugerido López-Gatell, el sistema de salud será incapaz de atender a los pacientes.

Escuchemos bien para superar los errores cometidos. La visión del Presidente impidió que se compraran los insumos y medicinas a tiempo. No hay suficientes cubrebocas para la primera línea del combate al Covid-19, que es el personal médico atendiendo a los contagiados, ni tampoco anteojos de protección, o suficientes máscaras para ampliar su defensa contra el virus.

No se tienen suficientes camas de terapia intensiva, ni respiradores. Los inventarios en algunos estados son tan insuficientes que una primera ola de contagios, podrían no resistir. Mientras varios gobiernos en el mundo salieron a comprar lo que necesitaban, aquí estábamos metidos en la lógica de que la alarma mundial era parte de un manejo 'mafioso' de la enfermedad. Y no hicimos nada.

Eso ya no va a cambiar. Lo que sí puede cambiar es lo que todos nosotros, como una sociedad que trabaje colectivamente, puede hacer para apoyar al gobierno en un momento como este, y participemos en frenar la cadena de contagio. El éxito que han tenido en el manejo de la pandemia países como Corea del Sur y Japón, hay que reiterarlo, obedeció por un lado a la forma como actuaron sus gobiernos para ir a cazar el virus antes de que les llegara, y sobre todo, por la disciplina de sus sociedades, que no requirieron medidas draconianas de distanciamiento social, para que se guardaran.

Italia y España, democracias como esas dos asiáticas, son el caso contrario. Sus sociedades no apoyaron a los gobiernos con la contención del virus ni los gobiernos actuaron a tiempo, y ahora viven las consecuencias de su desorden. La lucha contra el virus en esos países ha sido muy dolorosa y no tiene para cuándo acabar.

Creámosle a Cassandra. El Covid-19 sí existe, sí enferma, y sí mata. Respondamos al llamado que se está haciendo. Si el gobierno se pone serio, hagamos lo mismo. Contribuyamos en la lucha contra la pandemia, y no esperemos que el Presidente sea consistente con lo que ha dicho en los últimos días. Ya sabemos que con él nada es seguro. Pero tomemos la iniciativa. Lo más importante, es la vida de todos.

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