Darío Ramírez.
El Gobierno tiene una política
integral y bien planeada en contra de los periodistas, defensores de derechos
humanos y toda aquella voz que sea crítica al status quo.
Creer que esto es una exageración
implica no conocer el contexto nacional y las decenas de ataques que le dan
forma y fondo a la política integral contra los derechos humanos. Después de
erigirse como el gran transformador de México por haber logrado reformas
estructurales, Enrique Peña Nieto, sigue cayendo en un vacío que al parecer ya
no tiene freno.
Ayotzinapa, Tlatlaya y los más
ominosos casos de corrupción en la historia reciente de México comenzaron a
darle forma a lo que sería la esencia de su Gobierno. Preocupado por proteger a
su camarilla y hacer negocios que convertiría a simples funcionarios en los
nuevos ricos de México, Peña Nieto.
El semanario inglés The Economist
describió –temprano en la administración lo que sería el sello de la casa
peñista “no entienden que no entienden”, refiriéndose a la
necedad de rectificar el camino que claramente iba mal. Pero la
intransigencia calificó casi toda acción de Gobierno. El sentido común se alejó
rápidamente de la casa presidencial. Se
optó por atacar voces críticas (inclusive amigas) que avizoraban el desastre al
cual se encaminaba el Gobierno federal sobre todo referente al combate a la
corrupción, impunidad y violaciones graves a los derechos humanos. La cerrazón
se instaló como manera de hacer política.
El día de
ayer, Enrique Peña Nieto volvió a ser
motivo de una lacerante nota del New York Times en primera plana. En esta
ocasión el diario neoyorquino describió con fidelidad los ataques que ha
recibido una nueva organización de la sociedad civil Mexicanos Contra la
Corrupción y la Impunidad (MCCI).
Los ataques no son solo contra MCCI.
Reducirlo a eso sería un despropósito y una falta de respeto con otras
organizaciones, defensores y periodistas que cada día buscan hacer su trabajo
de manera honesta y ética, lo cual implica enfrentarse contra el poder. El
clima adverso es generalizado. El disenso es algo mal visto por los que
detentan el poder político, no solo en Los Pinos, sino en los pequeños
virreinatos que son algunos estados de la República.
“La sociedad civil no debe pasar
tanto tiempo hablando de corrupción”, le dijo Peña Nieto a la elite empresarial
más importante de este país. Buscando su lealtad y apoyo, señaló
específicamente Claudio González Laporte, padre del presidente de MCCI. El mensaje era para que MCCI cesara
de denunciar hechos que le incomodan a la clase política. Algunos interpretan
las palabras como amenazas presidenciales, otros como mero comentario directo.
Sin embargo,
si el incidente fuera aislado tal vez no se podría determinar una tendencia de
reacciones negativas contra personas e instituciones críticas. Hace un mes se
supo que el Gobierno compró a través de la PGR un sistema de espionaje. El
contrato lo firmó Tomás Zerón con una empresa fantasma. Con pruebas
inequívocas, el espionaje a periodistas, activistas y políticos salió –también-
en primera plana del New York Times. Otra vez la cerrazón y autoritarismo era
motivo de primera plana. Ahora se sabe que tres prominentes personajes de MCCI
están dentro de la lista de personas espiadas por Pegasus. Las fechas de actos
importantes – como la publicación de piezas periodísticas- coinciden con las
fechas de cuando hubo los intentos de infección para ser espiados.
Las coincidencias en política no
existen. El pasado 1 de febrero, señaló personalmente al presidente y le dijo a
un panel que “si existiera un salón de la infamia, Peña Nieto estaría en los
diez primeros lugares”.
Semanas más tarde, el 27 de febrero,
las autoridades fiscales anunciaron nueve auditorías relacionadas con cinco
organizaciones que habían sido fundadas o dirigidas por González Guajardo en
los últimos 20 años, afirma el New York Times en su texto. El acoso fiscal –una
vieja estrategia usada por gobiernos- revela el verdadero cariz de esta
administración.
La respuesta de Los Pinos, en voz de
Eduardo Sánchez, fue lamentable. En una hoja sin rótulo y a través de su cuenta
de tuiter, el vocero se limitó a decir argumentos que no desmentían realmente
la información del diario. Como si les importara poco salir señalados en las
páginas del diario más influyente del mundo.
Muchos afirman que lo único que le
duele a esta organización es los golpes internacionales. Que tienen muy medido
y controlado el sistema de medios nacional. Y eso parece. Muchos medios optaron
por ignorar la nota del NYT pero sí retomar los dichos inocuos del vocero. Eso solo se
podría explicar por motivos económicos meta periodístico.
Pero parece ser que se están
acostumbrando hasta de los golpes internacionales que denuncian hechos
contrarios a la democracia que afirman se vive en el país. Sin importar lo que
sigue afirmando el Gobierno federal, la corrupción sigue siendo reportada en
todos los ámbitos de Gobierno y no tenemos instituciones que logren frenarla.
Ante el desdén gubernamental, amenazas
y violencia, queda redoblar esfuerzos para cambiar la realidad. Echar andar las
instituciones que han sido secuestradas por intereses que no responden al
interés general. Y es aquí donde el periodismo comprometido, así como la
defensa de los derechos humanos se convierte en el último bastión de
resistencia ante los embates feroces de la clase política. Está claro que la
presión social y mediática todavía no es suficiente para cambiar la realidad.
Pero cegar en el intento implicaría limpiarles el camino. Por el contrario, es
momento de hacer valer la voz de la sociedad civil.
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