Raymundo Riva Palacio.
Como todas
las operaciones que involucran a los comandos especiales de la Marina, la que
realizaron el jueves pasado en las calles de la delegación Tláhuac, en la
Ciudad de México, fue quirúrgica. Se inició cerca del mediodía, cuando unidades
de la Marina, con el apoyo táctico de los grupos especiales de la policía
capitalina, llegaron a la delegación para catear un domicilio donde la
información de inteligencia ubicaba a Felipe de Jesús Pérez Luna, apodado El
Ojos, líder de una banda crecientemente poderosa dedicada al narcomenudeo. La investigación federal sobre este grupo
llevaba siete meses, pero la decisión de acabar con ella se tomó hace unos dos
meses, después de una plática entre el jefe de Gobierno de la Ciudad de México,
Miguel Ángel Mancera, y el secretario de la Marina, almirante Vidal Soberón.
Los comandos de la Marina tomaron el
control del perímetro central de la operación, en donde una de sus unidades fue
directamente sobre Pérez Luna, y un equipo de apoyo aseguraba las esquinas que
delimitaban la zona de acción, coordinados con la policía capitalina. Los
halcones de la banda de Pérez Luna le advirtieron de su presencia, por lo que
escapó de la casa que iban a catear y buscó huir. Los halcones, principalmente
mototaxistas, intentaron de manera apresurada bloquear calles para permitirles
el escape. Sin experiencia, como se aprecia en las fotografías, no pudieron
bloquear ninguna vía. Los comandos los alcanzaron en una cocina económica y
tratando de escabullirse en un vehículo. Los abatieron sin miramientos. Así es
la Marina; no toma prisioneros. Unas cuatro horas después, la banda criminal
había quedado descabezada.
La prensa
rápidamente dio cuenta del operativo contra el que llamó Cártel de Tláhuac,
tomando como referencia la calificación que utilizó El Universal para describir
al grupo que controlaba el narcomenudeo en Ciudad Universitaria. La tipificación es errónea, sin embargo, y
crea confusión sobre la escala del grupo. Un cártel de las drogas controla
territorio; la banda de Pérez Luna no tenía ninguno bajo su dominio. Un cártel
maneja la logística, organiza la producción, distribución y comercialización de
sus drogas mediante esquemas empresariales que involucran a bandas, a las
cuales suministran el producto, armas, les llegan incluso a asignar zonas de
venta en calles y ciudades (como hacen Los Zetas) y les cobran por todo; el
grupo de Tláhuac compraba el producto del cártel de los hermanos Beltrán Leyva
y de la facción del Cártel del Pacífico que encabeza el llamado Mini Lic,
Dámaso López.
En los medios, algunos analistas
mencionaron que el que la autoridad rechazara que era un cártel minimizaba el
impacto del grupo criminal. Establecer la analogía por el sólo hecho de que
venden droga, tienen personal armado y realizan actividades criminales, dicen
los expertos, es una generalización equívoca. Paradójicamente, la violencia que
generan los cárteles de las drogas es menor cuantitativamente que la que
provocan las bandas de narco-menudistas.
Los cárteles se habían repartido el
país en territorios. Esta distribución tenía como premisa que debían arreglarse
entre ellos para evitar una lucha entre cárteles que provocara la intervención
del Estado. El presidente Felipe Calderón cambió la estrategia y en lugar de
administrar el fenómeno, como había sido, atacando a uno o dos cárteles por
sexenio, emprendió una guerra total. Esto motivó que ante la disyuntiva de ser
aniquilados si no se fortalecían, los cárteles empezaron a pelear entre ellos
modificando el mapa del narcotráfico y desatando la violencia en aquel sexenio,
que se ha incrementado en el de Enrique Peña Nieto, desdoblándose con mayor
crudeza también en las bandas de narco-menudistas.
La guerra entre las organizaciones
criminales propiciada por Calderón, incentivó el crecimiento de las pandillas y
su realineamiento con los cárteles en términos de salida para sus drogas en las
calles de la Ciudad de México y como matones a sueldo. Una externalidad del
narcotráfico es el narcomenudeo, que es lo que ha generado en los últimos 10
años que poco más de 92 por ciento de los delitos sean del fuero común. El
narcomenudeo es la parte más salvaje y violenta del negocio del narcotráfico,
que se asocia gradualmente con robo, extorsión y secuestro. Los narco-menudistas
en el país no controlan territorios, pero amenazan a las comunidades, como
sucedió en Tláhuac, donde la presencia del grupo de Pérez Luna hacía muy
difícil la vida cotidiana.
Ese grupo criminal manejaba el
narcomenudeo en Tláhuac y una zona de Chalco, pero este año se extendió a otras
delegaciones cercanas, como Iztapalapa, Tlalpan y Coyoacán, y comenzaba a
incursionar en Álvaro Obregón, y en el Estado de México y Puebla. En pocos
meses amplió su mercado de las zonas marginales de la ciudad a las de clases
medias y altas, obteniendo recursos para ampliar su negocio y comprar armas.
Este crecimiento es lo que llevó a Mancera a plantear al gobierno federal le
necesidad de destruirlo. La capacidad de fuego de la policía capitalina, frente
al armamento que estaba adquiriendo el grupo de Pérez Luna, obligó la
intervención federal, que es lo que se acordó hace un par de meses y se ejecutó
el jueves.
El problema y la violencia no
cesarán. Marinos y policías capitalinos están tras los lugartenientes de Pérez
Luna para tratar de eliminar al grupo del escenario delictivo y buscar ser más
rápidos en la aniquilación de sus cuadros versus que esta banda recicle y
restituya a sus jefes. La lucha no ha acabado, tampoco la violencia. De eso hay que estar conscientes.
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