Raymundo
Riva Palacio.
El acuerdo
del Consejo de Salubridad General que se difundió anoche, debió haberse dado a
conocer el lunes temprano. El Consejo iba a sesionar en Palacio Nacional a las
seis de la mañana y durante la comparecencia pública del presidente Andrés
Manuel López Obrador, sería él quien detallara lo acordado.
Incluso, un
borrador del acuerdo comenzó a circular desde el domingo por la tarde, pero las
cosas no pudieron alinearse entre lo que piensan los doctores y los
científicos, y lo que piensa el Presidente. La gran diferencia es que en el
acuerdo original no estaba planteada específicamente la emergencia sanitaria
por razones de fuerza mayor, como se proclamó anoche.
Optó López
Obrador por patear el acuerdo, desvincularse del anuncio, y que fuera un
segundón, con credibilidad maltratada, quien lo anunciara. No es el mismo
nivel. La palabra del Presidente tiene densidad; la del subsecretario de Salud,
Hugo López-Gatell, vocero y pieza de sacrificio, viene en picada.
El paso que
dio para atrás el Presidente se puede interpretar como una acción que busca
evitar que las consecuencias de las medidas se le transfieran a él, y que
recaigan en sus subalternos. Pero al mismo tiempo, lo desnuda como un líder
político bueno para lo electoral y poco valiente para enfrentar, como ha
sucedido en todo el mundo, los costos políticos que medidas antipopulares
provocan. Su liderazgo sólo lo muestra en aguas mansas. Si hay tormentas, que
asuma la responsabilidad el de abajo.
Las medidas
anunciadas el lunes por la noche tienen que verse en dos tiempos. El primero
fue el acuerdo en sí mismo, donde las medidas que se proclamaron parecían más
limitadas que las que originalmente aparecían en el borrador del acuerdo que
circuló el domingo.
Si este
parecía laxo, muy general y carente de instrumentos específicos para forzar la
acción de aislamiento a posibles portadores del Covid-19, o de inspección, el
acuerdo final es todavía más débil. Pero en el segundo tiempo del anuncio, que
es lo fundamental, se encuentra la declaratoria de emergencia sanitaria por
razones de fuerza mayor, que apenas hace dos semanas López-Gatell decía que no
era necesario.
La
declaración de emergencia eleva el nivel de alarma a un estadio que no se había
visto, y refleja la urgencia que mostraban algunos colaboradores de López
Obrador que estaban pidiendo ser más contundentes, por el enorme miedo que
proyectaban algunos la semana pasada sobre lo que se les venía. Las discusiones
intramuros con la información que se venía procesando, prendieron las alertas
en varios sectores, incluido el militar.
Llegó a
plantearse una especie de toque de queda limitado para obligar al
confinamiento, pero López Obrador se opuso. La racional del Presidente es que
afectaría los derechos humanos, lo que es cierto, al reducir y limitar las
garantías individuales, aunque no se atrevieron a plantear el bien mayor. La
desesperación de López-Gatell para que lo escuchen y la gente permanezca en sus
casas, no recibió gran alivio.
El
subsecretario y su equipo ya saben lo que se viene, aunque han tratado de
mitigarlo ante la opinión pública con una serie de mediciones con metodologías
diferentes a las gráficas que presentan para comparar la evolución del virus
con otros países, que ya han sido detectadas por algunos especialistas en
estadística.
No habrá
toque de queda ni estado de sitio, como reforzó López-Gatell lo que ha venido
diciendo el Presidente. Pero la emergencia sanitaria establece una serie de
medidas que tocan a todos los ámbitos, público y privado, y otorga facultades
extraordinarias a la Secretaría de Salud. En el acuerdo original disfrazaban
las medidas sin la declaratoria de emergencia sanitaria.
El punto V
daba autoridad a la Secretaría de Salud para “disponer de los medios del
servicio público, de los diferentes modos de transporte concesionados por las
autoridades correspondientes”. El VII permitía “la utilización libre y
prioritaria de los servicios telefónicos, telegráficos y de correos, así como
las transmisiones de radio y televisión estableciendo las directrices
informativas necesarias a fin de transmitir clara y oportunamente las medidas
que se adopten para afrontar la contingencia”. El I establecía “el aislamiento
de personas que puedan padecer la enfermedad y de los portadores de gérmenes de
la misma, por el tiempo que resulte estrictamente necesario”.
No se pudo
sacar adelante el primer acuerdo, concluido al comenzar la tarde del domingo,
que establecía acciones por decreto, sin darle el marco jurídico que provee la
Ley General de Salud. La manera como lo presentaron el lunes por la noche,
incluye otras acciones contempladas en una emergencia sanitaria por fuerza
mayor, como lo relacionado con reuniones de personas, que se redujo anoche de
100 a 50, o la eventualidad de establecer medidas específicas para aislar
regiones amenazadas por el virus, que sería el equivalente a una suspensión de
garantías acotada.
Por ahora,
como señaló López-Gatell, lo que se ha dado es una exhortación a la población
en territorio mexicano a cumplir con el resguardo domiciliario, mediante la
“limitación voluntaria de movilidad”. Es difícil que estas acciones no crezcan,
sobre todo después de ver el inventario de insumos y equipos que mostraron
anoche mismo las Fuerzas Armadas, insuficientes para la elevación súbita de
casos que se vienen. El gobierno perdió tiempo para comprar insumos y
medicinas, y están contra reloj, por no haber planeado con tiempo lo que se
sabía que vendría.
Las medidas
van acelerándose hacia el confinamiento, y a regañadientes del Presidente, que
parece estar convencido de que el coronavirus no tendrá un impacto en México
como en otras naciones. Lo que sale altamente positivo de la proclama de
anoche, es que se haya dado dentro de un marco jurídico, y no de la manera
arbitraria como el Presidente quería instrumentar las acciones, mediante el uso
discrecional de resoluciones individuales.
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