Enrique
Quintana.
En el curso
de esta crisis, ha surgido una corriente de pensamiento que afirma que los
gobiernos no deben extremar las medidas de distanciamiento social porque hacen
mucho daño a la economía y no logran parar la enfermedad.
Este
argumento señala que el Covid-19 es como otra variedad de influenza y que, como
en otros casos, la humanidad acabará desarrollando la inmunidad.
Total, de
acuerdo con los datos del Centro de Sistemas para la Ciencia y la Ingeniería de
la Universidad Johns Hopkins, la tasa de letalidad es de 4.5 por ciento 'nada
más'.
Es decir,
por cada millón de personas que se contagien, 'solo' van a morir 45 mil.
Si al final
de esta pandemia, hay 100 millones de contagiados, los muertos 'solo' habrán
sido 4.5 millones.
Políticos
como Donald Trump, Jair Bolsonaro o el presidente López Obrador, parecen ser
partidarios de esta visión.
Dijo Trump
en una entrevista con Fox News el pasado 24 de marzo: “Me encantaría tener un
país abierto y en funcionamiento para el Día de Pascua (12 de abril). Miles
podrían suicidarse si se permite que la economía siga deteriorándose por la
crisis del coronavirus”.
El mismo
día, el presidente brasileño aseguró que el Covid-19 se trata de una
“gripecita” y que no hay razón para confinar a la población o suspender escuelas.
“La vida debe seguir”, señaló.
En la
conferencia mañanera del pasado 25 de marzo, el presidente López Obrador
respondió a las críticas recibidas por haber ido a comer a una fonda en Oaxaca
y llamó a no cerrar la economía para “que no vaya a salir más caro el remedio
que la enfermedad”. Ayer, presionó visiblemente al subsecretario López-Gatell
buscando que asegurara que el 19 de abril regresaríamos a la normalidad.
Hay
empresarios y analistas que han sostenido discursos muy parecidos aquí y en otros
lugares.
En la mayor
parte de los casos, hay una búsqueda de preservar la imagen y popularidad de
los políticos o los ingresos de las empresas, más que tratar de reducir el
costo en vidas humanas de la pandemia.
Pero,
además, no hay un solo caso documentado de un país que haya logrado contener la
propagación de la enfermedad con otra estrategia que no sea la del
distanciamiento social.
Por ejemplo,
en China, el número de casos activos alcanzó un pico el 17 de febrero con 58
mil 16 casos activos y luego empezó a bajar, tras una impresionante cuarentena.
Hoy tienen tres mil 947 enfermos, 93 por ciento menos.
En el caso
de Corea del Sur, el 3 de marzo tuvieron 851 casos nuevos y el 25 de marzo ya
solo fueron 100, una reducción de 88 por ciento.
En
contraste, en países como Italia, España y Estados Unidos, no se visualiza aún
un techo.
Si en las
decisiones de política pública ganaran las posiciones de quienes pretenden que
“no se haga daño a la economía”, podríamos tener el problema por varios meses
más.
Someter a la
sociedad a fuertes restricciones para asegurar el distanciamiento social
requiere de una intervención del Estado para mitigar el impacto económico, con
políticas fiscales y monetarias muy activas y claras en su propósito.
Eso obliga,
como en todas las grandes crisis, a dejar temporalmente en el olvido los
objetivos de disciplina de las finanzas públicas y gastar lo necesario aun a
costa de endeudarnos.
Le recuerdo
que, en 2009, frente a aquella gran crisis, el gasto neto total sin erogaciones
financieras subió en México en tres puntos porcentuales del PIB respecto al de
2008. A precios actuales, eso significa casi 800 mil millones de pesos. Y aun
así la economía se nos cayó en más de 5 por ciento.
Por el bien
de todos, ojalá que los políticos ansiosos de regresar a la normalidad escuchen
a los científicos y busquen atenuar el impacto económico de otras formas y no
pretendiendo que la pandemia es un ‘resfriadito’.
Las
consecuencias de equivocarse en este caso podrían ser desastrosas.
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