martes, 29 de agosto de 2017

2018, factores de la victoria.

Raymundo Riva Palacio.

Las últimas encuestas presidenciales son bastante claras: Andrés Manuel López Obrador y Morena caminarán solos hacia Los Pinos, en 2018. Ningún candidato del PRI con sus aliados podrán alcanzarlo. El PAN, ni solo ni acompañado con el Frente Amplio, impedirá esa victoria. La aritmética indica que sólo una coalición del PRI con el PAN impedirá que López Obrador gobierne a partir del primero de diciembre del próximo año, similar a la que informalmente tuvieron en 2006, cuando el priista Roberto Madrazo no creció y los gobernadores de su partido se inclinaron por Felipe Calderón, o en 2012, cuando la panista Josefina Vázquez Mota se estancó y la maquinaria presidencial declinó por Enrique Peña Nieto. Hipotéticamente hablando, si quieren frenar al tabasqueño, como lo han dicho abiertamente, esa será la única ecuación con posibilidades de malograr su victoria.


Es casi imposible, genéticamente hablando, que haya una alianza PRI-PAN registrada como tal en el Instituto Nacional Electoral en noviembre. Pero si no legal, podrá ser explícita. En la hipótesis de trabajo, Peña Nieto depende de que su candidato o él/la del PAN lo sucedan para así completar el ciclo de maduración que requieren sus reformas económicas y frenar a López Obrador, que quiere revertirlas; son dos los factores a considerar: el PRI necesita al candidato que más sume, y es imprescindible pactar con los gobernadores panistas el apoyo, en caso de que el abanderado del partido en el poder aventajara a quien encabece el boleto del PAN.

El que más suma hacia fuera del PRI es quien probablemente tiene más resistencias en el interior del partido, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade. Miembro transexenal de gabinetes, forma también parte de una cofradía de itamitas que crecieron juntos y se encuentran repartidos en diversos partidos. El más importante, por el papel estratégico que puede jugar, es el senador panista Ernesto Cordero, cuyo rol puede ser analizado desde los dos escenarios sucesorios que se perfilan en el PAN: ante una ruptura en el partido por la imposición de Ricardo Anaya como candidato, puede jugar como enlace con quien chocaría, el expresidente Felipe Calderón, y persuadirlo para que la eventual candidata independiente, Margarita Zavala, en caso de no prender –como muy seguramente sucederá con cualquier independiente–, respaldara a Meade, con quien también trabajó.

Meade es el preferido de los empresarios, que están a disgusto con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, por la crisis de seguridad –que achaca al gobierno de Calderón–, y con diferencias con el de Educación, Aurelio Nuño, quien los maltrató en la primera parte del sexenio. El secretario de Salud, José Narro, es estimado por las cúpulas empresariales por sus formas políticas y por lo estructurado de su mente, como lo demostró ante unos impresionados legisladores verdes que lo escucharon la semana pasada en su plenaria –Meade fue el otro secretario que más les gustó–, pero la diferencia con el secretario de Hacienda es precisamente su área de experiencia.

El problema de Meade es el PRI, del que no es militante, que no lo es menos con Nuño. Les reconocen inteligencia, pero no fidelidad. A Meade lo han visto más como panista –aunque en el gobierno de Calderón le tenían recelo porque lo veían muy cerca de priistas–, y a Nuño le critican la ausencia de compromiso con el partido, que es la forma como traducen los temores de que no tendría ningún escrúpulo, en un momento de definición, de sacrificar al PRI y a los priistas por un objetivo que considere superior, como fue durante la negociación del Pacto por México, que por mantener el apoyo del PAN fue de quienes decidieron ignorar actos de corrupción monumentales en la administración de Calderón. Narro es bien visto por los priistas, sobre todo por sus dirigentes, al igual que Osorio Chong, que además tiene el respaldo de las bases. Pero el secretario de Gobernación no tiene mucho más. Fuera del PRI, provoca urticaria.

Quién suma más fuera del PRI no lo es todo. Quiénes son los que le sumen a cualquier candidato del PRI es altamente relevante. En este escenario, los gobernadores son vitales. La elección presidencial de 2006 es el estudio de caso. Madrazo, desde la presidencia del PRI, impuso su candidatura presidencial –que es lo mismo que hoy está haciendo el panista Anaya–, y fracturó al partido. Una oposición nacional llamada Todos Unidos Contra Madrazo operó contra él. La división congeló a Madrazo en el tercer lugar de la contienda, lo que hizo que los gobernadores del PRI, en especial en el norte del país, volcaran sus maquinarias para apoyar a Calderón.

Al estallar el conflicto postelectoral, con la oposición beligerante de López Obrador y la toma de Paseo de la Reforma, cuya polarización calentó la mente del entonces rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, que fraguó con Juan Francisco Ealy Ortiz, el dueño de El Universal, y los análisis jurídicos de Diego Valadés, la posibilidad de una crisis constitucional para ungirlo como presidente de transición, otros gobernadores priistas, como el del Estado de México, Peña Nieto, trabajaron por la gobernabilidad y junto con los coordinadores priistas en las cámaras, Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, operaron la toma de posesión de Calderón.


Los gobernadores priistas jugaron un papel central en impedir que López Obrador ganara la presidencia y en mantener la legalidad del proceso. Peña Nieto lo vivió y hoy necesitará un acuerdo similar. De ello se hablará en un próximo texto.

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