Raymundo Riva Palacio.
Hace un año
la pesadilla mexicana se profundizó. El candidato Donald Trump viajó en forma
relámpago a la Ciudad de México para entrevistarse con Peña Nieto en Los Pinos
coronando una gestión secreta del entonces secretario de Hacienda, Luis
Videgaray, con el yerno de Trump, Jared Kushner y su hija Ivanka. A Trump le
había dicho un banquero amigo que conocía a Videgaray, que tenía que hablar con
Peña Nieto, porque algunas cosas que decía de México estaban equivocadas.
Trump, que desde 14 meses antes había convertido a México en el tema central de
su campaña, se iba rezagando frente a la demócrata Hillary Clinton. Para él no
había mucho que perder. Peña Nieto creía, en ese momento, que tenía muchas
cosas qué ganar.
No hay
todavía una explicación clara del porqué hubo tanto énfasis para invitar a
Trump y tan poco por lograrlo con Clinton. Quizá fue la eficiente gestión de
Videgaray, contra la deficiente de la exsecretaria de Relaciones Exteriores,
Claudia Ruiz Massieu. La canciller se oponía a esa visita, pero hizo poco para
cumplirle al presidente. Ruiz Massieu, molesta por la visita, no renunció como
pretendía por haber sido excluida de la toma final de decisiones, en la víspera
de la llegada de Trump, y durante la reunión en Los Pinos el 31 de agosto,
mientras Peña Nieto y Videgaray se comportaban con extrema prudencia, Ruiz
Massieu espetó a Trump: “nos sentimos agredidos por lo que ha dicho de los
mexicanos”.
Trump no le
hizo mucho caso, pero respondió que la prensa había tergiversado sus palabras.
Era mentira, que comprobó Peña Nieto ese mismo 31 de agosto, cuando no habían
pasado cuatro horas del encuentro y en Phoenix, Trump despotricó contra los
mexicanos. Para esa noche, Peña Nieto era devorado en medios y redes sociales
por la visita de Trump, e incluso sus incondicionales no entendían la razón de
la invitación. En Los Pinos no sabían cómo frenar la devastadora reacción
negativa en medios y redes sociales. Uno de los tracking poll que miden la
gestión del presidente ubicó ese día su aprobación en 8.0 por ciento. La
empresa GEA-ISA realizó una encuesta el siguiente fin de semana, que colocó la
aprobación del presidente en 26 por ciento, en ese momento su nivel más bajo
del sexenio. El 75 por ciento de los mexicanos consideró 'inconveniente' la
invitación a Trump, y 15 por ciento dijo que había sido 'su máximo error' en el
gobierno.
Si las cosas
pintaban mal, se pusieron peor. La prensa internacional criticó a Peña Nieto
por haberle dado el espacio 'presidencialista' que estaba urgido a tener, y de
haber contribuido a que su campaña detuviera la caída. Tras la visita, Clinton
vio cómo su ventaja sobre Trump se redujo y los ocho puntos que le había sacado
tras la Convención Demócrata, se desvanecieron. La consecuencia inmediata fue
una gran molestia del presidente Barack Obama, que ignoró a Peña Nieto durante
la cumbre del G-20 en Hangzhou, China, días después, hasta que el presidente
chino, Xi Jinping, anfitrión de la cumbre, los sentó juntos en la cena oficial.
Obama no
volteaba a ver a Peña Nieto, hasta que bruscamente lo tomó del antebrazo, lo
jaló y le explicó sus razones de la visita. Obama le dijo que había cometido un
gran error. En otro salón, la consejera de Seguridad Nacional de la Casa
Blanca, Susan Rice, habló con Ruiz Massieu y le dijo que tenían que despedir al
responsable de la visita. Al regreso de China, Peña Nieto no despidió a
Videgaray, pero en una larga y difícil reunión de cinco horas en Los Pinos,
creó las condiciones para que el arquitecto de la visita renunciara. El
gobierno de Peña Nieto no recuperó la vertical. Ruiz Massieu no compuso la
relación con los demócratas y, cuando ganó la elección Trump, tampoco abrió una
puerta para reencausar las relaciones. Trump no dejó de hablar mal de México, y
la canciller fue su siguiente víctima. El 24 de diciembre en Los Pinos, Peña
Nieto la despidió. La sustituiría Videgaray, que a espaldas de Ruiz Massieu ya
había restablecido el contacto con Kushner e Ivanka Trump a mediados de
noviembre, durante una misión secreta.
La llegada
de Videgaray a Relaciones Exteriores y el nexo con Kushner facilitó que una
semana después de la toma de posesión, se diera una reunión en la Casa Blanca
para establecer la agenda bilateral. Fue un desastre. Trump, una vez más,
explotó los puentes construidos. En una segunda reunión en México, Trump volvió
a tirar sus bombas sobre la relación. Cada vez que había un acercamiento, Trump
lo saboteaba. Así ha sido hasta ahora. Trump no era un amigo de los mexicanos,
pero hoy es un enemigo declarado.
En todo este tiempo, nada cambió. Con
Trump como presidente, todo se agravó, porque hoy manda en Estados Unidos y
tiene más poder e impunidad para somatizar sus fobias y odios en acciones
políticas, o encontrar en México un enemigo externo para buscar cohesión
interna. El gobierno mexicano tiene que lidiar con él de la misma forma, o
peor, como si jamás lo hubieran invitado. Todo este año fue de desgaste
político para Peña Nieto por nada. Estuvo mal la invitación en aquel momento, y
estuvo mal cuando se analiza con la línea de tiempo de un año. Trump no cambió,
pero tiró a Peña Nieto al peor momento de todo su sexenio, hoyo del cual no ha
salido.
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